23 de julio de 2016

'Dentro del Laberinto', la aventura gráfica

Nadie que sea medianamente juicioso y sensato podrá discutirme que las mejores aventuras gráficas salieron entre mediados de los ochenta y finales de los noventa, cuando los clásicos de LucasArts y Sierra dominaban el mercado, ¿verdad?

¡MENTIRA! Incluso ese chaval que solo ha jugado a las aventuras autoguiadas de Telltale Games podría rebatir esa afirmación estúpida y gratuita. The Book of Unwritten Tales, La fuga de Deponia y The Night of the Rabbit son solo algunos ejemplos de buenas aventuras gráficas posteriores a la matanza hongkonesa de pollos del 97. De hecho, las aventuras gráficas no empezaron a ser realmente populares hasta Indiana Jones y la última Cruzada, y eso ya es alejarme un año del título que dio comienzo a mi larga amistad con el género, El secreto de Monkey Island. Jugar a aventuras gráficas anteriores, como Mystery House o el primer King's Quest, requiere la paciencia de un asceta hindú.

Y esa paciencia es la que vamos a necesitar hoy, porque no vengo a hablaros de piratas y monos de tres cabezas, ni de una gran aventura gráfica contemporánea, sino de Labyrinth: The Computer Game.


Distribuida por Activision en 1986, Labyrinth fue la primera aventura gráfica de LucasArts (por aquel entonces aún LucasFilm Games) y también su primer videojuego basado en una propiedad previa: la película del mismo título y año Labyrinth, de Jim Henson (que en España se distribuyó como Dentro del Laberinto, no fuera a ser que el público creyese que el laberinto en cuestión solo se veía desde fuera y de lejos). Muchos consideramos esta película un clásico de culto. Es divertida y entrañable, y cualquier fan de la fantasía, las marionetas, Jennifer Connelly o David Bowie con peluca y pantalones de montar superajustados debería estar agradecido de que exista.

Pero aunque hoy Dentro del Laberinto es recordada con cariño, en el año de su estreno tuvo menos éxito que el propio videojuego que inspiró. ¿Cómo es eso posible? Mi teoría es que, en los años ochenta, teníamos peor gusto. Lo digo en serio, hombreras y leggings, ¿qué más puedo añadir?

16 de julio de 2016

Juego de Tronos: Vientos de invierno

Una semana más tarde de lo habitual, vuelvo con vosotros para terminar la recapitulación de la sexta temporada de Juego de Tronos. Normalmente no me tomo tanto tiempo para repasar un episodio de una serie de televisión, pero teniendo en cuenta de que el último episodio de esta temporada dura más de una hora y abarca un montón de tramas en las que los personajes hacen algo más que chapurrear, ha sido como recapitular un largometraje de Cecil B. DeMille.

Además, este calor tórrido y pegajoso hace que la perspectiva de sentarme delante del ordenador a escribir me parezca tan apetecible como una visita al dentista. ¿Qué temperatura tenemos ahí fuera?, ¿350 ºC? Quizá sea hora de mudarse a un lugar menos cálido que el Valle de la Muerte.

Así las cosas, no me extraña que Weiss y Benioff hayan decidido retrasar el rodaje de la siguiente temporada de la serie. ¿Qué escenas de invierno van a poder rodar en España con este calor insoportable? Me imagino a los actores sudando a chorros bajo sus abrigos, al borde de la deshidratación, y a algún pobre extra desmayado en el suelo y friéndose cual filete en sartén.

Según parece, la mayoría del público cree que la sexta temporada de Juego de Tronos ha sido la mejor hasta la fecha. Y a pesar de que no tengo mis estadísticas inventadas a mano, hay muchas razones para que esa sea la sensación general. No las voy a enumerar todas, porque, eh, hace calor; pero entre que ha habido más momentos emocionantes y grandes revelaciones que en ninguna otra temporada, y que el diseño de producción y la cinematografía han sido sobresalientes, se merece un aplauso. Si a Sapochnik no le dan un Emmy por la dirección de la batalla de los bastardos, es que ha habido tongo.

El último episodio desde luego es canela fina, en especial su hipnótico comienzo, que es diferente de todo lo que hemos visto hasta ahora; casi veinte minutos de metraje sin apenas diálogos y cargados de suspense en los que vamos saltando de un personaje a otro mientras suena una inquietante pieza de música clásica para piano (con cuerda, órgano, un coro de niños espeluznante y ni un solo banjo) hasta llegar a su explosivo clímax. El ritmo y el montaje son distintos a los habituales, y el espectáculo está a otro nivel. Es como un supersaiyano que hubiera superado los límites del supersaiyano. Es fantástico.

3 de julio de 2016

Juego de Tronos: La batalla de los bastardos

¿Qué se puede decir cuando la televisión alcanza cotas de calidad propias del mejor cine? Nada. Lo que hay que hacer es subirse a una mesa y celebrarlo bailando como si fuera 1969 otra vez.

Aunque a nosotros nos falta por repasar aún otro episodio para acabar con la agotadora maratón de este año, la sexta temporada de Juego de Tronos ya ha terminado, y lo ha hecho elevando una vez más el listón, con dos de los episodios más espectaculares que se recuerdan. O que yo recuerdo. Tengo que dejar de oler pegamento.

El episodio que resumiremos hoy es el penúltimo de la temporada y, como viene siendo habitual, fue el más caro de producir. Veinticinco días de rodaje, 500 extras, 120 caballos cagando sin parar... Si tenéis tiempo (no os engañéis, lo tenéis, ¡estáis leyendo esto!), ved alguno de los vídeos de rodaje para haceros una idea de la cantidad de trabajo invertido en crear la batalla de los bastardos. Es alucinante.

Y ahora empecemos, que ya son más de las diez.