8 de julio de 2020

Reseñas de películas: junio 2020


Estas son las películas que he visto en junio mientras me achicharraba en mi salón. A continuación tenéis las correspondientes reseñas. Y, como digo siempre, si queréis estar al día del cine que voy viendo a lo largo del mes en lugar de esperar a que publique la recopilación mensual, podéis seguirme en Twitter o Letterboxd (o intentar leerme la mente, lo que os sea más fácil).

Sesión salvaje (2020) ★★★½

Entre los años sesenta y ochenta, el cine de explotación español fue una cosa muy grande: western, terror, thriller con quinquis, Pajares y Esteso... Tocaba palos que ahora rara vez asoman la cabeza y que eran carne de videoclub.

Este documental, dirigido por Paco Limón y Julio César Sánchez, repasa esa etapa dorada de la industria cinematográfica con entrevistas a directores, productores y actores de ayer y hoy.

Ojalá fuera una serie documental de varios capítulos, porque me fascina el tema, pero hora y media se me queda corta para tratarlo.

Agárralo como puedas 33 1/3: El insulto final (1994) ★★★

Hubo una época, hará unos veinte años, en la que no había vez que pillara una película de los ZAZ por la tele y no me quedase a verla. Sin embargo, hacía mucho tiempo que no veía la tercera parte de esa saga policíaca y me temía que no hubiera envejecido bien. Y es cierto que, en algunos aspectos, no lo ha hecho; es fácil adivinar en cuáles, así que no voy a entrar en ello, pero digamos que me cuesta concebir que sea posterior a Parque Jurásico de lo chapada a la antigua que me parece en alguna escenas.

Además, me entristece que Leslie Nielsen ya no esté entre nosotros, y soy incapaz de ver a O. J. Simpson haciendo el payaso en pantalla sin pensar en el turbio asunto del asesinato de su exmujer.

Todo lo anterior hace que ya no pueda disfrutar de la película como lo hacía antes, y me toca las narices no poder hacerlo.

Aun así, me temía que la experiencia de revisionado fuera mucho peor. Al margen de esos lastres inevitables, la mayoría de gags de la cinta siguen resonando conmigo, desde la fantástica secuencia de créditos iniciales hasta la accidentada ceremonia de los Óscar, y, aunque preferiría que el balance entre la comedia textual y la visual se inclinase más a favor de la primera, los ZAZ estaban viviendo aún su época dorada; la debacle de los 2000 les quedaba lejos.

Por otro lado, Anna Nicole Smith nunca ha dejado de impresionarme.

Nada más que añadir.

Oldboy (2013) ★★½

Se dice mucho aquello de que tal o cual remake es "innecesario". Personalmente, no creo que haya remakes innecesarios. Y no lo creo por la misma razón por la que tampoco creo que haya remakes necesarios. Ni películas necesarias, podría añadir. A lo sumo, y si hablamos de necesidad, tal vez el cine sea necesario, como medio de expresión artística, actividad de ocio o negocio; pero NINGUNA película hace falta.

Lo que sí creo es que hay remakes que merecen un aborto retroactivo.

No penséis mal. Incluso trabajando por encargo, Spike Lee es un gran director. Y Josh Brolin y la única hermana Olsen buena hacen bien su papel. Mi problema con esta película es que solo podría funcionarme en un mundo en el que no hubiera visto antes la original de Chan-wook Park, y ese mundo no existe.

Aparte del muy respetable ánimo de lucro que persigue cualquier producción de los grandes estudios americanos, hay al menos un par de razones que para mí justifican el rehacer una película: la primera, actualizar la original; la segunda, contar algo distinto a partir de la misma premisa. Y si se combinan las dos, mucho mejor.

La actualización implica necesariamente que haya pasado el tiempo suficiente desde que se estrenó la original como para que la técnica cinematográfica haya evolucionado o, en el caso menos deseable, que se cuente con recursos superiores que permitan que el remake esté técnicamente a años luz de la original.

La Oldboy de Chan-wook Park le saca solo diez años a la Oldboy de Spike Lee, y entre 2003 y 2013 no hay tanta diferencia como para que esa actualización suponga alguna mejora, sobre todo teniendo en cuenta el tipo de filme del que estamos hablando. Es más, la realización, la cinematografía y hasta la banda sonora de la película coreana son muy superiores a las de su homónima yanqui. La película original es poética; el remake, convencional. Y eso por no mencionar que los coreanos dan sopas con honda a los estadounidenses en lo que se refiere a rodar escenas de acción.

En cuanto a lo de contar algo distinto, mejor olvidarlo, porque el remake narra la misma historia casi escena por escena, pero con actores occidentales en lugar de orientales. Ciertamente, la versión de Spike Lee cambia la motivación del protagonista, simplificándola para mal, y, dentro de lo horripilante que es todo lo que ocurre, tiene un final más feliz y, por tanto, inconsecuente; pero, en realidad, lo único que busca con ahínco es deshacerse de aquellos aspectos culturales con los que el público occidental quizá no conecte para evitar su confusión. Y, en mi humilde opinión, que el motivo principal para rehacer una película sea poder venderla mejor entre el público al que te diriges porque hay más gente muy cerrada de mente, incapaz de hacer el esfuerzo de entender otras culturas, es tan triste como insultante.

Campeón de campeones (1989) ★★★

No me puedo creer que hasta hace dos días no hubiera oído hablar de la saga Best of the Best, creada y protagonizada por el coreano Phillip Rhee, al que quizá recordéis de... ninguna otra película, realmente. Pero estoy convencido de que, en un universo alternativo, interpretó a Liu Kang en una adaptación de Mortal Kombat todavía más cutre que la que conocemos.

La primera de las cuatro partes de la saga trata sobre un grupo de campeones de kárate estadounidenses que entrenan para enfrentarse a sus homólogos coreanos en un torneo de taekwondo. No, yo tampoco lo pillo, pero ya os podéis imaginar cuánto importa la trama en una película en la que el clímax consiste en dos tipos arreándose guantazos y coces hasta que apenas se sostienen de pie.

