31 de marzo de 2014

Lucha libre, natillas y Mr. Krujidor


La lucha libre me cautiva. No sé nada que no sepa cualquiera que haya visto algún programa de Pressing Catch en la tele, pero aprendo rápido y suelo retener bastante bien la información inútil. Es un don. Por ejemplo, después de investigar durante tres minutos en Google, ahora sé que el término wrestling suele utilizarse para referirse a la lucha norteamericana, catch para la europea, lucha libre para la mexicana, y puroresu para la japonesa, aunque no descarto que ésta última también sirva para nombrar alguna clase de sopa con algas y tofu.

La lucha libre mexicana aúna deporte y espectáculo y, debido a su extenso panteón de luchadores enmascarados, está rodeada de un aura de misterio. El atractivo de un Manolo o Pepe con el rostro cubierto es innegable, porque, excepto Hugh Jackman, todos los hombres somos muy feos, así que no es de extrañar que la lucha libre sea un fenómeno tan popular entre los chilangos.

El pancracio tiene su origen en la actividad más homosexual en la que pueden participar dos individuos juntos sin quitarse los pantalones: la lucha olímpica y grecorromana, si bien formalmente la lucha libre mexicana nace de la mano de don Salvador Lutteroth. A principios de los años treinta, don Salvador viajó a El Paso, Texas, y vio que los tejanos, aparte de usar pantalones vaqueros y tratar muy bien a las vacas antes de comérselas, se partían la cara de una manera un tanto singular, así que se trajo a unos cuantos luchadores de allí y fundó la llamada Empresa Mexicana de Lucha Libre, ahora el Consejo Mundial de Lucha Libre . Desde entonces, llueva, truene o se expropie petróleo, la función nunca se ha interrumpido.

La década los cincuenta fue la edad de oro de la lucha libre. A esta época pertenecen luchadores míticos como Black Shadow, Huracán Ramírez, Rayo de Jalisco, Blue Demon... y el más legendario de todos: Santo. La fama de Santo, el Enmascarado de Plata, trascendió la arena y elevó a este luchador a la categoría de fenómeno de masas; campeón en el ring, superhéroe en las historietas y justiciero en el celuloide.

Entre finales de los cincuenta y mediados de los setenta, Santo y sus compañeros jugaron un papel fundamental en la difusión internacional de la lucha libre mexicana a través del cine. El propio Santo llegó a protagonizar la friolera de 54 películas, entre ellas Santo contra las mujeres vampiro, Santo contra Blue Demon en la Atlántida y Santo contra las momias de Guanajuato. Todos los títulos son igual de alucinantes.

En la década de los noventa, la lucha libre se convirtió en un boom televisivo cuando el exluchador Antonio Peña salió del Consejo Mundial de Lucha Libre para crear la Triple A, con combates estelares que, si bien eran menos tradicionales y violentos que los del Consejo, resultaban más entretenidos y espectaculares, con historias de rivalidad entre gladiadores y eventos como Rey de Reyes o El Último Sobreviviente, copiados de la WWE.

Y en verano de 2011, Mr. Krujidor saltó al cuadrilátero.

24 de marzo de 2014

Transformers: War for Cybertron

Hace muchos, muchos años, cuando aún jugaba a la NES sin recurrir a emuladores y el sello de calidad de Nintendo rara vez era sinónimo de calidad, supongo que alguna vez llegué a preguntarme por qué no había ningún videojuego de Transformers a pesar del éxito de la serie de dibujos animados y los juguetes. No solo las Tortugas Ninja y el tío Gilito habían dado el salto a los 8 bits, ¡es que incluso Fétido Adams y aquella pésima película de Bruce Willis en la que le obligaban a robar obras de Da Vinci tenían su propio videojuego!

¿Cómo podía ignorar la industria del entretenimiento electrónico una de las franquicias más populares de mediados de los ochenta? ¿Estábamos tontos o qué?

17 de marzo de 2014

Xena: Una suite amarga

Los musicales son un género que no me atrae en lo más mínimo. Me gustan la música y el cine, pero eso no significa necesariamente que me gusten juntos. Es como cuando George Constanza quiso mezclar sexo y sándwiches de pastrami. En teoría, debería funcionar, pero la realidad demuestra que hay cosas que es mejor mantener separadas.

No obstante, tampoco puedo decir que odie los musicales, porque hay unos pocos que me entusiasman, como por ejemplo Granujas a todo ritmo o La pequeña tienda de los horrores; pero eso es porque son algo más que una ristra de canciones unidas por un hilo argumental endeble.

Ahora bien, por regla general, tres cuartas partes de lo que sucede en un musical no vienen a cuento, o podrían resumirse en unas pocas líneas de diálogo, y muchas veces las canciones solo sirven para dilatar el final de la historia. Ya lo decía Homer Simpson: "Cantar es la forma más rudimentaria de comunicarse".

