La lucha libre me cautiva. No sé nada que no sepa cualquiera que haya visto algún programa de Pressing Catch en la tele, pero aprendo rápido y suelo retener bastante bien la información inútil. Es un don. Por ejemplo, después de investigar durante tres minutos en Google, ahora sé que el término wrestling suele utilizarse para referirse a la lucha norteamericana, catch para la europea, lucha libre para la mexicana, y puroresu para la japonesa, aunque no descarto que ésta última también sirva para nombrar alguna clase de sopa con algas y tofu.
La lucha libre mexicana aúna deporte y espectáculo y, debido a su extenso panteón de luchadores enmascarados, está rodeada de un aura de misterio. El atractivo de un Manolo o Pepe con el rostro cubierto es innegable, porque, excepto Hugh Jackman, todos los hombres somos muy feos, así que no es de extrañar que la lucha libre sea un fenómeno tan popular entre los chilangos.
El pancracio tiene su origen en la actividad más homosexual en la que pueden participar dos individuos juntos sin quitarse los pantalones: la lucha olímpica y grecorromana, si bien formalmente la lucha libre mexicana nace de la mano de don Salvador Lutteroth. A principios de los años treinta, don Salvador viajó a El Paso, Texas, y vio que los tejanos, aparte de usar pantalones vaqueros y tratar muy bien a las vacas antes de comérselas, se partían la cara de una manera un tanto singular, así que se trajo a unos cuantos luchadores de allí y fundó la llamada Empresa Mexicana de Lucha Libre, ahora el Consejo Mundial de Lucha Libre . Desde entonces, llueva, truene o se expropie petróleo, la función nunca se ha interrumpido.
La década los cincuenta fue la edad de oro de la lucha libre. A esta época pertenecen luchadores míticos como Black Shadow, Huracán Ramírez, Rayo de Jalisco, Blue Demon... y el más legendario de todos: Santo. La fama de Santo, el Enmascarado de Plata, trascendió la arena y elevó a este luchador a la categoría de fenómeno de masas; campeón en el ring, superhéroe en las historietas y justiciero en el celuloide.
Entre finales de los cincuenta y mediados de los setenta, Santo y sus compañeros jugaron un papel fundamental en la difusión internacional de la lucha libre mexicana a través del cine. El propio Santo llegó a protagonizar la friolera de 54 películas, entre ellas Santo contra las mujeres vampiro, Santo contra Blue Demon en la Atlántida y Santo contra las momias de Guanajuato. Todos los títulos son igual de alucinantes.
En la década de los noventa, la lucha libre se convirtió en un boom televisivo cuando el exluchador Antonio Peña salió del Consejo Mundial de Lucha Libre para crear la Triple A, con combates estelares que, si bien eran menos tradicionales y violentos que los del Consejo, resultaban más entretenidos y espectaculares, con historias de rivalidad entre gladiadores y eventos como Rey de Reyes o El Último Sobreviviente, copiados de la WWE.
Y en verano de 2011, Mr. Krujidor saltó al cuadrilátero.