Esta es una lista de alicientes para verla: Eric Roberts, fibroso y con pelaso, creyéndose que es el protagonista hasta que cae en la cuenta de que solo es el Jack Burton de Phillip Rhee; Chris Penn, el hermano fondón de Sean Penn, intentando dar el pego como campeón de kárate y fracasando miserablemente ante nuestros ojos cada vez que realiza cualquier tipo de actividad física; James Earl Jones en el papel de entrenador duro, pero que en el fondo tiene buen corazón, siendo innecesariamente estricto y gritón con su equipo; un antagonista tuerto que provoca que a los niños se les caiga el helado al suelo; una psicóloga deportiva que se presenta a trabajar con traje y taconazos, y habla de ser mujer como un hándicap; más montajes de entrenamiento que todas las películas de la saga de Rocky juntas; Kane Hodder, el Jason Voorhees de cuatro entregas de Viernes 13, haciendo de matón de bar para que nuestros protagonistas se luzcan de forma muy poco civilizada; y una banda sonora repleta de temazos que no has oído nunca y de los que ni siquiera te acordarás mañana, como Tales of Power y otros que ya he olvidado.

Si os gustan las historias de competiciones de artes marciales, esta es una cinta disfrutable y con los pies puestos en la tierra que, además, se eleva en su tramo final gracias a un emotivo desenlace que subvierte tus expectativas y que, de haberse detenido a tiempo, habría sido redondo en lugar de simplemente bueno-pero-un-poco-tonto.

Campeón de campeones 2 (1993) ★★★½

De la competición formal y honorable que enfrentó a los Estados Unidos y Corea en el capítulo anterior, inesperadamente sobria, pasamos ahora a ser un espectador más de los combates clandestinos del Coliseum, donde tiarrones cachas untados de aceite luchan a muerte por dinero y gloria. ¿Quién quiere ver una historia de superación y triunfo cuando puede unirse a Tommy Lee en su regreso al cuadrilátero para vengar a su mejor amigo?

Menos el peinado de Eric Roberts, que ha reemplazado su alucinante melena por un aburrido corte de pelo con raya al lado, en esta secuela todo se vuelve más entretenido, intenso y estúpido. Phillip Ree está el doble de mazado, las peleas son el triple de violentas, las hostias resuenan el cuádruple de fuertes, los agujeros de guion son el quíntuple de grandes, y el personaje de Chris Penn está completa y drásticamente muerto. También hay muchas mujeres sexis bailando en barras y paseándose en ropa interior con lentejuelas, no vaya a ser que el varón aficionado al cine de artes marciales, heterosexual hasta la médula, se cambie de acera ante la deslumbrante visión de todos esos cuerpazos masculinos esculpidos en mármol.

En línea con el tono del filme, los villanos de la función son tan ridículos como deleitosos. Por un lado, tenemos al cantante Wayne Newton como el embaucador presentador del espectáculo, un tipo que vive Las Vegas por cada poro de su piel y hasta la punta de su engominado tupé color betún, y, por otro lado, al behemot alemán Ralf Moeller como Brakus, el campeón invicto del Coliseum, regresando a la gran pantalla tan solo un año después de haber servido a las órdenes de Dolph Lundgren contra Van Damme en Soldado universal.

La película sufre un ligero bajón de ritmo cuando nuestros héroes se retiran al desierto con la familia india que crió a Tommy Lee (de ascendencia oriental) para esconderse de los hombres de Brakus y prepararse para el mortal reencuentro. Bajo el sol abrasador, cultivan cuerpo y espíritu con los consabidos montajes de entrenamiento y la ayuda de un Sonny Landham en horas bajas. Por suerte, la absurda preparación, con lisérgicos rituales tribales incluidos, se ve interrumpida a tiro limpio por la trama principal, cansada de esperar a que se acordasen de ella. A partir de ahí ya no hay lugar para el aburrimiento, solo para un aluvión de castañas y mamporros.

No le deis más vueltas: si lo vuestro son las películas de artes marciales como Contacto sangriento o Kickboxer, Campeón de campeones 2 está hecha para vosotros. Son los noventa en tu cara y con el rebufo de los ochenta apoyando su prieta retaguardia.

P. D.: Pensaba que en la primera parte Eric Roberts movía los brazos como una marioneta al correr por la vieja lesión de hombro que sufre su personaje, pero en esta película no la mencionan nunca y sigue moviendo los brazos como si fueran de goma y no supiera qué hacer con ellos. He llegado a la conclusión de que aprendió a correr observando a la rana Gustavo.

P. P. D.: Kane Hodder vuelve a hacer un papel secundario, esta vez como guardia de seguridad del Coliseum. Me gustaría pensar que interpreta al mismo personaje que en la primera parte y que, desde que tiene este trabajo, ya no busca camorra en los bares y su vida ha mejorado. Pero al final se cruza en el camino de los buenos, le clavan una mano a una puerta y le dan una buena tunda. Nació para recibir.

Campeón de campeones 3: La ley del odio (1995) ★★½

En estos tiempos convulsos, en los que el movimiento #BlackLivesMatter se ha reactivado y resuena con fuerza en todo el mundo, ver a Phillip Rhee retomar el papel de Tommy Lee para patear el trasero de una milicia de supremacistas blancos es tremendamente satisfactorio.

Tras una secuela que abogaba por el uso de anabolizantes, pero aún conservaba la temática propia del subgénero de torneos de artes marciales, la saga abandona sus raíces para convertirse en una cinta de acción más convencional, con tiroteos, persecuciones y explosiones que no vienen a cuento. La ración de guantazos y patadas voladoras sigue siendo generosa, pero ya no hay duelos entre expertos en artes marciales que enciendan nuestro ardor con su homoerotismo exaltado.

El argumento es simple: Tommy visita a su hermana en la pequeña comunidad rural en la que vive con su marido y su hijo, y se encuentra el lugar atemorizado por un facsímil de la Nación Aria, un grupo neonazi de cristianos separatistas blancos que dedican su tiempo libre a quemar iglesias y linchar "negros, mulatos y amarillos". Adorables, ¿verdad?

Aunque su amigo Alex no le acompaña en esta ocasión (Eric Roberts prefirió trabajar en Sombra en la carretera junto a Lance Henriksen; sabia decisión), Tommy no parece echarlo de menos. Ahora es menos Liu Kang y más Kenshiro, un guerrero solitario que lucha contra la opresión y la injusticia allá donde va. Y si de paso se liga a la profesora sexi de su sobrino mientras reparte cera, pues todavía mejor.

Además, ¿quién iba a decirle que el secreto para recuperarse del trauma provocado por el homicidio involuntario que cometió en el capítulo anterior sería emprender el asesinato en masa de varias docenas de paletos racistas? Inesperado, sí; pero gratificante.

