22 de diciembre de 2014

San Nicolás: Los orígenes de Papá Noel

Santa Claus, conocido en España como Papá Noel y en Chile como el Viejito Pascuero, es la figura más representativa de las fiestas navideñas, por encima de personajes como Jesucristo o Chevy Chase, y su imagen está incrustada en la mente colectiva gracias a un sinfín de productos patrocinados por su oronda y alegre figura de dominio público.

Pero el origen de este icono navideño se encuentra muy alejado de esa imagen comercial creada por el literato Clement Clarke Moore y consolidada por el caricaturista Thomas Nast a finales del siglo XIX en los Estados Unidos. De hecho, tenemos que viajar en el tiempo y en el espacio y remontarnos hasta la Turquía del siglo III, a la ciudad costera de Patara, al oeste de Myra (actual Demre), para arrojar algo de luz sobre el asunto.

En Patara nació siendo muy joven el futuro San Nicolás, al que sus aburguesados padres educaron en la fe cristiana ortodoxa y que, ya desde muy pequeño, dio señales del hombre en que se convertiría, un sacerdote al que no le temblaría el pulso a la hora de defender su creencias religiosas a guantazos, ni de firmar órdenes de demolición de templos paganos con independencia de su valor histórico o arquitectónico.

Sus padres murieron a causa de una terrible epidemia (en aquel entonces, los cristianos se dedicaban a viajar por todo el Imperio romano extendiendo la palabra de Dios y la viruela, conocida como la "plaga de Cipriano") y, como legado, dejaron a Nicolás un nombre que rimaba con aguarrás y una gran cantidad de dinero contante y sonante. Sin embargo, en lugar de pegarse la vida padre, Nicolás decidió invertir su fortuna en los niños, los pobres, los hambrientos, los enfermos y el bar Chiripas, y se mudó a la abadía de su tío para perfeccionar sus conocimientos teológicos estudiando libros viejos escritos por pescadores que muy probablemente consumieran potentes alucinógenos.

Permitidme que os cuente algunas de sus obras, hazañas y milagros.


Tres hijas para un caradura


Érase una vez un hombre muy desgraciado que tenía tres hijas y ningún yerno roquero ni amigo comediante que le ayudasen a criarlas. El hombre estaba arruinado, ningún banco le fiaba, y le desesperaba no poder pagar la dote de sus hijas. Además, mirándolas a la cara, le parecía más probable que salieran en la portada de Scifiworld que de Vanity Fair, así que las posibilidades de que conquistaran el corazón de un príncipe romano eran escasas.

Como no podía casarlas, el hombre tomó la única decisión posible para un padre de familia prudente y cristiano: vender a sus hijas como esclavas a un prostíbulo. No era la solución ideal, pero al menos el cuarto de baño dejaría de estar todo el santo día ocupado.

La noticia llegó a oídos del joven Nicolás y éste se propuso deshacer el entuerto. Al caer la noche, se acercó a la casa del gentilhombre, sorteó el sistema de alarma (un alambre con latas de atún en escabeche colgando) y dejó caer por la ventana un saquito de oro, que fue a parar a un zapato que estaba secándose junto al fuego. ¡Qué sorpresa se llevarían a la mañana siguiente al encontrar su calzado lleno de oro y no de chinches y cucarachas!

Efectivamente, el hombre, al encontrar el saquito, dio saltos de alegría. Cuando descubrió que además contenía oro, no contuvo las lágrimas de emoción. Durante un instante, pensó en comprarse un carro nuevo, pero luego se lo pensó mejor y utilizó el oro para casar a su hija mayor, que tenía ya quince años y se le estaba pasando el arroz. Sin embargo, no se hacía ilusiones respecto de sus otras hijas. A ellas no tendría más remedio que venderlas.

Nicolás, consciente del problema, repitió la estratagema una segunda noche, y el hombre casó a la hija mediana con un carpintero.

La tercera noche que Nicolás regresó con oro, el hombre le pilló con las manos en la masa. "¡Nico!, bribón, así que eres tú el que nos has estado ayudando. ¡Y yo pensando que tenía un zapato mágico!", dijo el hombre. "¿Qué puedo hacer para recompensar tu generosidad? Has salvado a mis hijas de una vida de sufrimiento".

"¿Una vida de sufrimiento? Menudo facineroso hideputa estás hecho", contestó Nicolás. "Mira, será mejor que no digas a nadie que he sido yo, que uno da la mano y acaban cogiéndole el brazo. Di que ha sido obra de Dios, que es omnipresente y siempre escucha nuestras plegarias".

