Por lo tanto, cuando vi que este año no tenía nada preparado para continuar esa inconsciente tradición, me puse nervioso y corrí por toda la casa como pollo sin cabeza.
¿Os parece que estoy sacando el tema de quicio? ¡Las tradiciones nacen con una fuerza que afecta a generaciones que ni siquiera las ven nacer! ¡Uno no puede simplemente detener esa fuerza sin esperar alterar el equilibrio del universo aunque sólo sea un poquito!
Consciente del desastre cósmico que podía provocar, busqué en Amazon un libro que no costase más de 10 euros y fuese popular, porque una cosa es salvar el universo y otra despilfarrar el dinero para leer morralla. Sé que lo fácil hubiera sido comentar una novela que ya hubiese leído, pero si tiro de mi memoria, la única imagen que me viene a la cabeza cuando pienso por ejemplo en Carrie es la de un John Travolta melenudo con cara de pipiolo en la adaptación cinematográfica de Brian de Palma. Como comprenderéis, no puedo escribir una reseña con esa estampa siguiéndome a todas partes.
Finalmente, escogí Cementerio de animales porque se publicó en 1983 (el año del primer vuelo del Challenger, del estreno de El retorno del Jedi, del lanzamiento de la NES en Japón, de la emisión del videoclip Thriller en la MTV, y *cof* de mi nacimiento) y también porque en la portada de su primera edición sale un gato endemoniado con los bigotes desastrados debajo de un cementerio con muchas lápidas apiñadas entre las que se alza una silueta oscura con un niño en brazos. Supuse que la novela trataría sobre mascotas muertas regresando del Más Allá para aterrorizar a sus dueños; felinos putrefactos afilándose las uñas en las cortinas de una abuelita entrañable, perros zombi con el costillar al aire dejando regalitos apestosos en el sofá y canarios silbando la marcha fúnebre. Por eso, me sorprendió encontrarme la triste historia de un padre incapaz de aceptar la muerte de sus seres queridos.