Mensaje social y político aparte (que no es poco aparte), lo que tenemos aquí es la típica película de acción de la época, cargada de testosterona y pirotecnia, y entretenida pese a sus defectos. Para mí su principal problema, lo que me hace restarle puntos, es que intenta ser al mismo tiempo divertida y dramática. Lo siento, película; pero no puedes dejar a un niño huérfano, matar a un perro y mostrar un intento de violación, y pensar que voy a estar de humor para dar palmas cuando vea al héroe sudoroso y sin camiseta pegando tiros y volando cosas por los aires.

Aun así, la combinación de momentos serios con momentos descerebrados no chirría tanto como para cargarse la cinta, que funciona mejor de lo que debería. La acción al menos es espectacular.

P. D.: Al parecer, entre 1993 y 1995, Kane Hodder abandonó su trabajo como guardia de seguridad en el Coliseum para alistarse en este grupo ario. Obvia decir que fue una mala decisión.

Campeón de campeones 4: Sin aliento (1998) ★★½

Phillip Rhee regresa como el experto en artes marciales Tommy Lee, ahora viudo y con una hija pequeña, para enfrentarse a la mafia rusa mientras intenta evitar que la policía lo detenga por un crimen que (más o menos) no cometió. ¿Conseguirá salir con vida de este embolado? Y, lo que es más importante, ¿cumplirá la promesa que le hizo a su hija de prepararle su tarta favorita?

Compartiendo pantalla con Rhee tenemos al cazafantasmas Ernie Hudson haciendo de policía rudo y antipático, y a Jigsaw como jefe mafioso ruso aficionado al golf. Siempre es agradecido ver rostros conocidos en películas de las que ni siquiera habías oído hablar.

Sin embargo, hablar de la saga Campeón de campeones es hablar de Phillip Rhee. La historia de la primera parte está inspirada en su vida (en 1980 compitió en el equipo estadounidense de taekwondo contra Corea del Sur en los Juegos Asiáticos), y Rhee no solo produjo los cuatro filmes de la saga (aunque no en solitario), sino que incluso hizo su debut directorial con el tercero. No contento con eso, en esta cuarta parte produce, escribe, dirige y protagoniza la película, ¡el paquete completo!

Ahora bien, no interpretéis su labor detrás de las cámaras como garantía de continuidad. Más allá del nombre del personaje y de su habilidad para dejar nudillos y suelas de zapato marcados en cuerpos ajenos, aquí no encontraréis ninguna conexión con los capítulos anteriores. De hecho, si asumimos que todas estas historias se desarrollan en el mismo año en el que se estrenaron o distribuyeron las correspondientes películas, tendríamos que reconocer que cuando Tommy estaba curtiendo el lomo a los neonazis de la tercera parte y flirteando con la profe de su sobrino, ya tenía esposa e hija. ¡Menudo héroe estaría hecho!

De lo que sí es garantía su participación en cada una de estas secuelas es de entretenimiento. A Rhee se le dan bien dos cosas: dar somantas de palos y hacer cine de acción. Aunque no innova, sabe lo que se trae entre manos y cómo mantener al público atento a la pantalla.

La cara fea de la moneda es que el resultado no es memorable, solo aceptable. Mantiene la atención, pero no emociona. Confieso que mi escena favorita ni siquiera tiene tiros o explosiones, sino que apela a mi lado más sensiblero (no descarto que, de no haber tenido los ojos secos por falta de sueño, se me hubiera caído una lagrimilla cuando la hija de Tommy deja escapar unos globos para que lleguen hasta su madre, que descansa en paz en el cielo).

Eso sí, para un directo a vídeo, y si te gusta el cine de acción de los noventa, está bien.

En cualquier caso, me alegro de haber descubierto esta saga. Incluso me he encariñado con ella. Espero que más gente lo haga para no ser el único idiota.

Los elegidos (1999) ★★½

Si me proponen ver una película sobre dos irlandeses católicos y tarados que, un buen día, deciden convertirse en justicieros y despachar a todos los mafiosos de Boston, y a eso le sumamos un Willem Dafoe desatado, histriónico a más no poder, haciendo de agente gay del FBI, ¿cómo negarme a verla?

Sin embargo, y aunque la premisa me llamaba la atención a gritos, no he conseguido entrar en la película.

Una historia como esta en manos del Quentin Tarantino de Reservoir Dogs o Pulp Fuction habría podido ser la repanocha, un divertimento violento e ingenioso cargado de acción y frases para el recuerdo. Pero Troy Duffy no es Tarantino y no sabe sacarle partido a su idea ni acaba de abrazar y celebrar su extravagancia. Los diálogos no tienen chispa, las escenas de tiroteos y de investigación criminal son repetitivas y cansinas, y todo se queda a medio gas.

Al final tenía la impresión de haber visto tres o cuatro episodios seguidos de una teleserie de los noventa. Y eso no es lo que buscaba.

Sherlock Holmes y el arma secreta (1942) ★★

Mark Gatiss y Steven Moffat no fueron los primeros en traer a Sherlock Holmes a la actualidad. Ni siquiera los segundos. O los terceros. De hecho, las primeras adaptaciones del personaje de Arthur Conan Doyle, realizadas allá por los años treinta, ya llevaban al famoso detective de la calle Baker a la época contemporánea. Era más barato de rodar.

El perro de los Baskervilles, de Sidney Lanfield, fue la primera película de Sherlock Holmes en desarrollarse en la Inglaterra victoriana en la que tenían lugar las historias originales. Entre 1939 y 1946, sus protagonistas, Basil Rathbone y Nigel Bruce, hicieron respectivamente de Holmes y Watson en catorce largometrajes. ¡Catorce! Que nadie os diga que las franquicias cinematográficas son una moda de ahora, porque tienen tantos años como el cine.

Sin embargo, aunque forma parte de esa serie de películas, Sherlock Holmes y el arma secreta no se desarrolla en la era victoriana, sino en la actualidad. En la actualidad de antaño, quiero decir, esto es, en los años cuarenta. Es una película de espionaje de la II Guerra Mundial.

En efecto, es justo lo que estáis pensando: en esta cinta, Sherlock Holmes se enfrenta a los nazis. Y, por si eso fuera poco, también tiene que lidiar con su archienemigo el profesor Moriarty, que tiene un ábaco supercuco con bolas en forma de calaveras.

