24 de junio de 2013

El Hombre de Acero (2013)

¿Otra película sobre los comienzos de un superhéroe cuyo origen ya debería saberse al dedillo hasta el que asó la manteca? Jerry Siegel y Joe Shuster crearon a Superman en 1933, y su primer tebeo (el famoso Action Comics #1 del que Nicolas Cage vendió un ejemplar por más de dos millones de dólares) se publicó en junio de 1938, lo que significa que el personaje es tan viejo que podría ser mi abuelo, con la diferencia de que Superman no me da chorizo de León cuando voy a verlo.

Lo importante es que el Hombre del Mañana es un pionero. Con él dio comienzo la era de los superhéroes, de las mallas ajustadas, los poderes fantásticos y las dobles identidades que no hay por dónde coger. Antes de Superman solo estaban Popeye, Tarzán y justicieros pulp xenófobos como Hoverboy.


Por lo tanto, si a estas alturas alguien desconoce aún su origen, debería sentirse igual de ignorante que si no supiese en qué año descubrió Colón América, dónde está la Isla de Pascua, o cuántos robles roería un roedor si los roedores royeran robles. Ha pasado de ser una cuestión de cultura popular reservada a los raritos aficionados a los cómics a ser una cuestión de cultura general sobre la que podrían preguntarte en el Trivial Pursuit.

Así las cosas, debemos preguntarnos: ¿Necesita el público que le presenten a un personaje como Superman, Batman o Spider-Man cada pocos años? Yo me inclino por pensar que no, pero parece ser que sí, y no me voy a hacer el listo pensando que no hay estudios de marketing detrás de estos constantes reboots.

Sin embargo, yendo al terreno personal, preferiría que no me contasen los orígenes de un superhéroe una y otra vez, ¡quiero ver historias nuevas! ¡Quiero ver a Superman enfrentándose a alguien que no sea Lex Luthor o Zod! ¡Quiero que pelee contra un supervillano que no sea el Hombre Nuclear de Superman IV? ¡Quiero que hagan referencia a aquella vez que Superman estuvo a punto de protagonizar una peli porno con Big Barda! ¿Es eso mucho pedir?

19 de junio de 2013

Juego de Tronos: Mhysa

Se terminó. Punto final. Una temporada más se cierra y la producción de una cuarta comienza el mes que viene.

Supongo que esta es una buena noticia para cualquiera que estuviera hasta las narices de leer estas entradas. Otros, la mayoría espero, las echaréis de menos. Yo, por mi parte, me lo he pasado como un enano estos últimos meses, tanto viendo los episodios, como escribiendo sobre ellos.

Hasta tal punto me he divertido que incluso me he planteado si repetir el esquema que he seguido esta temporada con las dos temporadas anteriores. De momento lo he descartado porque eso requeriría tantos fines de semana de trabajo como episodios hay, y me gustaría embarcarme en otros proyectos y afrontar nuevos retos con el blog.

Vale, es mentira, seguiré escribiendo la mierda de siempre. Lo que ocurre es que soy un vago y me da pereza. Demandadme.

El mensaje con el que quiero que os quedéis es que esta tercera temporada ha superado con creces a las dos anteriores y, a diferencia de lo que me sucedió con la segunda, no me han entrado ganas de darme un baño de burbujas en compañía de mi tostadora cada vez que me sentaba delante del ordenador a teclear como loco.

Con esto no quiero decir que el décimo y último episodio de la temporada sea la repanocha y los ojos me hicieran chiribitas viéndolo, porque pese a sus excelentes diálogos y su capacidad para entretener, está lejos de ser brillante o sorprendente y, desde luego, no aspira a compararse con Las lluvias de Castamere. Es más, por primera vez desde que empezó la serie, el cierre de temporada ni siquiera tiene un final que nos deje con la miel en los labios y preguntándonos durante meses qué le pasará a tal o cual personaje. En definitiva, lo mejor que se puede decir de él es que pone punto y final a algunas tramas y nos permite iniciar un nuevo ciclo de historias que ni siquiera puedo imaginar a dónde irán a parar. Y eso es bueno.

17 de junio de 2013

Pokémon Rojo y Azul


Si hay un videojuego del que quería hablar, probablemente ya lo he hecho, y si no, y suponiendo que viva mil años, acabaré haciéndolo algún día. Sin embargo, como no puedo confiar en encontrar el secreto de la vida eterna en las bolsitas de kétchup del Burger King, es casi seguro que algunos juegos sobre los que esperaba escribir en los comienzos de mi andadura por Internet se acaben quedando en el tintero. Es triste, pero aún hay muchos títulos pendientes y no tengo tiempo para escribir sobre todos ellos. El mundo de ahí fuera también me necesita. Todas esas damas no se van a poner en apuros ellas solas, ¿sabéis?

Por eso, a partir de ahora procuraré evitar los títulos que nadie conoce, como el Shadowgate de NES, y ser algo más selectivo, no tanto como para no darme un poco de margen de vez en cuando, porque adoro indagar en la dimensión desconocida, pero lo suficiente como para que la mayoría de entradas no os suenen a chino. En otras palabras: voy a hablar de Pokémon.

