Debo de haber probado casi todas las aventuras gráficas a las que solemos referirnos como clásicas, o al menos lo he intentado, lo cual, según el maestro Yoda, no vale un pimiento. Ya sabéis: "Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes, y acércame otra de esas salchicas espaciales, por favor". Sin embargo, nunca he sido un gran seguidor de los
Leisure Suit Larry de Al Lowe.
No es que no los conociese, claro. Recuerdo a la perfección haber leído en el colegio la
Micromanía número 48, que le dedicaba portada, guía y análisis al primer título de la saga, y también la rumorología que giraba en torno al juego y sus secuelas (mucho antes de que discutiésemos sobre si se podía o no resucitar a Aeris en
Final Fantasy VII, ya nos planteábamos si se podía ver a alguna gachí en pelotas en los
Larry); pero, hasta la fecha, sólo había llegado a terminar el sexto título de la saga, que me costó bastante superar y tampoco disfruté en exceso. De su caída en picado tras la séptima entrega es mejor no hablar.
La verdad es que los
Leisure Suit Larry no son santo de mi devoción. Su argumento suele resumirse en que el protagonista, Larry Laffer, quiere zumbarse a uno o varios pibones, y, lamentablemente, no por ser un propósito loable sobre el que erigir una filosofía de vida, constituye una historia interesante sobre la que desarrollar un videojuego, ¡y mucho menos seis! Solventada esta cuestión, pasemos ya al análisis.