Entre las décadas de los sesenta y ochenta, la animación del estudio de Hanna-Barbera se caracterizaba por dos cosas: por entretener a los niños llevando a sus televisores risas e ilusión, y por ser una cagarruta de paloma producida con cuatro perras gordas.
Thundarr el Bárbaro, que se emitió entre 1980 y 1982, ni siquiera era una serie de Hanna-Barbera, sino de su hija bastarda, Ruby-Spears, fundada por los creadores de Scooby-Doo después de mandar a freír espárragos a su compañía madre.
Aunque el mayor logro que Joe Ruby y Ken Spears alcanzaron bajo su propio sello probablemente fuera producir dieciocho episodios de una serie protagonizada por un cubo de Rubik, se suele decir que su mejor producto fue Thundarr el Bárbaro, que se distanciaba de los patrones de los dibujos animados de la época mezclando con acierto elementos de un popurrí de fuentes de lo más variopintas (desde los libros de Conan el Bárbaro de Robert E. Howard, hasta los cómics de Flash Gordon, pasando por la película de La guerra de las galaxias), para crear una distopía futurista fuera de lo común y de gran atractivo para los aficionados a los géneros de espada y brujería y de ciencia ficción..., al menos en concepto.