"Me parece más creíble lo del zapato mágico".

¿Por qué usará la ventana si les falta una pared?


El sacerdote y el mar


Siguiendo el consejo de su tío el abad, el joven Nicolás se embarcó hacia Tierra Santa en un velero egipcio para visitar los lugares de moda de la cristiandad: Jerusalén, Belén, el monte Calvario, el Santo Sepulcro, la pizzería Luigi's...

Una noche, durmiendo a pierna suelta, soñó con una tormenta terrible desatando toda su furia tormentosa sobre el barco. También soñó con venados que volaban tirando de un trineo cargado de juguetes, pero esto lo acachó al lenguado con mejillones que había cenado aquella noche. Al despertarse, advirtió al patrón de que iba a haber una tormenta de las que hacen época.

"Tranquilo, hombre, Dios nos protegerá", se mofó el marinero, al que ningún escritor honrado calificaría de avezado.

Pero quizá el marinero debería haber hecho más caso a su ilustrado pasajero, porque el cielo se oscureció de golpe, cubriéndose de nubes, y la tormenta se echó sobre ellos con más rayos y truenos que un bocadillo del capitán Haddock. Pronto, el fuerte viento hizo el navío ingobernable y los marineros se dieron por muertos. Algunos de ellos, asustados, renegaron del nuevo y más moderno dios cristiano y se encomendaron al dios con cabeza de cocodrilo de sus antepasados, que al menos parecía mejor equipado para sobrevivir en el medio marino.

"¡Tranquilizaos, bellacos!", gritó Nicolás, haciéndose oír por encima de la lluvia y del oleaje. "Rezaré treinta y ocho padrenuestros y setenta avemarías para que Dios se apiade de nosotros. Nuestra fe en Jesucristo nos mantendrá en pie y con la cabeza bien alta".

Un marinero que se había encaramado al mástil para recoger la vela se desplomó en picado sobre la cubierta. Su cabeza reventó como una pieza de fruta madura, impidiéndole captar la ironía de la última frase del sacerdote. El Mediterráneo se lo tragó pocos segundos después.

"Apuesto a que su fe era de segunda, por eso ha caído", comentó Nicolás.

Y en medio del caos, se arrodilló y rezó. Tan repentinamente como la tormenta había comenzado, cesó. Cuando el barco llegó a puerto, se corrió la voz del milagro obrado por el joven sacerdote de Patara.

Meses más tarde, al regreso de su peregrinaje por Tierra Santa, su tío le recibió con los brazos abiertos... y los bolsillos más abiertos aun, porque había que hacer algunas reformas en el monasterio y andaban escasos de efectivo. Las canchas de tenis necesitaban césped nuevo.

"¿Dónde has estado todo este tiempo, sobrino?", le preguntó.

"¿Cómo que dónde he estado? En Tierra Santa, empapándome de la esencia del cristianismo, tal y como me recomendaste, tío".

"¡Serás mendrugo! ¡Lo que yo te dije es que salieses a buscar Esencia, de Tierra Santa, un recopilatorio de los mejores poemas de los célebres bardos vascones!".

Nunc est bibendum.


Obispo por sorpresa


A la muerte del obispo de Myra, el resto de obispos de la región de Licia se reunieron en la sede vacante para elegir a su sucesor. El sínodo solía ser una ocasión para intercambiar anécdotas y llenarse el buche, pero esta vez era diferente. La tensión se palpaba en el ambiente. El seguro médico, los tiques-restaurante y el horario flexible eran tentadores; pero el emperador Diocleciano era devoto del viejo panteón de dioses romanos y había ordenado la destrucción de las iglesias y de las Sagradas Escrituras, así como la privación de derechos para los cristianos. Ahora se rumoreaba que también iba a promulgar un nuevo edicto ordenando encarcelar a todos los obispos, presbíteros y diáconos.

En pocas palabras: ningún sacerdote quería ocupar la sede de Myra. Los más espabilados, aunque infieles y herejes, ya habían tirado sus Evangelios y empezado a estudiar manuales romanos sobre religión, como Honrando a Júpiter: Cómo sacrificar un buey en 10 sencillos pasos y La Bacanal: 101 cantos fálicos.

Los obispos estaban discutiendo sobre estas cuestiones cuando se abrió la puerta y entró un sacerdote de no más de treinta años empujando un carrito.

