Ayer, después de dedicarle quince horas de juego repartidas a lo largo de los dos últimos meses, por fin me pasé
Alice: Madness Returns, probablemente el único videojuego creado en la República Popular China que un sucio occidental ha jugado.
Su ambientación me ha encantado y su diseño artístico es una pasada. El País de las Maravillas ―un mundo fantástico, macabro, decadente y muy
timburtoniano― luce esplendido en 3D, y el propio Lewis Carroll lo aprobaría si no llevase casi ciento cincuenta años muerto. Como diría Mon Mothma: muchos artistas chinos se quedaron sin dormir para traernos estas imágenes.
La jugabilidad, en cambio, da una cal y otra de arena. La mezcla de plataformas,
hack and slash y puzles es acertada y hay montones de secretos por descubrir, por lo que es tentador revisitar el juego; pero muchas veces te da la sensación de que los mundos se alargan innecesariamente y de que estás reviviendo las mismas situaciones una y otra vez. Además, el manejo de Alice no es todo lo fino que debería y la cámara no siempre enfoca donde uno querría durante los combates.
Pero yo venía a hablaros de
Juego de Tronos, así que supongo que todo eso debería dejarlo para otra entrada.