Lo sé, suena maravilloso.

Pues bien, la película dura 67 minutos y me quedé dormido no una, sino dos veces viéndola. ¿A quién culpo yo de eso?

Goofy e hijo (1995) ★★★★

No veía esta película desde que mi padre la compró en VHS. De eso hará, calculo, unos doscientos años. Por lo tanto, he sido el primer sorprendido en recordar mucho más de lo que me esperaba. Supongo que haber tenido la adaptación en cómic y releerla varias veces ayudó a mantener la historia fresca y fijarla en mi memoria. Sin embargo, no creo que haya sabido apreciar esta cinta en su justa medida hasta ahora.

Los dibujos y la animación no pueden ni por asomo competir en calidad con los clásicos Disney (el año anterior se había estrenado nada menos que El rey león, ponte TÚ a competir con eso), pero dudo que fuera su intención hacerlo. Este era el otro tipo de cine que hacía Disney en la década de 1990. ¿Quién no recuerda también Patoaventuras la película: El tesoro de la lámpara perdida? O... eeeh... ¿El retorno de Jafar? Corramos un tupido velo.

Lo que tenemos aquí es una historia sencilla, entrañable y muy divertida, con un tema central con el que cualquiera que sea padre o no se haya saltado de golpe la adolescencia podrá sentirse identificado. A los trece años, empatizas con Max y entiendes a Goofy. A partir de los treinta, entiendes a Max y empatizas con Goofy. Y que la película sea capaz de dirigirse al mismo tiempo y con el mismo acierto a jóvenes y adultos es sin duda su mayor logro. La relación entre padre e hijo y el conflicto generacional están desarrollados con un tino y un sentido del humor impresionantes, y la forma en que todo se resuelve me reconforta.

Aparte de eso, los gags son hilarantes (¿alguien puede aguantarse la risa cuando el Pies Grandes escucha a los Bee Gees?), Max y Roxanne me parecen adorables como pareja (¡sin ser yo de romances!) y las canciones consiguen que me entren ganas de bailar. If we listen to each other hearts, we'll find we're never too far apart.

El tiempo se ha portado bien con Goofy e hijo y me alegro de haberla vuelto a ver con una perspectiva diferente. Pero ¿POR QUÉ NARICES NO SE PONEN EL CINTURÓN DE SEGURIDAD EN EL COCHE?

Ale, ya lo he dicho.

Atrapa a un ladrón (1955) ★★

Mucho se ha criticado a Adam Sandler por producir películas como excusa para irse de vacaciones pagadas con su familia y sus amigotes a destinos de lujo, pero lo que no suele decirse es que Alfred Hitchcock le llevaba décadas de ventaja.

Hitchcock era un comodón. Rodar en exteriores le daba pereza y prefería trabajar en el ambiente controlado del estudio. Tenía alergia al esfuerzo. Eso es un hecho.

¿Por qué se tomó entonces la molestia de volar con su equipo hasta el sur de Francia y pasar allí todo el verano? Porque después de terminar la postproducción de La ventana indiscreta, le apetecía tomarse unas vacaciones. Y si podía hacerlo sin poner ni un solo penique de su bolsillo, pues mejor.

Sobre el papel, la película trata sobre un ladrón de guante blanco, ya retirado, que, para demostrar su inocencia, tiene que atrapar a un ladrón que está imitando su modus operandi. Sobre el celuloide, Cary Grant y Grace Kelly pasan en Cannes las mejores vacaciones de su vida. Cuando la pareja no está disfrutando de la estancia en un hotel de cinco estrellas, tomando el sol en la playa o bañándose en las cálidas aguas del Mediterráneo, está de pícnic por la rivera francesa.

Se supone que Atrapa a un ladrón es una cinta de misterio, pero no hay intriga ni tensión que mantengan el interés del aficionado a los thrillers. Más bien parece una fantasía romántica para ricachones. La clase de fantasía en la que Brigitte Auber, con casi treinta años, interpreta a una adolescente supuestamente mucho más joven que Grace Kelly. Incluso la perversión habitual del director está ausente, desplazada por insinuaciones sexuales tan sutiles como "¿Prefiere muslo o pechuga?".

No voy a edulcorar mi opinión: cuando, a mitad de una película, me corto las uñas de los pies no es porque esté precisamente cautivado.

Por decir algo bueno, me gusta la secuencia de apertura, con ese corte abrupto del escaparate de una agencia de viajes a una mujer gritando en primer plano. Lástima que eso sea lo más hitchcockiano de toda la cinta.

El reportero: La leyenda de Ron Burgundy (2004) ★★½

Hay pocas películas de Will Ferrell que me gusten, normalmente porque su sentido del humor no va conmigo. Puede sacarme una sonrisa cuando hace humor seco (tiene la cara adecuada para ello, sobre todo con bigotón), pero cada vez que se suelta y se pone en modo payaso sobreactuado lo único que consigue es provocarme vergüenza ajena.

Esta película, firmada por el propio Ferrell y el director Adam McKay, recurre a ambas facetas del actor y las extrapola al resto de personajes y situaciones sin lograr congraciar ambos estilos de humor. Por un lado, tenemos una comedia satírica que ridiculiza la masculinidad tóxica utilizando las noticias locales de la década de 1970 como colorido telón de fondo, y, por otro lado, una parodia absurda que encajaría mejor en una producción de los ZAZ. El primer estilo me funciona como la seda; el segundo, no.

No es que me disguste el humor absurdo, pero la película tarda demasiado en mostrar sus cartas. La primera media hora está centrada en la sátira, y, si bien se codea con el esperpento en más de una ocasión, nunca llega a rebasar el límite de lo posible. En cambio, a partir del momento en el que Ron Burgundy y Veronica Corningstone se van a cenar juntos a Tino's, los disparates no solo rebasan ese límite, sino que entran de lleno en el terreno del cartoon (literalmente, en un caso).

Jamás se me ocurriría sugerir que no puedan combinarse diferentes estilos de humor en una obra, pero aquí el salto es tan tardío, brusco y aplastante que, al menos a mí, me obliga a cambiar de chip para volver a entrar en el juego. Me gustaría poder ignorar ese traspiés estructural para disfrutar por igual de la parte absurda de la propuesta, pero no puedo. Soy demasiado cuadriculado, y cuando veo una comedia necesito tener claro desde el principio si van a tratarme como un espectador medianamente inteligente o apelar a mi estupidez.

