27 de marzo de 2016

Batman v. Superman: El amanecer de la justicia

Desde que Batman v. Superman: El amanecer de la justicia se estrenó el miércoles pasado, he leído comentarios de todos los colores y he llegado a la conclusión de que la peña necesita relajarse, tomarse un tiempo para ordenar sus ideas, reflexionar acerca de lo que ha visto, y no arrojarse a foros y redes sociales según sale del cine a farfullar lo primero que se le pasa por la cabeza.

Lo que es cierto, aparte de que Batman mola, es que había grandes expectativas puestas en esta película. Se ha venido hablando de ella como uno de los acontecimientos cinematográficos más esperados del año, quizá porque el western de zombis protagonizado por los Backstreet Boys y 'N Sync no se estrenará en cines y saldrá directo a vídeo, o más probablemente porque el enfrentamiento entre los dos mayores iconos del cómic de superhéroes americano es un evento que lleva dilatándose desde hace más de una década. Algunos puede que incluso recordéis cuando el proyecto estaba en manos de Wolfgang Petersen y la película empezaba con Bruce Wayne felizmente casado y Superman divorciándose de Lois Lane. Lástima habérnosla perdido.


¿Y qué ocurre cuando las expectativas son muy altas? Que las críticas son de todo menos moderadas. O bien es la mejor película de superhéroes de la historia del cine y barre el suelo con todas las producciones de Marvel, o bien es un montón de mierda de dinosaurio que apesta en diez kilómetros a la redonda. Parece que en internet si uno no se posiciona en los extremos, se queda fuera. ¿Fuera de qué? No lo sé. Pero fuera. Y fuera es peor que dentro.

Por suerte, a mí esas bobadas me importan un comino, y puedo decir tranquilamente que Batman v. Superman me ha parecido lo bastante entretenida como para no sentir que he tirado el dinero, pero también lo suficientemente mediocre como para olvidarme de ella en un par de semanas. Zack Snyder sabe captar la dimensión épica de los cómics y nos deslumbra con su estética hiperestilizada, pero necesita mejores guiones para sustentar ese ostentosidad visual, y al igual que El Hombre de Acero, la película es un festín sensorial sin sustancia al que le falta consistencia, le sobran tramas, y donde oscuridad y realismo se confunden con baja saturación y un tratamiento del guión desprovisto de humor. Se vislumbra cierto potencial, pero Snyder no sabe sacarlo a flote, y al final, la genialidad queda reducida a fogonazos dispersos.

Si habéis estado atentos a los tráileres, ya habéis visto toda la película y no hay nada que pueda añadir para destripárosla. Aun así, por si os preocupan estas cosas, os advierto que no me voy a cortar con los detalles.

20 de marzo de 2016

'La Rueda del Tiempo: El Ojo del Mundo', de Robert Jordan

Es difícil reseñar una saga literaria sin haber terminado de leerla, porque hasta que uno no la acaba, carece de perspectiva y es imposible que sepa si al final todo encajará en su sitio y el desenlace será satisfactorio, o la historia se irá al cuerno y terminará convirtiéndose en un cagarro de proporciones épicas.

Esto es especialmente cierto cuando la saga en cuestión es La Rueda del Tiempo y se divide en catorce libros que, por su enorme extensión, se han convertido en veinte en algunas ediciones. Os estoy hablando de una saga de más de 10.000 páginas (¡10.000!) publicadas a lo largo de más de veinte años. Salvo que me dedicase en cuerpo y alma a esta saga de fantasía y me olvidase de cualquier otro libro que pudiera interesarme (cosa que no va a pasar), tardaría tres o cuatro años en leerme semejante legajo, e incluso si lo hiciera, ¿cómo porras iba a acordarme de lo que leí en los primeros libros cuando empezase a leerme los últimos? ¡Tendría que tomar notas! En resumen: es ridículo.

No obstante, eso no quita para que me haya leído el primer volumen de esta saga, titulado El Ojo del Mundo, y que en la edición española publicada bajo el sello Timunmas se divide a su vez en dos libros: Desde dos ríos y La Llaga. Normalmente criticaría esta clase de política editorial y acusaría a Planeta de estafadora y sacacuartos; pero dado que la edición normal tiene más de 800 páginas, agradezco no tener que meterme en la cama con un mamotreto capaz de provocarme tendinitis en las muñecas.

13 de marzo de 2016

Los surfistas nazis deben morir

Si no seguís mi blog desde el principio de los tiempos,  quizá no sepáis que en su día, antes de tener mi propio dominio, colaboraba en ionlitio, un blog tan vetusto que incluso disfrutó de la llamada Edad de Oro de los Blogs, cuando los ingresos publicitarios, los regalos y las invitaciones entraban a espuertas, y a los blogueros les bastaba con chasquear los dedos para que las mujeres cayeran rendidas a sus pies. O eso dicen las leyendas. A mí solo me gusta aporrear el teclado para que se formen palabras.

Hoy me alegra publicar en el blog una recapitulación de una película maravillosa, calificada de hito en el género bélico-surfista por la crítica más autorizada, y cuyo título seguramente hayáis oído alguna vez. Para variar, esta entrada no lleva mi firma ni la he plagiado de otros sitios web menos populares confiando en que nadie descubra nunca mi oscuro secreto, sino que es obra de la pluma e ingenio de Rafael Carbayeda, fundador de ionlitio.


Como veis en el magnífico póster, la cinta que hemos escogido para este gran evento es Los surfistas nazis deben morir, una producción de The Institute, dirigida por el aclamado Peter George y distribuida por Troma Movies en 1987. Solo por su título ya se puede intuir lo buena que es.

Sin más preámbulos, cedo la palabra a Rafa.

8 de marzo de 2016

Madres forzosas: Nuestros comienzos, de nuevo

Después de haber publicado dos recapitulaciones seguidas, cada una con más palabras de las que lee el español medio al año, no pensaba escribir otra recapitulación tan pronto, porque este tipo de entradas me supone pasarme buena parte del fin de semana encerrado en casa delante del ordenador, escribiendo hasta que se me desprenden las retinas y desesperándome cada vez que hago una captura de pantalla en la que alguien parece estar sufriendo un ictus; pero es que Madres forzosas es la clase de bombazo televisivo que no podía pasar por alto.

Además, como últimamente ha estado lloviendo, mejor quedarse en casa terminando de ver la primera temporada de la serie que salir a la calle a cantar bajo la lluvia como Gene Kelly, ¿verdad? Sobre todo, porque yo no tengo ni la voz ni el carisma de Gene Kelly y correría el riesgo de resbalar y partirme la crisma.


¿Y por qué razón, si es que puede saberse, me he tragado los trece episodios de Madres forzosas en lugar de ver cualquier otra serie o película de mi lista de pendientes de Netflix? La respuesta a esta pregunta mató al gato. Y no me refiero a la curiosidad, sino a una atracción malsana por Padres forzosos, la serie creada por Jeff Franklin en 1987 y de la que nace este spin-off.

En todo caso, creo que hubiera sido peor ver Hot Bot Sharknado 3.

Pero no nos andemos por las ramas. Hoy estamos aquí para repasar el primer episodio de Madres forzosas y eso es lo que haremos. ¡Al tajo! ¡Leña!