31 de octubre de 2013

Viernes 13 (1980)

Un día, el productor y director neoyorquino Sean S. Cunningham se levantó de la cama y pensó: "Quiero producir y dirigir una película titulada Viernes 13". Aún no tenía ni pajolera idea de cuál sería el argumento (si es que lo necesitaba), ni qué desayunaría esa mañana (café con tostadas o una lata de atún); pero ese fue el germen de la que hoy es una de las más famosas y sangrientas sagas de slasher movies de la historia del cine de terror, con más de una decena de entregas y doscientos y pico asesinatos a sus espaldas.

Sin embargo, en 1980, dos años antes de que la máscara de hockey se convirtiera en un icono y mucho antes del über Jason del nuevo siglo, Viernes 13 se presentó como un modesto giro de tuerca al Halloween de John Carpenter, que se había estrenado apenas dos años antes con notable éxito.

El rodaje del filme duró un mes y costó medio millón de dólares. Para sorpresa de todos, la recaudación ascendió a casi cuarenta millones. No hace falta ser muy listo para imaginar por qué al año siguiente ya se había estrenado la primera secuela.

28 de octubre de 2013

Drácula (1958)

En mayo, me compré el pack en DVD tiulado Los mejores monstruos de Christopher Lee, que incluye algunas de las mejores películas de terror que produjeron los estudios Hammer entre finales de los cincuenta y principios de los setenta.

Salvo que seáis muy poco espabilados, en cuyo caso os ruego que os volváis por donde habéis venido y veáis alguna reposición de Jersey Shore, ya supondréis que Drácula es precisamente una de las películas incluidas en el pack.

Menospreciada en su estreno por la crítica británica, el tiempo ha llevado a que muchos la consideren la mejor película basada en el infame conde transilvano; pero, honestamente, dudo que la mayoría haya visto siquiera una cuarta parte de los setenta filmes que lista la Wikipedia, que, sorprendentemente, no incluye esa obra cumbre del cine español que es Brácula: Condemor II.

Sea como fuere, el éxito de Drácula se tradujo en saga, pero esta primera incursión de la Hammer en el mito del insigne vampiro es quizá la más renombrada y supuso un hito para la productora británica.

24 de octubre de 2013

Mighty Max

Voy a suponer que todos habéis oído hablar de Polly Pocket. Es más, si formáis parte de mi numeroso grupo de lectoras, esto es, si tenéis órganos susceptibles de ser fecundados y nacisteis en algún momento entre finales de los ochenta y mediados de los noventa, voy a ir un poco más lejos e incluso suponer que de pequeñas tuvisteis alguno.

Para los que hayáis vivido debajo de una piedra todos estos años, Polly Pocket es una línea de muñecas y accesorios dirigida a las niñas cuya peculiaridad son las cajitas parecidas a polveras en las que se guardan. O al menos así era en sus orígenes; ahora soy incapaz de soportar más de cinco segundos en la página web oficial para comprobar si siguen vendiendo la misma castaña pilonga de siempre o han innovado en los últimos veinticuatro años.

En 1992, conscientes del tirón del producto, su fabricante, la compañía británica Bluebird Toys, produjo para Mattel una línea de características similares; pero para los hombrecitos de la casa, con un chaval que llevaba la gorra ladeada, monstruos, extraterrestres y otras bestias extrañas, a cada cual más aterradora o repugnante. La llamaron... ¡Mighty Max!

Aunque aún conservo mi afición por los juguetes, Mighty Max me pilló ya un poco mayor y, a partir de cierta edad, tu familia deja de regalarte muñecos para empezar a regalarte libros y calcetines. Por suerte, a mí hermano sí lo pilló en el momento adecuado, y gracias a él llegué a conocer bastante bien esta colección. Es lo bueno de compartir juguetes con tu hermano. Lo malo es que él arrancaba los dedos de goma a mis Masters del Universo a mordiscos y les chuperreteaba la cabeza hasta que perdían el color, y yo le extraviaba sus figuritas.

21 de octubre de 2013

'Zothique, el último continente', de Clark Ashton Smith

Clark Ashton Smith es el menos conocido de los llamados "tres mosqueteros" de Weird Tales. Robert E. Howard, creador de Conan de Cimmeria, sería Porthos; H. P. Lovecraft, del que huyo desde que leí En las montañas de la Locura, sería Athos; y supongo que Smith sería el galante y afeminado Aramis. La verdad, lo veo poco apropiado. Alguien no le dio muchas vueltas a aquello de los tres mosqueteros.