Sí, a mediados de los noventa, yo también jugué al Pokémon de Game Boy, aunque fuera en un emulador. Mi hermano tenía las ediciones roja y azul originales, pero no iba a ir hasta su habitación para pedírselo cuando podía jugarlo a pantalla grande en mi propio ordenador, ¿verdad? De puerta a puerta había casi tres metros de parquet, y ya puestos a caminar, era más tentador continuar hasta la cocina.

En su momento, también me tragaba religiosamente la serie de dibujos animados japonesa cuando llegaba a casa del colegio y, en lo que solo puedo calificar de un grito de socorro ante la desaparición de mi dignidad, incluso me compré el Pokémon edición amarilla. Sí, ese en el que viajas acompañado de Pikachu y le salen corazoncitos de la cabeza si lo tratas bien.

13 de junio de 2013

Juego de Tronos: Las lluvias de Castamere

Después de una semana de receso para evitar el bajón de audiencia del Día de los Caídos, HBO y Canal+ traen a nuestras pantallas un grandísimo episodio, tan grande como espantoso y deprimente y, en mi opinión, el más impactante de los 29 que cuenta ya la serie, con un último acto dilatadísimo que deja en agua de borrajas la ejecución de Eddard Stark al final de la primera temporada e incluso la batalla del Aguasnegras de la segunda temporada.

El hecho de que gracias a mi perspicacia habitual me temiera lo peor desde hace algunos episodios no hizo este plato más digerible, solo menos inesperado, y si no llega a ser porque después de ver el episodio me tomé un buen tazón de leche con cacao acompañado de magdalenas mientras veía la danza de la victoria de Keith Apicary, me hubiera ido a la cama con la sensación de que el mundo es un lugar asqueroso y nefasto en el que la madre de Bambi merecía morir.

No creo que este nuevo punto de inflexión en la serie deje a nadie indiferente, y si lo hace, es probable que esa persona sea en realidad un reptil extraterrestre que ha venido a nuestro planeta para robarnos el agua y convertirnos en hamburguesas. Mi consejo es que desconfiéis de cualquiera que vista mono rojo, lleve gafas de sol y se le haga la boca agua cuando ve un hámster.

10 de junio de 2013

Out Run


No tengo coche y no sé conducir. Me saqué el carné hará cosa de seis o siete años y no he vuelto a coger el volante desde que aprobé el examen práctico. Bueno, una vez estuve esposado a un volante, pero esa es otra historia.

Tampoco me gusta la Formula 1, lo que probablemente sea algún tipo de pecado entre los Pirineos y el estrecho de Gibraltar; pero es que no creo que exista nada más anodino que ver en la televisión. Las motos, el ciclismo y los programas faranduleros los coloco al mismo nivel.

Y ahora dejad que os hable de Out Run, el videojuego. Este título de Sega nació como máquina recreativa en 1986, con tres variantes a cada cual más chula que recreaban la sensación de conducir un coche deportivo para aquellos que no podían permitirse comprar uno, o todavía iban a clase en autobús o bicicleta. Fue uno de los primeros éxitos comerciales de Sega, cuando el nombre de la compañía aún no significaba mucho, pero al menos no era el chiste que es ahora; y, como es lógico, en los años siguientes también vio la luz en las videoconsolas, entre otras Master System y Mega Drive. Hoy Out Run es uno de los grandes clásicos de los videojuegos de carreras.

¿Y qué es lo que hace a este juego tan especial como para que os hable de él cuando, como ya he dicho, ni siquiera tengo coche y los únicos juegos de carreras que alguna vez me han interesado son los Mario Kart? Me alegra que me hagáis esa pregunta. A ver si soy capaz de responderla sin recurrir a la mímica.

3 de junio de 2013

Blueberry: El oro de la sierra


¿Sabéis? No pensaba hablar de todos los cómics de Blueberry, pero al final puede que acabe haciéndolo, porque me fastidia encontrar tan poca información en Internet sobre una colección tan condenadamente buena. Al menos, no información en español. Y desde luego no voy a aprender francés para leer lo que dicen otros tipos sobre un tebeo. Odio el francés. Suena... afrancesado.

En marzo del año pasado, repasamos el ciclo de El caballo de hierro, y más de un año después, nos toca abordar la bilogía de El oro de la sierra, formada por La mina del alemán perdido y El fantasma de las balas de oro; una historia en dos volúmenes que, dada su continuidad inmediata, debería haberse recogido en uno solo en lugar de venderse por separado. Maldigo a las editoriales, ¡las maldigo!

Dejando de lado mis prejuicios, os adelanto que de entre todos los ciclos comentados hasta la fecha, este es mi favorito, entre otras razones porque el dibujo de Giraud empieza a dejar de lado los convencionalismos del cómic clásico americano (del que El príncipe Valiente es uno de los máximos ejemplares) para dar paso a los trazos más característicos de su álter ego artístico: Moebius. A ello le acompaña un magnífico guión de Charlier, que se mete más que nunca en la sesera de los personajes, dotándolos de una psicología más compleja e interesante. Y esto es probablemente lo único inteligente que diré en esta entrada.