El último pistolero (
The Shootist, en el inglés original, o sea,
El que chuta) no es una película que recuerde mucha gente que no peine canas o no peine pelo en absoluto. Pero si aún se recuerda o se habla de ella, la principal razón es que fue la última película del actor John Wayne, una de esas grandes estrellas de Hollywood que a día de hoy muchos tacharían, no sin razón, de ultraconservador e hipócrita. También usaba peluquín.
El filme, basado en la novela homónima de Glendon Swarthout, tiene los andamiajes de un wéstern clásico, pero es una criatura diferente: reflexiva, conmovedora y, puntualmente, cruda. Y, por supuesto, está más infravalorada que las cualidades actorales del propio Wayne.
No hay que perder de vista que, en la fecha de su estreno, la edad dorada del wéstern ya había quedado muy atrás, tan atrás como las películas de gánsteres o los caramelos de menta cubiertos de chocolate. Incluso el barato, pero rupturista y popular spaghetti western, nacido a mediados de los sesenta, estaba en declive. Y quizá nadie era más consciente de que la película brindaba a la salud de una era pasada que John Wayne. El último pistolero es un canto de cisne a su trayectoria profesional, y no es extraño, por tanto, que el actor ofreciera en ella una de sus mejores interpretaciones. ¡Y encima luciendo un hermoso mostacho!, lo cual, a juicio de quien suscribe estas líneas, siempre suma puntos.