"Hola. Estoy vendiendo estas estampitas de San Concordio de Espoleto. El dinero es para los huérfanos de Patara".

Los obispos intercambiaron miradas de complicidad. El más viejo y sabio entre ellos se adelantó y pasó el brazo por los hombros del visitante.

"¿Cómo te llamas, hijo?", le preguntó, conduciéndole hasta sus colegas.

"Nicolás, maestro", contestó él.

"¡Nicolás! ¡Pues claro!", exclamó. "¿No os dije que se llamaría Nicolás?". Los obispos asintieron al unísono. "Verás, Nicolás, anoche tuve un sueño profético. ¿Sabes lo que es eso?".

"Bueno, una noche hace años soñé con una tormenta y al día siguiente el mar embravecido casi nos mandó con Dios".

"¡Exactamente eso!".

"Por otro lado, también soñé con unos venados voladores y no vi ningún venado. Hubiera sido bastante raro estando en el mar".

"Hmmm... una mala digestión tal vez. Verás, el caso es que anoche una voz celestial me dijo que estuviera atento al primer hombre que entrase hoy aquí. Ese hombre sería un sacerdote llamado Nicolás y debíamos nombrarlo obispo de Myra".

"¿Yo? ¡Imposible! A pesar de mi barba, soy joven e inexperto, maestro. Y me muerdo las uñas".

"¿Acaso dudas de la voluntad de Dios?", preguntó el anciano.

"No, claro que no, pero...".

Antes de que Nicolás pudiera terminar la frase, los obispos de Licia ya le habían colocado el omoforio del difunto obispo de Myra y arrastrado hasta su silla. Y así comenzó el obispado de Nicolás.

-Si tienes alguna duda y no nos localizas, es normal.


Demolition Saint


Bajo el gobierno del nuevo emperador Constantino, el cristianismo se legalizó y se acabaron las persecuciones, los encarcelamientos y las torturas. La gente podía adorar al dios que le viniera en gana siempre que no armara jaleo y pagara sus impuestos.

Nicolás, que había disfrutado de unas tranquilas vacaciones en prisión gracias a los edictos de Diocleciano, regresó a Myra para ejercer su obispado. Había sufrido las consecuencias de la intolerancia religiosa en sus propias carnes y comprendía mejor que nadie la magnitud del problema. Es más, tenía cicatrices que lo demostraban y también una historia con una barra de mantequilla que sólo contaba cuando había bebido mucho vino. Esto no volvería a ocurrir mientras él estuviera a la cabeza de la Iglesia de Myra.

El templo de Diana, diosa de la caza, hija de Júpiter, era la construcción más hermosa de toda Licia, y representaba las viejas tradiciones romanas. Su presencia en Myra era un símbolo de armonía y convivencia religiosa. Nicolás ordenó destruirlo hasta los cimientos.

Él mismo formó parte del equipo de demolición para asegurarse de que no quedaba piedra sobre piedra. Dijo que era un lugar de perdición para el pueblo, un nido de demonios corruptos y degenerados que sacaba lo peor de sus almas inmortales, y una vez se hubo asegurado de que esos demonios no tuvieran un lugar al que regresar, se encargó de ahuyentarlos a golpe de vara.

Esto es lo que ocurre cuando te educan en una fe que te obliga a ayunar casi todos los miércoles y viernes del año, que acabas confundiendo el monopolio religioso con la tolerancia.

-No en mi guardia, dioses paganos.


Concilio de furia


Después de acabar con el hambre en Myra gracias a sus recién descubiertos poderes Jedi (una historia que tal vez os cuente otro día), Nicolás viajó a Nicea para asistir al primer concilio ecuménico de la cristiandad, celebrado por Constantino para discutir sobre la Santa Trinidad, que en aquel entonces era una cuestión que dividía a los cristianos como nos dividen todavía McDonald's y Burger King.

Arrio, un presbítero de Alejandría, era el postulante de una nueva doctrina que se estaba haciendo cada vez más popular y que exponía ahora ante los más de trescientos miembros de la asamblea. Según decía, Jesucristo era el hijo de Dios, pero no era Dios mismo.

"Y siendo personas distintas, no se puede poner en duda que el padre debe ser forzosamente superior al hijo", decía Arrio. "Por ello, si ambos echaran un pulso o compitieran para ver quién escupe más lejos, el Padre siempre ganaría".

Nicolás se removía inquieto en su asiento. Miró a su alrededor. Algunos obispos se jalaban la barba. No era el único al que importunaba esta nueva corriente doctrinal a la que, en un alarde de humildad, Arrio llamaba arrianismo.