Dicho esto, la cinta dispara tantos chistes y gags que, por fuerza, acaba tocando mis barcos y hundiendo mi portaaviones e incluso uno de mis acorazados. Esto deja mis defensas bajo mínimos y me hace propenso a la carcajada fácil. ¿Y cuál es el principal criterio para valorar una comedia? Precisamente cuánto te hace reír. Y por eso le doy dos estrellas y media, y no una.

Los amos de la noticia (2013) ★★½

Si algo aprecio en una comedia es la honestidad, y esta comedia es honestamente estúpida. Lo es a conciencia y desde el principio. Lo suyo es el chiste fácil y no se avergüenza de ello. No hay engaño ni traición. Su planteamiento es el que es, absurdo y ridículo, y puedes comprarlo o no.

Es cierto que en alguna parte entre la historia de cómo Ron Burgundy aprende a ser mejor persona (otra vez) y el tropel de gags demenciales e incómodos, hay una crítica sobre la peligrosa deriva de las noticias hacia el mundo del espectáculo; pero la sátira está tan diluida en el maremágnum humorístico que no sé ni por qué se tomaron la molestia de introducirla. Supongo que querían contar algo con enjundia y no solo hacer chistes sobre murciélagos empanados fritos. En cualquier caso, la propuesta cómica es coherente consigo misma.

¿Me ha gustado entonces más esta película que la primera parte? No lo sé. Tendría que volver a ver las dos para aclarar mis ideas, y no tiene pinta de que eso vaya a ocurrir pronto. Podría decir que me ha hecho más gracia en su conjunto y que, por tanto, para mí funciona mejor como comedia; pero eso no significa gran cosa si sigue habiendo momentos que no soporto y además me sobra media hora de película (la subtrama romántica que protagonizan Steve Carell y Kristen Wiig expone ambos problemas a la perfección, porque es especialmente innecesaria e insufrible).

Por suerte, lo único que esperaba de ella es que me entretuviera un rato y me hiciera reír con algunos chistes, y en ese sentido no me ha decepcionado.

Beowulf (2007) ★★★½

Esta película ya era un ejemplo del fenómeno del valle inquietante cuando salió, y ahora que sus recreaciones digitales parecen un videojuego de hace dos generaciones, desde luego no se puede decir que eso haya cambiado. Sencilla y llanamente no entra por los ojos. Pero si uno muestra misericordia y transige con el aspecto visual, Beowulf es una cinta de aventuras que merece mucho la pena, épica en el sentido puro del término y con toques pulp.

El poema original, innominado y anónimo, tiene gran valor histórico, pero escaso valor narrativo. La historia, aunque tiene todos los rasgos de los grandes mitos y seguro que fue un superventas en el siglo X, es bastante simple. El rey danés Hrothgar tiene por vecino un trol monstruoso llamado Grendel, que no soporta los ruidos. Cada vez que el rey monta una fiesta en su gran salón, el trol, en lugar de llamar a la policía, se presenta allí y redecora el lugar con la sangre y vísceras de los convidados. Beowulf, un guerrero gauta, llega para solucionar el embolado y, tras un fiero combate, cercena un brazo a Grendel y lo cuelga en el gran salón como trofeo. El monstruo huye herido de muerte y palma. Su madre, una bruja que vive en un lago, se venga asesinando a uno de los hombres de Beowulf, y este, en contravenganza, le da matarile y se lleva la cabeza de su hijo como souvenir. ¡Hurra! Décadas más tarde, ya achacoso y siendo rey de los gautas, Beowulf lucha contra un dragón churruscaovejas y ambos espichan durante el combate. Fin.

El guion del filme de Zemeckis, firmado por Neil Gaiman y Roger Avary, respeta los puntos clave del poema anglosajón, pero da un giro a la historia, confiriéndole más peso dramático y ahondando en el pathos de los personajes. Beowulf es arrogante y falible, y se convierte en víctima de su propia lujuria y ambición, como le ocurrió a Hrothgar antes que él y podría ocurrirle a Wiglaf tras su muerte. En el último acto del filme se redime (si no, qué cuernos de mito deprimente sería este), pero el hecho de que cometa un pecado y cargue con él en su conciencia hasta el momento de su redención hace de él un héroe mucho más interesante que su versión lírica matamonstruos. La culpa es además un concepto que encaja perfectamente en el marco religioso de la historia, ya que esta refleja el periodo de transición entre el viejo mundo nórdico politeísta y el nuevo mundo cristiano monoteísta.

Por supuesto, lo anterior no quita para que en la película haya también una buena ración de mamporros y monstruos, porque si hay algo que no puede negársele a Zemeckis, es su solvencia para entretener. La acción es espectacular, grotesca y, cuando el tono de la escena lo permite, hasta juguetona. ¿En cuántas películas habéis visto al héroe pelear a puñetazo limpio y en pelota picada contra un trol de cuatro metros?

Por último, y aunque no suelo hablar de la música, tengo que hacerlo en este caso. Junto a las bandas sonoras de Conan el bárbaro, de Poledouris, y de Alejandro Magno, de Vangelis, la compuesta por Alan Silvestri para esta película puede ser una de las que más veces he escuchado. Es vibrante, potente y traslada al espectador a una época de grandes leyendas y mitos.

¿Habría tenido Beowulf más éxito si se hubiera rodado con actores de carne y hueso en lugar de recurrir a muñecotes de plastilina informática? Tal vez, pero sin duda Zemeckis habría tenido más dificultades para rodar con la libertad que lo hizo, y quizá el resultado habría sido peor. No obstante, es verdad que hay que ser capaz de ver más allá de esos gráficos computerizados para disfrutarla. Por suerte, yo lo hago.

Los bárbaros (1987) ★★★

Hay una frase que, para mí, resume a la perfección la estupidez y al mismo tiempo el encanto de esta producción italoamericana producida a rebufo de Conan el bárbaro. Cuando los impúberes gemelos Kutcheck y Gore, con el paso de los años y gracias a un estricto régimen de trabajos forzados en la Fosa, se convierten en los musculosos hermanos bárbaros que dan título a la película, el narrador nos explica su transición a la edad adulta en los siguientes términos:

"Crecieron hasta hacerse hombres, pero no unos hombres normales... ¡Bárbaros!".