En Zothique, el último continente, la editorial Valdemar recopila dieciséis relatos del autor ambientados en Zothique, el último continente de un futuro post-apocalíptico que poco o nada tiene que ver con el futuro post-apocalíptico de películas como Mad Max o Waterworld, y que se acerca más al mundo Hyborio de Conan, si bien lo hace con una visión menos homérica y más descorazonadora que la de Howard, y una ambientación terrorífica al tiempo que romántica.

Ahora bien, como dijo Enrique Dueñas en su reseña de la difunta PoderFriki, el hecho de que los relatos de Zothique se desarrollen en el futuro está totalmente desaprovechado, y lo mismo hubiera dado ambientarlos en ese pasado imaginario al que recurren la mayoría de historias del género de la fantasía heroica. No obstante, ese detalle deja de importarte una vez comienzas a leer.

17 de octubre de 2013

Muestras de afecto: El Expediente X de Bruce Campbell

Expediente X. Guau... No recordaba por qué me gustaba tanto esta serie hasta que empecé a ver capítulos sueltos hace un par de meses. En 2008 repasé los episodios que Chris Carter y Frank Spotnitz consideraban lo suficientemente imprescindibles como para lanzarlos juntos en un pack en DVD (imprescindibles para que ellos tuvieran un colchón decente en caso de que su segundo largometraje sobre la serie se pegase un batacazo en taquilla, como acabó sucediendo); pero, por algún motivo, no me provocaron la misma sensación de canguelo que cuando ponían la serie en Telecinco, antes de que la cadena empezase a emitirla a una hora en la que sólo estaban despiertos los adictos a la Teletienda.

Sin embargo, escogiendo los episodios adecuados y viéndolos por la noche y a solas, he recuperado una pequeña parte de aquella vieja sensación de intriga y angustia que noté la primera vez que los vi. Que me he cagado un poquito viéndolos, vamos.

Ahora bien, aunque en su día me tragué Expediente X de principio a fin, no recordaba que Bruce Campbell fuera una de las estrellas invitadas de la serie. Quizá porque en este episodio en concreto lleva el pelo cortado estilo recluta y está menos graciosete que de costumbre.

14 de octubre de 2013

Drakis y Cheetos Pandilla

Hace mucho tiempo, en los albores de la humanidad, o quizá un poco más tarde, más cerca de los años noventa tal vez, en los quemadores de una planta de producción alimenticia de Barcelona, la empresa Matutano, fundada por Luis Matutano Jover, tataranieto de Luis Matutano Scrig, creó un producto destinado a revolucionar el sector de las patatas chips en España. Se llamaba Drakis, y en su forma acolmillada y su sabor incomparable a queso y bacon residían el poder y la voluntad de gobernar a cualquiera que no tuviera diabetes.

Los Drakis fueron el aperitivo preferido de los niños españoles durante muchos años, y la Real Academia de la Lengua incluso se planteó sustituir la expresión "venderse como churros" por "venderse como Drakis". Hasta donde yo sé, fueron las primeras patatas con spin-off: los Drakis Pandilla.

Sin embargo, todo lo bueno llega a su fin, y un día, no muy diferente de cualquier otro, nos acercamos a la tienda de chucherías de nuestro barrio y las bolsas de Drakis habían volado de los estantes para siempre. La distribución se interrumpió inexplicablemente de la noche a la mañana, y su sabor y su aroma se perdieron en el tiempo.

Pero jamás cayeron en el olvido, y la historia se convirtió en leyenda; y la leyenda, en mito.

Hoy, con una bolsa vacía de Cheetos Pandilla a mi lado y hasta arriba de refresco de cola y de glutamato monosódico, hablaré de estos dos snacks hasta donde el colesterol me permita.

10 de octubre de 2013

The Typing of the Dead

Conservo muy buenos recuerdos de las partidas que echaba a The House of the Dead 2 en los recreativos de la sala Picadilly de la Gran Vía de Madrid. Por aquella época, mis amigos y yo aún íbamos al instituto, así que os hablo de la Edad del Bronce más o menos, y cuando quedábamos para ver algún estreno en los cines de Gran Vía (cine mudo, en blanco y negro), solíamos hacer tiempo hasta que empezaba la película merendando en el McDonald’s o en el KFC y jugando a las máquinas de Picadilly. The House of the Dead 2Jurassic Park: The Lost World y el Star Wars Trilogy Arcade eran mis favoritas.

