
Pero ahora que ya han pasado un par de meses desde el estreno y nadie se acuerda de que la película es lo peor que ha ocurrido en la historia de la humanidad desde las Cruzadas, puedo decir sin meterme en berenjenales que la disfruté mucho. Soy el primero en no verle sentido a la persecución de la trama principal (aunque seguro que hay una explicación para que la Primera Orden no mande varias naves a velocidad luz delante de la flota de la Resistencia) y no hace falta ser Roger Ebert para darse cuenta de sus defectos; pero Los últimos jedi también tiene todo lo que le pido a una buena película de aventuras: personajes carismáticos, emoción y entretenimiento. Y, lo que es más inusual, salí del cine sintiendo una chispa de aquel entusiasmo que sentía por Star Wars cuando tenía quince años y aún me parecía relevante aprenderme de memoria el nombre de todos los huéspedes del palacio de Jabba.
Al día siguiente, esa chispa se había encendido y, no sin cierto sentimiento de culpabilidad, acabé comprándome en Amazon cinco novelas de Star Wars, cuatro del nuevo canon de Disney y una del viejo Universo Expandido. Confieso que nunca he sido capaz de dejar estas novelas del todo, porque combinan dos de mis grandes pasiones (Star Wars y el olor a árbol muerto prensado); pero no me compraba tantas de golpe desde que me dio por coleccionarlas en los años noventa.
Y no contento con eso, volví a leerme Heredero del Imperio, de Timothy Zahn.