En efecto, en esta cinta la barbarie no depende de la pertenencia a un determinado pueblo, generalmente considerado incivilizado, sino que se adquiere en el momento en que uno se deja crecer la melena, se machaca en el gimnasio hasta tener cuerpo de culturista y va por ahí en taparrabos con el vello corporal depilado y cada centímetro de piel untado en aceite.

Es cierto que la historia es simplona y tiene un tropel de sinsentidos, y la actuación de David y Peter Paul, ya estén repartiendo sopapos o aullando como gorilas en celo, es inefable; pero no puedo sentir más que cariño por una propuesta tan entretenida como ridícula y que abraza la estética y los clichés del subgénero con total naturalidad.

Aunque los rangos interpretativos del reparto oscilan entre el algarrobo común y el modelo de revista de fitness (siendo el algarrobo común el nivel más alto de la escala), todos los actores parecen estar pasándoselo en grande, y su disfrute es contagioso.

Además, a pesar de la evidente limitación de medios, los decorados, el vestuario e incluso los monstruos denotan cierta creatividad y lucen vistosos. Estoy convencido de que el equipo a cargo del diseño de producción hizo el mejor trabajo posible con los recursos de que disponía, y es fácil imaginar lo bien que podría haber quedado todo con un poco más dinero.

Llegados a este punto, podría empezar a comentar una escena grandiosa tras otra; pero la conclusión sería la misma: Los bárbaros es una película de espada y brujería divertida, repleta de carne prieta y oleosa de buen ver, e infinitamente más ligera en tono que el popular filme de Milius. Ni aburre ni decepciona. Y esta es la clave del buen cine de serie B.

Clave: Omega (1983) ★★½

No puedo decir que el título español de la última película de Sam Peckinpah sea engañoso, pero no me cabe duda de que es intencionadamente más atractivo que el original. Nadie vería una cinta titulada El fin de semana de Osterman sin una buena razón, aunque, de los dos títulos, y contra todo pronóstico, es el que mejor describe esta historia pulp de venganza travestida de sobrio thriller de espías.

En todo caso, los nombres del reparto llaman la atención: Rutger Hauer, John Hurt, Craig T. Nelson, Meg Foster, Dennis Hopper, Chris Sarandon, Burt Lancaster... Pero no os hagáis ilusiones. Ni siquiera todos estos actores juntos consiguen salvar un proyecto rodado por un Peckinpah al que el alcoholismo y la drogadicción habían dejado tambaléandose al borde de la tumba.

La primera media hora de película es innecesariamente liosa y difícil de seguir, pero, si no me equivoco, el meollo del asunto es que la CIA se ha propuesto convertir en agentes dobles a tres tipos que supuestamente trabajan para el KGB. ¿Cómo? Avivando su paranoia mientras pasan el fin de semana en el chalet de un amigo común. En ningún momento me dio la impresión de que este plan pudiera llegar a buen término, pero lo que yo piense importa un pimiento, porque resulta que la historia no va de eso. Tras hora y pico de película, la verdadera trama se revela en una sucesión de escenas de acción en las que los "héroes" se defienden con arcos y ballestas de agentes profesionales armados con pistolas ametralladoras con mirilla láser. Y es lo mejor que podía pasar, porque todo lo anterior es confuso y aburrido.

Aun así, es fácil reconocer la mano de Peckinpah en los temas que trata la cinta, y, por si no estábamos atentos, el mensaje que el personaje de Rutger Hauer dirige al público en el anticlimático desenlace nos lo deja muy claro:

"Como todos ustedes saben, la televisión es un vehículo que conduce a entremezclar la realidad y la fantasía. Si usted quiere regresar a la realidad, pare el televisor. Es muy fácil. Se hace con la mano y con lo que les quede de su voluntad".

A mí ni siquiera me hizo falta apagar el televisor para regresar a la realidad. Llegado cierto punto, el aburrimiento me hizo desconectar sin pretenderlo. Para entretenerme, intenté recordar en qué películas había visto últimamente a Meg Foster. Conté solo dos: Furia ciega y la segunda parte de Campeón de campeones. Luego me pregunté dónde más había visto sus ojazos de azul alienígena y me acordé de su papel de villana de tapadillo en Están vivos. También fue la perfecta Evil-Lyn en Masters del Universo.

Ojalá hubiera visto Están vivos o Masters del Universo.

Toc toc (2015) ★★

En este remake de Los sádicos dirigido por Eli Roth, el buenazo de Keanu Reaves interpreta a Evan, un amado esposo y padre de familia, también arquitecto y expinchadiscos, que se queda solo en casa un fin de semana y comete el error de dejar entrar a dos chicas que se han extraviado. Ellas son clavaditas a Lorenza Izzo y Ana de Armas, y Evan no está "acostumbrado a chicas tan abiertas", así que ocurre lo inevitable. Sin embargo, el sueño de cualquier hombre heterosexual sin principios morales ni una pizca de sentido común se convierte en una pesadilla cuando las chicas se revelan como unas locas de atar y deciden quedarse con él. Entonces comienza el auténtico thriller, solo que aquí, en vez de suspense, lo que hay es mucha guasa, porque es imposible tomarse el papel de Keanu Reaves en serio y, por tanto, tampoco la película.

Seré claro: no entiendo por qué querría alguien hacer un remake de Los sádicos siguiendo punto por punto la trama original, pero cargándose el tono de intriga con unas actuaciones ridículas e irrisorias, y cambiando el impactante e inesperado final por una ristra de payasadas que no vienen a cuento.

Dicho esto, el fiasco no se debe solo a la mala dirección de actores ni a un final bochornoso e insatisfactorio, sino a que todo lo que ocurre en la película desde que las cosas se tuercen es frustrante. Ese es el inconveniente de escribir un guion en el que no puedes empatizar con ningún personaje. ¿De qué lado queréis estar?, ¿del lado del hombre que no toma ninguna buena decisión nunca y es incapaz de reconocer su culpabilidad, o del lado de las chicas que están como un cencerro y le arruinan la vida? Lo inteligente quizá habría sido jugar con las expectativas del espectador y convertir a la víctima en el villano, y a sus agresoras, en justicieras (él, representante de un mal social endémico; ellas, las defensoras trastornadas de un ideal superior); pero si eso es lo que intenta, desde luego le faltan ingredientes, porque le sale fatal.