"Si niegas la consustancialidad del Verbo, ¿cómo explicas entonces los milagros que obró Jesucristo?", preguntó el joven diácono Atanasio, que acompañaba al obispo Alejandro, principal detractor del arrianismo en Alejandría.

"No digo que Jesús de Nazaret no supiera hacer algunos truquitos", dijo Arrio. "Al fin y al cabo, estaba hecho de la misma madera que el Padre. Pero no era Él".

Nicolás frunció el ceño.

"Además, si Jesús de Nazaret hubiera sido Dios hecho carne, digo yo que se habría bajado por su propio pie de la cruz y golpeado con ella a sus captores", añadió Arrio. "Y probablemente también habría lanzado rayos por los ojos".

Aquello era más de lo que Nicolás podía soportar. Furioso, se levantó de su asiento, cruzó la sala a grandes zancadas ante las perplejas miradas de sus colegas y de los somnolientos guardias del emperador, y arreó un puñetazo a Arrio en todo el morro sin pensárselo dos veces. El golpe tiró al alejandrino al suelo.

Primero, silencio absoluto. Después, una batahola.

El emperador Constantino dio un respingo y abrió los ojos. Lo último que recordaba era a su consejero, el viejo Osio de Córdoba, leyendo el orden del día. No se esperaba despertar y encontrar a trescientos sacerdotes discutiendo a grito pelado alrededor de un obispo ortodoxo. ¿Y el hombre que estaba tendido en el suelo con un labio partido no era Arrio?

"¡Silencio todo el mundo!", gritó. Acostumbrado a dar órdenes en el campo de batalla, no le costó captar la atención de los presentes. "¿Quiere alguien explicarme qué diantres ha pasado?".

Tras enterarse de lo sucedido, Constantino temió estar metiéndose en camisa de once varas y se lavó las manos, dejando el asunto en manos de los sacerdotes, que despojaron a Nicolás de su omoforio y de su Evangelio y lo encerraron a la espera de que terminara el concilio para decidir qué hacer con él.

Esa noche en su celda, Nicolás suplicó perdón a Dios en piloto automático mientras preparaba un plan de fuga. "Si pudiera alcanzar la tibia del esqueleto de la celda contigua para atraer con él al perro que tiene la llave...".

Jesucristo y su madre la virgen María se aparecieron ante él. Nicolás se atusó la barba para estar más presentable, pero no se sintió amedrentado. Las apariciones eran muy frecuentes en aquella época, antes de que la gente se maravillase porque creía haber visto el rostro de Jesucristo en los posos del café.

"¿Por qué estás aquí encerrado, Nico?", le preguntó Jesús.

"Pegué a un felón y un hereje despreciable, Señor", respondió Nicolás. "El muy fementido decía que tu Padre y tú no sois uno. A saber dónde ha estudiado. ¡Si ni siquiera es obispo!".

"Quiero decir que por qué lo hiciste. La violencia no mola, tronco".

En respuesta a la pregunta, Nicolás se abrió la túnica por el pecho. Debajo de la túnica, llevaba una camiseta en la que ponía "I ♥ Jesus".

"Eres un tío legal, Nico. Anda, coge esto".

Jesús le entregó una nueva edición del Evangelio (versión audiolibro) y María le dio un nuevo omoforio 100% algodón.

Cuando el carcelero llegó a la mañana siguiente y vio a Nicolás revestido con los símbolos de la Iglesia ortodoxa y leyendo tranquilamente las Sagradas Escrituras, corrió a contárselo a Constantino. El emperador se dijo que aquello sólo podía ser obra de Dios (o de un fantasma o una entidad cósmica todopoderosa, a todos los efectos era lo mismo) y ordenó que liberasen a Nicolás y le restituyeran en el cargo.

La postura de Arrio se fue al cuerno en cuanto corrió la voz del milagro que se había obrado en favor de Nicolás. Nadie apoya a los perdedores.

FINISH HIM.


8 días después


Tres niños recogían grano en el campo y nadie miraba mal a sus padres porque la explotación infantil no empezó a demonizarse hasta bien entrado el siglo XX. Los niños, hartos de deslomarse bajo el sol ardiente, empezaron a jugar y no pararon de corretear hasta que se hizo de noche.

