O quizá la película sea una adaptación de su otro manga más conocido, Death Note, que trata sobre un estudiante de instituto que se encuentra con un cuaderno de notas con el poder de matar a aquel cuyo nombre se escriba en él (presumiblemente sin faltas de ortografía, lo cual descarta que el estudiante español medio pueda utilizarlo de forma efectiva y, en consecuencia, cualquier posible adaptación española).
La cinta la dirige Adam Wingard, el prometedor cineasta que hará realidad mi sueño húmedo de Godzilla vs. Kong dentro de tres años, y está protagonizada por dos pollos que me quieren sonar pero no caigo, y por la chica que hacía de Amelia en Dos buenos tipos, que es un peliculón. De hecho, os recomiendo que dejéis de leer esta entrada, paséis de todo lo relacionado con Death Note y veáis Dos buenos tipos. Esta es la única gran verdad que leeréis hoy aquí.
Como suele ocurrir con este tipo de adaptaciones, las reacciones del público ya fueron malas antes de que se estrenará la película (fans acérrimos vomitando bilis en las redes ante cualquier indicio de desviación de la obra original, debates fútiles sobre whitewashing, sacrificios humanos, perros y gatos cohabitando, ¡la histeria de las masas!) y las críticas posteriores han sido más devastadoras que un Cuaderno de la Muerte conectado a Facebook.
Aunque apenas he leído tres o cuatro reseñas que tuvieran más de 140 caracteres y explicasen por qué la película les parece poco afortunada juzgándola por sus propios méritos (algunas con mucho tino), creo que no me confundo si digo que la mayoría de los detractores se han centrado en vapulear la producción de Netflix por no ser fiel al manga y traicionar su espíritu.
Con independencia de que esas afirmaciones puedan ser ciertas, el enfoque de tales críticas les confiere en mi escala personal el valor aproximado de un pimiento, que, según he comprobado, vienen a ser unos cuarenta céntimos. Y no os confundáis. Nadie está libre de pecado. Yo también he escrito más de una reseña dejándome llevar por mi lado más fanboy y creyéndome en poder de la razón última. La buena noticia es que, con las canas, a uno se le acaba pasando la tontería. Más o menos.
Para los que me seguís en Twitter, no es un secreto que la adaptación de Netflix me ha gustado. Por eso, y a la vista de que apenas tiene partidarios, voy a enumerar trece razones por las que la más reciente película de Adam Wingard es mejor que el manga, el anime, la live action japonesa de 2006 y, quizá, las barritas de chocolate rellenas de caramelo.
SPOILER ALERT!