La mayoría de los cómics que tenía eran números sueltos, en los que las historias estaban ya empezadas o se quedaban a medias. En el caso del Spiderman de Forum y del Superman de Ediciones Zinco, no creo que nunca llegase a tener más de tres o cuatro números seguidos (a no ser que formasen parte de un tomo recopilatorio), pero recuerdo que, cada vez que encontraba un tebeo que encajaba en la colección, me hacía muchísima ilusión. Incluso me sentía orgulloso de haber alcanzado ese logro. Dicen que aquel que es demasiado pequeño tiene un orgullo grande, y yo era un niño que apenas levantaba cuatro palmos del suelo, así que estaba tremendamente orgulloso. Era la misma clase de orgullo que uno puede sentir a esa edad cuando mete un gol jugando al fútbol en el patio del colegio (o eso supongo, a mí nunca me gustó el fútbol y, cuando jugaba, siempre me ponían de portero) o resuelve un problema de matemáticas antes que el resto de la clase (o eso supongo, a mí nunca se me han dado bien los números).
Sin embargo, había otro superhéroe que me gustaba casi tanto como Spiderman y Superman, y al que me resultaba imposible seguir la pista. Me refiero a Rom, de profesión caballero del espacio.