El alumbrado público dejaba bastante que desear en el siglo III, y los niños no encontraron el camino de vuelta a casa. Asustados, cansados y hambrientos, llamaron a la puerta de una choza en la que aún había luz con la esperanza de que les dejaran pasar allí la noche. Un hombre con un mandil salpicado de sangre abrió la puerta. Tenía un rostro que no inspiraba confianza, enjuto y pálido, y su mirada era sombría; pero al ver a los niños, sonrió y les invitó a entrar.

El hombre cerró la puerta tras ellos y la atrancó con el cerrojo. Los niños sintieron un poco de miedo, pero al mirar a su alrededor olvidaron sus preocupaciones y se quedaron mudos de asombro. Del techo colgaban patas de jamón crudo, ristras de chorizo y salchichones más gruesos que sus propios brazos. Sobre una mesa había chuletas, lomo de buey y redondo de ternera. Y al fondo del cuarto, sobre una mesa de madera, descansaba un cochinillo abierto por la mitad que el hombre debía estar preparando cuando llamaron a la puerta; junto a él había clavado un enorme cuchillo. Habían llegado a la casa del carnicero.

A los niños se les hizo la boca agua. Sería un crimen que los dejasen sin cenar estando rodeados de tanta comida. Aunque puestos a comparar, lo que sin duda fue criminal fue que el carnicero los asesinase a sangre fría, filetease y echase al saladero.

Al cabo de ocho días, el obispo Nicolás se presentó en casa del carnicero. Éste se sintió muy honrado de tener a un alto cargo eclesiástico como huésped y le ofreció sus mejores viandas.

"¿Le apetece jamón curado a Su Santidad?", preguntó.

"No, demasiado salado, gracias", dijo Nicolás.

"Si Su Santidad lo desea, también puedo ofrecerle un delicioso asado".

"Ese tiene pinta de estar pasado", dijo Nicolás. "Y deja de llamarme Su Santidad, carnicero. Su Santidad es el Papa Silvestre. El tratamiento apropiado para mi cargo es Reverendísimo Señor o Vuestra Beatitud".

El carnicero no sabía cómo acertar. Nicolás clavó en él la mirada.

"Creo, carnicero, que tomaré un poco de ese jamón que guardas en el saladero. Hace ya ocho días que lo tienes ahí, ¿no es verdad?".

El carnicero supo que el obispo conocía su crimen y echó a correr, presa del pánico.

Ya a solas, Nicolás destapó el saladero y encontró los cuerpos mutilados de los niños. La macabra estampa fue demasiado para su estómago y echó la pota allí mismo, sobre los trozos de carne. Una vez recompuesto, puso tres dedos sobre la caldereta humana y los niños se recompusieron y levantaron como si hubieran despertado de un dulce sueño. Sus padres les dijeron que olían raro.

-Hubiera preferido un Joselito gran reserva.


Al filo de la muerte


Tres hombres aguardaban la muerte rodeados de una multitud clamorosa que echaba pestes contra ellos. Eran legionarios del ejército de Constantino, condenados por robo, asesinato y violación. La presencia de un contingente militar apenas contenía la exaltación del pueblo. Aún no habían inventado el Pressing Catch y una ejecución era mucho más excitante que ordeñar una vaca o sembrar un campo de nabos.

"¡Kebabs, vendo kebabs!". La voz del vendedor ambulante se elevaba por encima del gentío. "Están recién hechos, señor. Carne de la mejor calidad".

El verdugo examinaba su espadón para asegurarse de que no había mellas en el filo. Presumía de ser el mejor charcutero de Licia y quería que los cortes fueran limpios. Un tajo debía bastar para separar la cabeza del cuerpo. Tenía una reputación que mantener.

Los condenados se lamentaban y proclamaban su inocencia, y sólo un hombre entre los presentes tenía peor cara que ellos. Irónicamente era el mismo hombre que había firmado su sentencia de muerte.

Al prefecto Eustacio le reconcomía la conciencia. Había aceptado oro a cambio de condenar a aquellos hombres a pesar de creer que eran inocentes. Los testigos a los que interrogó estaban seguros de que vieron a tres legionarios, pero ninguno fue capaz de identificar los rostros de los hombres que aguardaban ahora la hoja del verdugo. Eustacio sospechaba que los hombres que le habían sobornado para que pusiera su sello en la sentencia eran los verdaderos culpables. Le parecía probable que al enterarse de que las tropas de Constantino pasarían por la ciudad de camino a Frigia, se hubieran hecho con uniformes de legionario para cometer sus fechorías y luego poder culpar al ejército. Su oro estaba manchado de sangre, sí; pero seguía siendo moneda de curso legal y su esposa era caprichosa.