También me cuesta mucho involucrarme a nivel emocional en la trama cuando los personajes están dispuestos a cantar sobre cualquier problema. ¿Cómo voy a preocuparme de si los Von Trapp conseguirán escapar de los nazis, si a la mínima de cambio se ponen a cantar y corretear por el monte? Así no hay manera, hombre.

Por eso, me sorprende que Robert Tapert, productor de Xena: La Princesa Guerrera, escogiera precisamente el momento en que la serie estaba patas arriba para hacer un episodio musical y, lo que es más, valerse de él para devolver a los personajes a su status quo.

10 de marzo de 2014

Esas locas viñetas: ¡Eres el Capitán América!

Todo tiene un origen. Incluso los personajes de ficción necesitan unos cimientos sólidos sobre los que erigirse y que expliquen cómo y por qué ha llegado a ser quiénes son. Los superhéroes no son una excepción, y esos coloridos personajes que la mayoría de críos ha conocido en el cine gracias a Hollywood llevan décadas luciendo ropa ajustada y luchando contra villanos con nombres tan sutiles como Cráneo Rojo o Dr. Muerte en las historietas.

El primer número del Capitán América se publicó en 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Hitler aún andaba colocando banderitas por toda Europa mientras los nipones daban por saco a los yankis en el Pacífico.

Para los estándares actuales, el cómic en cuestión es una patata. No se puede decir de otra manera. Es propaganda pasada de moda en la que no hay lugar para las zonas grises.

La historia probablemente la conocéis y si no, os la cuento rápidamente: los Estados Unidos necesita a un ejército de soldados capaz de defender la justicia, la libertad y el modo de vida americano de la manera más proselitista posible, esto es, vistiendo el mismísimo símbolo de la nación y golpeando a los nazis en de ballen. Aquí es donde entra en escena el enclenque, pero voluntarioso Steve Rogers, que se somete por amor a su patria a un peligroso experimento que le convierte en... ¡el súper-soldado! Sin embargo, un espía nazi asesina al creador del suero maravilloso y la fórmula muere con él, lo que hace a Steve único en su especie. Nace así el Capitán América. Y la hilaridad comienza.

3 de marzo de 2014

'Odiseo: El juramento', de Valerio Massimo Manfredi

Hace la friolera de quince años, en los huecos que tenía entre una partida y otra del Zelda: Ocarina of Time y cuando no estaba luchando contra las mujeres-lobo de la SS, disfruté como un enano con el último libro de la trilogía de Alexandros, de Valerio Massimo Manfredi.

Siempre me han atraído los personajes más grandes que la vida misma, aquellos que dejan una huella indeleble en la historia y un montón de estatuas mutiladas, y como su propio nombre indica, no los hay mucho más grandes que Alejandro Magno, cuyo imperio era de agárrate y no te menees. ¡Hasta el nombre de su caballo ha llegado a nuestros tiempos! Imaginaos qué vergüenza post mortem si llega a llamarle Azucarillo en lugar de Bucéfalo.

En cuanto a los libros en sí, aunque ya ha llovido mucho desde finales de los noventa, mi memoria me dice que Manfredi supo hacer justicia al personaje. Eran entretenidos, la historia estaba fenomenalmente hilvanada, y además aprendías bastante con ellos, lo que siempre viene bien para hacerte el interesante cuando se te acaban los temas de conversación en la barra del bar. ¿Os he contado ya la anécdota del nudo gordiano?

Dicho esto, el resto de novelas que he leído de Manfredi, y especialmente La última legión y Quimaira, fueron un auténtico y genuino chof. Las calificaría de meh, si no fuera porque el meh lo reservo para los productos mediocres. El chof representa mejor la ligera decepción que sentí al terminar estos libros.

No obstante, cuando vi que Manfredi había publicado una nueva novela "histórica" basada en La Ilíada de Homero, que hace tres mil años definió la épica con sus poemas, tuve buenas vibraciones (o tal vez gases, pero preferí pensar que eran buenas vibraciones). Incluso presentí que podía estar ante un nuevo Alexandros, un libro que podría colocar orgulloso en la estantería y enseñar a las visitas en lugar de esconderlo en el trastero con los libros de Indiana Jones y Buffy la Cazavampiros para evitar preguntas incómodas.

Pues bien, hace un par de semanas terminé de leerme esta novela y no sólo me gustó, sino que me quedé con ganas de más, igual que con esos vasitos de brownie tan pequeños que sirven en algunos restaurantes. ¡Malditos postres en miniatura! Por suerte para mí y para cualquier otro lector ávido de aventuras homéricas, la segunda parte de esta dilogía, basada en la La Odisea, se publicará en España hacia finales de este mismo año.

De momento, y como el poco italiano que entiendo sólo me sirve para saber qué voy a comer cuando pido rigatoni al forno en un restaurante, tendré que conformarme con haber leído la primera parte, titulada en España Odiseo: El juramento, porque Il mio nome è Nessuno - Il giuramento es menos comercial.