Con el tiempo, y para mi disgusto, se puso de moda el Dance Dance Revolution, y casi todo el mundo prefería bailotear para llamar la atención de los viandantes e inflar su ego (alguno incluso ligaba) a liarse a tiros contra huestes inagotables de zombis, dinosaurios y tropas imperiales, una actividad mucho más edificante y sana para el cerebro. La sociología del siglo XXIII estudiará este comportamiento con gran interés.

A finales de 2007, la sala Picadilly cerró para convertirse en la cosa que más aborrezco en el mundo entero: un restaurante-sala de conciertos de Los 40 Principales, y así, con el sonido de algún cantante pop trasnochado, acabó una etapa de nuestras vidas.

¿Y a cuento de qué viene esta perorata nostálgica? A que hace poco mi hermano me enseñó una versión de The House of the Dead 2 que no conocía y me puse a recordar los viejos tiempos con él como el abuelo cebolleta que soy. Además, necesitaba una introducción más o menos coherente para darle algo de chicha a este artículo.

The Typing of the Dead es una versión del clásico de Sega en la que en lugar de eliminar a las hordas de no-muertos armados con una pistola de luz, lo hacemos con el teclado. Tecleando quiero decir, no golpeando a los zombis con el dispositivo de nuestro ordenador. "Teclea o muere", proclama el subtítulo del videojuego. No podría sonar más ridículo de habérselo propuesto

7 de octubre de 2013

'Bigfoot', de Niles, Zombie y Corben

¿Sabéis la frustración que siente uno cuando lee gratis el primer número de una serie de cómics, queda entusiasmado por el potencial que tiene la historia, paga por los tres números restantes y éstos resultan ser una patata infumable que apenas se sostendría como película de serie B? Eso es lo que sentí yo cuando terminé de leer Bigfoot, un cómic de Steve Niles y Rob Zombie con dibujos de Richard Corben.

No me preguntéis por los trabajos anteriores de Steve Niles, porque lo único suyo que he leído es Batman: Gotham después de medianoche y sólo he dedicado dos minutos a visitar su página web. De todos modos, alguien que está tan pagado de sí mismo como para decir que es uno de los responsables de haber devuelto la relevancia a los cómics de terror, no merece mi atención. Los verdaderos artistas del género están demasiado chiflados como para diseñar su propia página web. Véase Alan Moore.

Tampoco estoy muy familiarizado con la obra de Rob Zombie, el cineasta roquero de Massachusetts con pinta de buhonero, pero me gustó su remake de Halloween y eso ya dice algo a su favor. Por otro lado, me sentí bastante decepcionado cuando me enteré de que Zombie no era su apellido de nacimiento. Y si es verdad que ese eterno proyecto suyo llamado Tyrannosaurus Rex no tiene nada que ver con dinosaurios, le retiraré la palabra.

Por último, a Richard Corben lo conocí leyendo cómics para adultos a escondidas cuando era un crío. Por aquel entonces, a diferencia de hoy, no sabía el gran historietista que era, pero su estilo ya me llamaba la atención. Era diferente, impactante y, lo que es más importante, dibujaba mujeres con pechos grandes.

Sin embargo, no fueron estos nombres lo que me atrajo de este cómic, sino su evocadora portada, que reproduce el fotograma más conocido del vídeo que un jinete de rodeo retirado grabó en una reserva forestal de Willow Creek el 20 de octubre de 1967. Hasta la fecha, este vídeo, con sus apenas 53 segundos de metraje, es la grabación más clara y larga que existe de un tipo disfrazado de gorila tomando el pelo a la gente.

3 de octubre de 2013

'La tienda', de Stephen King

Si juzgaseis a Stephen King por las novelas que he comentado en este blog, pensarías que el tipo, además de feo como un sapo, no es tan bueno como pintan. Sin embargo, nunca he dicho tal cosa, y si alguien tiene ganas de leerse mis reseñas anteriores para hacerme tragar mis propias palabras, que lo haga. Luego borraré su comentario y cambiaré la reseña correspondiente. ¡Mi poder sobre el blog es ilimitado! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

Si no fuera por la condenada memoria caché, claro.

El caso es que ya iba siendo hora de comentar un buen libro del señor King. En este sentido, no es que La tienda sea mi novela favorita del autor, pero es un placer sumergirse en sus páginas por la noche, cuando uno está en la cama y quiere evadirse del resto del mundo. Sé que hay cosas más entretenidas que hacer en la cama a esas horas, pero os diré la verdad: odio lavar las sábanas. Por eso, para determinadas cuestiones, siempre he preferido la encimera de la cocina. Estoy hablando de comer sándwiches de pastrami, por si no estabais en mi misma onda.