Cuando el verdugo alzó su espadón, preparándose para cortar la cabeza al primer condenado, se hizo el silencio. El verdugo sabía que todas las miradas estaban pendientes de él. Este era su momento favorito. "A la de tres", se dijo el verdugo. "Una... dos... y...". Un murmullo creciente le distrajo. Provenía de la multitud y avanzaba como una ola hacia las primeras filas de espectadores.

Un hombre de cabellos canos, vestido con una sencilla túnica blanca y el manto de los sacerdotes ortodoxos cruzado sobre el pecho, se abrió paso entre el gentío. Todos se apartaban de su camino con reverencia. El sacerdote se acercó al desconcertado verdugo y se plantó a su lado, mirándole fijamente a los ojos.

"¿Golpeo o no?", preguntó el verdugo, pensando que la carne de ternera no le daba estos problemas.

El sacerdote percibió su duda y agarró el filo del espadón con la mano desnuda.

"Anda, alégrame el día", dijo entre dientes.

"¡Es el obispo Nicolás!", gritó alguien.

El verdugo no era un hombre religioso, aunque santificaba las fiestas arrugando el ombligo como todo hijo de vecino; pero conocía la fama del obispo. Había marineros que juraban que les había salvado de morir ahogados apareciéndose ante ellos en mitad de una tempestad, y entre los cristianos todavía se hablaba con admiración y respeto del puño que había acabado con el arrianismo en el Concilio de Nicea. El verdugo bajó el espadón.

"Liberad a estos hombres inmediatamente", ordenó Nicolás, dirigiéndose al prefecto y elevando la voz para que todos le oyeran. "Son inocentes y el Señor me ha enviado a impedir esta locura. ¡Vamos!, que no tengo todo el día".

Eustacio no reaccionó. Estaba pálido, inmóvil. El propio obispo se acercó a él con paso decidido, cogió el manojo de llaves que llevaba en el cinto y abrió los grilletes de los condenados, que se quedaron donde estaban sin saber qué hacer aparte de dar las gracias. Los oficiales ordenaron a las tropas que sacaran a los hombres de allí mientras la multitud aún estaba perpleja.

Nicolás acusó a Eustacio de corrupción y le amenazó con una eternidad de sufrimiento en el octavo círculo del Infierno si no se arrepentía de sus pecados. El prefecto se echó a llorar y cayó de rodillas al suelo, implorando su perdón.

"Tampoco hace falta montar una escenita", le dijo Nicolás, sacudiéndoselo de encima. "Levanta, anda. El Señor es piadoso y te perdona".

-Guarda esa espada, hombre, que vas a sacar un ojo a alguien.


Obispo de medianoche


Después de sofocar la revuelta de Frigia, tres de los oficiales que habían visto a Nicolás defendiendo la verdad, la justicia y el modo de vida cristiano-ortodoxo, regresaron a Constantinopla para disfrutar de los frutos de su éxito. El pueblo les recibió con alabanzas y el emperador Constantino les rindió los mayores honores.

El prefecto Ablabio, celoso del triunfo que habían cosechado los tres oficiales y añorando los días en que el cargo de prefecto significaba algo más que lidiar con papeleo detrás de un escritorio, los encarceló acusados de falsos cargos de traición. El propio emperador Constantino firmó la orden de ejecución cuando Ablabio le informó de que le llamaban avestruz pelado a sus espaldas y planeaban asesinarlo.

Los oficiales, sabiendo que el próximo amanecer que vieran sería el último si no hacían algo para remediarlo, recordaron al obispo de Myra que salvó a tres de sus legionarios y, aunque parecía poco probable que aquel hombre fuera capaz de recorrer ochocientos kilómetros en el transcurso de una noche, rezaron a Dios para que enviara a su siervo a tiempo de salvarlos.

Esa noche, Nicolás, que había dominado los caminos de la Fuerza, se apareció al emperador en sueños.

"Buuuuu", ululó, creando la atmósfera adecuada. "¿Qué hay, Flavio? ¿Te acuerdas de mí?".

Constantino asomó la cabeza por encima de la colcha.

"¡Toma, claro! Tú eres el obispo de Licia que atizó a Arrio en el concilio".