Además, aunque no soy un maniático del orden ni de la limpieza, todo tiene un límite, y ver vandalizada una casa tan bonita, pulcra y ordenada me pone de los nervios.

Red Riding 1974 (2009) ★★★½

En esta primera parte de la trilogía policíaca basada en las novelas de David Peace y producida para la televisión inglesa, el espigado Andrew Garfield, con pelazo y patillas currojimeneras, interpreta a un reportero novato que investiga las desapariciones de varias niñas en la región de Leeds. Aunque la policía descarta que los crímenes estén relacionados, su instinto periodístico le dice lo contrario.

Como suele ocurrir en estos casos, cuanto más descubre, más se complica la trama y más palizas disuasorias recibe. Esto no sería un problema si él fuera un rudo detective privado de Los Ángeles, pero como es un reportero enclenque del Yorkshire Post, lo lleva un poco peor. Mirándolo por el lado bueno, son los años setenta; al menos puede salir a la calle con camisas de cuello abierto y pantalones de campana sin que le señalen con el dedo.

La película gustará a los aficionados al género policíaco y a las historias de cocción lenta que estallan al final. Eso sí, todo en ella es gris y desolador, así que hay que verla con el ánimo adecuado. Yo tuve que tragarme seis episodios seguidos de The Office para compensar el bajón. Con uno habría bastado, pero me gusta mucho The Office.

Red Riding 1980 (2009) ★★★

Nuevo caso, nuevo protagonista, mismo ambiente opresivo. En la segunda parte de la trilogía Red Riding, el subjefe Peter Hunter se une a la policía local de Yorkshire para atrapar a un asesino en serie que lleva años eludiendo a la justicia. Al mismo tiempo, deberá investigar discretamente el motivo de que el caso aún no se haya resuelto, porque quizá el problema vaya más allá de la incompetencia del equipo.

Aunque el cambio de profesión del protagonista, de reportero a policía, me hizo pensar que esta película tendría un enfoque más cercano al típico thriller procedimental, en realidad sigue los mismos derroteros que su antecesora: la búsqueda del asesino es accesoria, y la verdadera trama gira en torno a la corrupción de las autoridades. De este modo, volvemos a meternos de lleno, e incluso con más profundidad, en un mundo en el que los valores morales no solo no tienen cabida, sino que se castigan.

Personalmente prefiero los thrillers policíacos en los que el investigador carismático de turno mide su intelecto con el de su elusivo rival, esto es, centrados en la resolución del crimen; pero eso no le resta valor a esta producción, que, como poco, es igual de buena que la anterior. La única razón por la que me gusta un poco menos es porque encuentro más entretenido como protagonista a Andrew Garfield que a Paddy Considine, siendo ambas actuaciones igual de encomiables.

En todo caso, y con independencia de dónde ponga el foco la película, esta exige un alto nivel de atención, y si uno quiere conocer el percal, no puede despistarse ni un minuto, mucho menos quedarse roque como me pasó a mí. No me juzguéis. Acababa de comer y hacía calor.

Red Riding 1983 (2009) ★★★½

Ambicioso y satisfactorio cierre de la trilogía de Red Riding, cuya fecha coincide además con mi año de nacimiento, lo que la convierte automáticamente en la mejor de las tres partes.

Esta última entrega trae una pizca de esperanza al desolador panorama pintado por sus predecesoras y, sirviéndose de la desaparición de otra menor como motor de la trama, ata los cabos sueltos de la saga de forma coherente y conclusiva. Recurre para ello a tres puntos de vista diferentes: el del inspector Maurice Jobson, que tiene un sentimiento de culpa de aúpa; el del abogado John Piggot, cuyas indagaciones sobre la menor desaparecida le llevan a remover el mierdoso pasado del pueblo; y B. J., un prostituto víctima del tinglado que tienen aquí montado y que ha decidido vengarse.

Preferencias aparte, solo después de ver esta película puede uno darse cuenta de lo bien hilada que está toda la historia. La información está perfectamente distribuida a lo largo de los tres capítulos para que cada uno de ellos sea un puzle en sí mismo y a la vez una pieza de un puzle mayor. Es como un tríptico en el que cada hoja puede observarse de forma separada, pero cuya plena complejidad y belleza solo puede aprehenderse desplegándolo para contemplar la pintura al completo.

En un mundo ideal, volvería a ver inmediatamente esta trilogía desde el principio, sabiendo ya cómo acaba, para captar y disfrutar de cada matiz y conexión entre las tres películas. Sin embargo, en el mundo real, donde el tiempo es oro, eso no va a ocurrir. Aun así, si llega el día de revisitar el condado de Yorkshire, lo haré con una perspectiva diferente, porque ahora sé que hay luz al final del túnel y que no necesito arramplar con todo el Omeprazol de la farmacia.

Festival de la Canción de Eurovisión: La historia de Fire Saga (2020) ★★★½

Os aseguro que después de ver la trilogía de Red Riding (o, como yo prefiero llamarla, la experiencia audiovisual más gris y desalentadora del año), necesitaba relajarme con una película que no supusiera el menor reto intelectual y fuera divertida. [Título larguísimo] ha cumplido ambos requisitos a la perfección. Es una tontuna superlativa, pero la clase de tontuna superlativa que me levanta el ánimo y me reconcilia con el mundo.

Aunque la historia es sencilla y predecible, casi de plantilla, la premisa es atractiva y está desplegada con un acierto notable, manteniendo durante todo su desarrollo un buen equilibrio entre el humor estúpido y el sentimentalismo barato. La cinta no se conforma con ser una extravagante parodia-tributo del famoso festival europeo, sino que tiene corazón, y consigue que simpatices con los personajes de Will Ferrell y Rachel McAdams desde el primer momento. Lars y Sigrit son raros y adorables, y habría que ser un auténtico Grinch para no apoyar a dos cantantes aficionados de un pueblecito pesquero islandés en su ridículo sueño de ganar Eurovisión.

¿Te partes de risa con los chistes? La respuesta depende de uno mismo. Para mí, esta es una comedia simpática más que de puntazos, de sostenerte la sonrisa más que de arrancarte la carcajada; pero al menos puedo decir que no he sentido vergüenza ajena en ningún momento; algo que, con Will Ferrell al volante, nunca descarto.