"Pues entonces ya sabes cómo me las gastó. Si no sueltas inmediatamente a los oficiales acusados por el perjuro Ablabio, serás reo del tormento eterno y tu alma impía jamás encontrará alivio ni descanso. El fuego azotará tu espalda y el dolor trastornará tu mente. ¿Sabes esa sensación que tienes cuando te pica la nariz y no puedes rascarte?".

"S-sí", tartamudeó Constantino.

"Lo que a ti te espera será peor".

El emperador se echó a temblar. Estas cosas no le pasaban a Julio César.

Nicolás se apareció después ante Ablabio y le dio una matraca similar.

"Soy Nicolás, obispo de Myra. Sé cuándo estás durmiendo y sé cuándo has sido malo o bueno. Y tú has sido muy malo, Ablabio. Nicolás está viniendo a la ciudad, recuérdalo".

Nada más despertarse, el emperador canceló la ejecución y convocó al prefecto a palacio para intercambiar impresiones. Cuando supo que a Ablabio también habían tenido que limpiar la cama a fondo aquella mañana, Constantino hizo llamar a los oficiales para interrogarlos. Les preguntó qué clase de magia habían obrado para fastidiarle el sueño y ellos contestaron que de eso de la magia no sabían un pimiento, pero que habían rogado a Dios para que el obispo de Myra les salvase de una muerte injusta.

Constantino ordenó liberar a los oficiales y les ordenó que viajaran a Myra para dar las gracias a su benefactor. También escribió personalmente a Nicolás pidiéndole que por favor no volviera a visitarle en sueños.

-Je, je, le voy a pintar un montón de penes en la cara. Qué risa.


Siglo IX: Rescate en Creta


En Myra, mucho tiempo después de la muerte de San Nicolás, vivía un niño llamado Basilio, que se dedicaba a lo que fuera que se dedicaran los niños en el siglo IX (imagino que a ayudar a sus padres en la granja, sacarse los mocos y reventar boñigas de vaca con petardos importados de China).

El pueblo estaba celebrando la víspera de la fiesta de San Nicolás, pasándolo en grande sin dar un palo al agua, cuando llegaron unos piratas de la isla de Creta, que por aquel entonces estaba ocupada por andaluces de los que saludaban con un "as-salamu alaykum" y no con un "¿Cómo ehta', quillo?". Los invasores moros saquearon los tesoros de la iglesia de San Nicolás, llevándose todo lo que no estaba clavado al suelo, y también secuestraron a Basilio para convertirlo en su esclavo trabajador no remunerado en régimen de propiedad. Eran cosas que pasaban.

Como Basilio no entendía ni papa de árabe, no podía enterarse de los chistes verdes y los secretos que se contaban los moros, así que el emir de Creta le nombró su copero particular, igual que Tywin a Arya en la temporada 2 de Juego de Tronos.

Transcurrido un año, la madre de Basilio estaba aún tan afligida por la pérdida de su hijo que no tenía ánimos de celebrar el día de San Nicolás saliendo de farra. Por lo tanto, se quedó en casa viendo un documental de La 2 y rezando por el bienestar de su hijo.

El siempre atento San Nicolás, que estaba dándose un garbeo por Júpiter (sexto cielo, junto al puesto de perritos calientes), oyó sus rezos.

"¡Al Nicolasmóvil!", exclamó.

Y sin más dilación, descendió a la Tierra, apareciéndose ante un aterrorizado Basilio, que, en aquel momento, llevaba la copa de oro del emir en la mano. Nicolás extendió su mano hacia él.

"Ven conmigo si quieres vivir", le dijo.

Basilio cogió su mano y, de repente, ¡BAM!, se encontraba de vuelta en casa con sus padres y aún llevaba la copa del emir en la mano. La vendieron en eBay y fueron felices y comieron perdices.

Ahora lo ves, ahora no.

Y aquí, amigos, termina el especial navideño de El Tipo de la Brocha. Nos veremos tras las fiestas si no escribo antes una crítica de la tercera parte de El hobbit.

13 comentarios

  1. Buen cierre de año Tipo. La realidad dista de la fantasía y mucho más del monigote obeso de Coca-cola y sobre todo del olvidado santaclaus de la "Fuji" de los ochentas de colores(con sus bizarros comerciales después de "esta es la buenas"),
    Esperemos tu grandiosa reseña de los Reyes magos. Come, bebe y canta...después al curro jajaja

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  2. Me he quedado muerto, este Nicolás es más fundamentalista que los talibanes. Menos mal que lo arregló apareciéndose ante Basilio (no se menciona nada lo del trineo y los renos, pero por algo se empieza) y el nombre se convirtió en Icono.

    Felices fiestas señor Brocha. Que vuelva con fuerzas en el 2015.
    Saludos.

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  3. (...)la tormenta se echó sobre ellos con más rayos y truenos que un bocadillo del capitán Haddock(...) XD

    ¿Esas cosas se te ocurren sobre la marcha o te vienen en momentos de iluminación y luego escribes un artículo alrededor de ellas?

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  4. Con este artículo como base se podría hacer una gran película, o un especial de Padre de Familia.

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  5. Este Nicolas es casi un héroe de acción,. De hecho, creo que Hollywood, con esa obsesión por contarnos el origen de todo podría marcarse una buena película sobre este señor. Algo asi como San Nicolas Begins o San Nicolas Origins. Y por supuesto luego se haría la secuela donde viaja al Polo Norte para llevar el Evangelio hasta los paganos esquimales y luchara contra malvados elfos hasta convertirlos en sus esclavos, o mejor dicho feligreses, usarlos para hacer juguetes y repartirlos por el mundo. Por supuesto, los renos dispararan fuego por la boca. Feliz Navidad y Año Nuevo, amigo!!!

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  6. Me quito el sombrero, te lo has currado mucho esta vez. Como siempre, una maravilla leerte. Éste es el Santa Cloh que el mundo debería conocer.

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  7. ¡Al Nicolasmóvil! Y aquí le faltó decir que ya había hecho puntos celestiales y se había conseguido un flamante trineo rojo y 6 de los 8 renos coleccionables de edición limitada. Fueron 35 minutos de avenuras navideñas al estilo brochil y me ha encantado. Genial artículo.

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  8. Magnífico cierre para una magnífica colección de artículos navideños. No conocía todas las "simpáticas anécdotas" del verdadero Gordo de Navidad.

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  9. M@nchitas: Los Reyes Magos... ay. A ver si caen el año que viene...

    Doctor Müller: Nicolás era un hombre muy de su época, y por aquel entonces había cada cabestro... Felices fiestas a ti también.

    Aco: Algunas se me ocurren al instante, la mayoría las rumió y otras las oigo por ahí y me quedo con ellas para utilizarlas algún día. Esa es mía.

    Anonimatus: Yo con el juego de Padre de familia para el móvil ya tengo bastante.

    JoakinMar: Voto a favor de Ridley Scott como director.

    Aday: No te quites mucho el sombrero, que con el viento que corre se te va a volar. Muchas gracias.

    LacraESECEFE: ¡Treinta y cinco minutos! Jamás pienso en cuánto tarda una persona en leerse estos artículos. Como yo les dedico tantas horas...

    Juan Germán Socías Segura: Y ahora las conoces. Presume de conocimiento.

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  10. Ahora escucha la historia de mi vida
    Y de cómo el destino cambió mi movida
    Sin comerlo ni beberlo llegué a ser
    El chuleta de un barrio llamado Bel Air
    Al oeste en Filadelfia, crecía y vivía
    Sin hacer mucho caso a la policía
    Jugaba al basket sin cansarme demasiado
    Porque por las noches me sacaba el graduado
    Cierto día jugando al basket con amigos
    Unos tipos del barrio me metieron en un lío
    Y mi madre me decía una y otra vez
    ¡Con tu tío y con tu tía irás a Bel Air!
    Llamé a un taxi, cuando se acercó
    Su molonga matrícula me fascinó
    Quería conocer a la clase de parientes
    Que me espera en Bel Air con aire sonriente
    A las siete llegué a aquella casa
    Y salí de aquel taxi que olía a cuadra
    Estaba en Bel Air y la cosa cambiaba
    Mi trono me esperaba, el príncipe llegaba

    Se que no tiene nada que ver pero la canción es demasiado pegadiza XD

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  11. Buen artículo es impresionante lo detallado de la historia. Me dio curiosidad saber como se colo San Nicólas en la celebración del nacimiento de Jesús. Felices fiestas.

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  12. JauriJauriJauri26/12/14 10:02

    Mi voto para una peli de Hollywood 'Santa Claus Begins' dirigida por Javier Fesser.
    Genial artículo, lo he leido en varios tiempos muertos, cual novela pulp

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  13. Gran artículo! Y la referencia a Superman en Obispo de Medianoche, chapeau!

    Y si te animas, haz una reseña del Hobbit... aunque yo lo resumiría en esto: ¡¡¡¡¡GRFTX!!!!!

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