La representación de Eurovisión es un fiel reflejo de la realidad y, aunque algunas reglas se las pasan por el forro (si esto os preocupa, hacéoslo mirar), los números musicales son de una certeza documental intachable. Hay luces brillantes, purpurina, vestidos de gala, mallas ajustadas, tipos disfrazados de fantoche y bailoteos provocativos; y todas las canciones suenan exactamente como uno espera que suenen, indistinguibles de las de cualquier competición de los últimos veinte años. Es puro espectáculo y también una patochada. La pantomima perfecta.

Siendo justos, en la columna del debe, el ritmo flojea un poco hacia la mitad y a la película le sobran quizá veinte minutos; pero en el clímax remonta y cierra por todo lo alto con la angelical voz de Molly Sandén, que pone Husavik en boca de McAdams. El balance arroja sin duda un balance positivo.

Encuentro difícil que a alguien no le guste una comedia musical que busca hacerte sentir bien con tanto ahínco, y creo que cualquiera que haya disfrutado alguna vez de Eurovisión, ya sea irónicamente o no, debería pasarlo en grande viéndola.

Lo único que he echado en falta ha sido una versión completa de la canción Volcano Man, con la que Netflix abrió la promoción de este reciente estreno. Ojalá Taika Waititi incluya este gozoso esperpento musical nórdico en la banda sonora de la próxima película de Thor.

Hulk: Donde habitan los monstruos (2016) ★½

En la noche de Halloween, el doctor Extraño recluta a Hulk y a la subdivisión paranormal de S.H.I.E.L.D. (formada por Lobo de Guerra, Vampiresa Nocturna, el Hombre-Cosa y Jasper Sitwell), para que le ayuden a detener a Pesadilla, que, a falta de hobbies, está convirtiendo a un puñado de adolescentes en monstruos y utilizándolos como avanzadilla para conquistar nuestra realidad.

Dado que mi interés por el universo animado de Marvel es más o menos similar a mi interés por el ciclo reproductor del pepino de mar, en circunstancias normales no habría visto esta película. Sin embargo, me llamaba la atención que el elenco contase con algunos de los monstruos de la tercera división de Marvel. Además, acababa de terminar de leerme el sexto volumen de El inmortal Hulk, así que mi estado de ánimo era el adecuado. Siempre me han cautivado los seres espantosos y creo que Marvel, a pesar de colecciones como Los Comandos Aulladores de S.H.I.E.L.D. o Monsters Unleashed!, nunca los ha aprovechado lo suficiente. Pero si esta es la mejor forma que tiene de utilizarlos en el mercado del vídeo doméstico, podría haber seguido pasándome sin ellos.

Sabía desde el primer momento que esta era una película para niños, por lo que esperaba que fuera inofensiva. Un tortazo aquí, un porrazo allá y los héroes acaban salvando el día. Nada profundo o complejo. Lo que no me esperaba era quedarme dormido de aburrimiento. La película apenas dura hora y cuarto, y a los cuarenta minutos ya estaba babeando sobre el apoyabrazos del sofá.

Por desgracia, Pesadilla se abstuvo de convertirme en un monstruo mientras dormía, y no pude compensar mi decepción arrasando el barrio.

Eso sí, el tiempo que permanecí despierto bastó para dejarme con la impresión de estar viendo un episodio estirado de una serie de dibujos animados. ¿Qué tensión hay, por ejemplo, en una escena de acción cuando te la cuentan en un flashback y ya conoces el desenlace? Ninguna. ¿Para qué sirve entonces? Para nada. Y odio que me hagan perder el tiempo.

Quizá debería haber esperado menos de esta clase de producto, pero la película tampoco se deja querer con los ojos: la animación es tosca, todo se ve oscuro y apagado, y ni siquiera el diseño de personajes me convence.

Mejor seguir leyendo cómics.

Upgrade (2018) ★★★½

En un futuro no muy lejano en el que la tecnología domina aún más nuestras vidas, un tecnófobo que podría ser el gemelo perdido de Tom Hardy es asaltado junto a su mujer por una banda de mercenarios y acaba viudo y tetrapléjico. Su única esperanza de encontrar a los responsables es un chip prodigioso que le convertirá en una versión rencorosa y que no da vergüenza ajena del hombre de los seis millones de dólares.

Luces de neón, implantes cibernéticos, algún tipo de dilema ético/filosófico y, ¡BAM!, ya tienes tu película ciberpunk. Sencillo, ¿verdad? Sin embargo, no todas las películas de este subgénero pueden ser Blade Runner. Ni siquiera pueden ser Alita: Ángel de combate. Algunas son menos ambiciosas y más discretas. Upgrade forma parte de este último grupo.

Los recursos de la película son modestos, pero la película hace buen uso de ellos y tiene un acabado estupendo. No sé si en Australia utilizan mano de obra marsupial para abaratar costes de producción, pero cuesta creer que el presupuesto fuera solo de cinco millones de dólares. Apuesto a que afeitar el bigote digitalmente a Henry Cavill en la Liga de la Justicia fue más caro.

Y la película no solo es aparente. El guion tiene buenas ideas, está bien estructurado, maneja de forma impecable los cambios de tono (para lo nihilista que es, hasta tiene momentos divertidos) y, a pesar de ser predecible, al final incluso introduce un giro que no quise verme venir. Además, sabe lo que busca, va al grano y sobresale en las escenas de acción. Como guinda, la relación entre el protagonista y su chip me recuerda a la de Michael Knight y KITT, y esto siempre es bueno.

De aquí a unos años podría convertirse en una cinta de culto.

3 comentarios

  1. CucarachaEnojada9/7/20 16:48

    La de los hermanos irlandeses justicieros fué lo bastante memorable como para lograr que ellos 2 sean personajes del videojuego Broforce.
    Suficiente para mí.

    Creo haber visto un par "de las viejas",para mierda si recuerdo algo.

    La que hace poco ví fué Upgrade.Y es tán barata porque usaron cuanto truco fílmico con tutorial en YT pudieron hacer.
    EJ:El movimiento de camara a lo fijo en el prota.
    Normalmente se usa una camara pro que cuesta un huevo,en cambio,ellos usaron un smartphone con giroscopio pegado con cinta al actor.

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  2. Pude ver la de goofy e hijo en su día al menos 10 veces ,y no m harté ,y sigo viéndola y me encanta(chedar....pasta de cheeeedar)aún lo sigo diciendo,sin olvidar la escena de la zarigüeyas que me sulibella.

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