Si os estáis preguntando qué necesidad hay de recapitular otro episodio de He-Man y los Masters del Universo, coged vuestros pomposos sombreros y vuestras levitas de paño fino, y largaos de aquí con viento fresco. Por el contrario, si os habéis emocionado al leer el título de la entrada, sed bienvenidos. Solo por eso ya me caéis bien. Nosotros, los aficionados de los Masters del Universo, tenemos que apoyarnos los unos a los otros, igual que harían los miembros de un grupo de alcohólicos anónimos, pero sin ningún tipo de reconocimiento social.
El episodio de hoy, el segundo de la primera temporada, no es tan delirante como otros que hemos comentado anteriormente, pero es que es difícil superar la historia de amor de dos cometas. Lo que sí os prometo es que es igualmente estúpido y divertido.
Haciendo honor a la verdad, lo cierto es que el episodio comienza de forma bastante interesante para tratarse de una serie infantil de la década que nos trajo producciones tan espantosas como Denver, el último dinosaurio o Potato Head Kids. Incluso tiene una migaja de misterio e intriga.
Además, por primera vez y sin que sirva de precedente, el plan de Skeletor tiene sentido. Al menos al principio. El problema de Skeletor es que no puede poner freno a su creatividad cuando se trata de hacer el mal y acaba complicando innecesariamente sus planes con clones robot diabólicos y juegos de bondage. No le querríamos tanto si fuera de otra manera.
¿He mencionado ya que He-Man lanza un pulpo gigante por encima de una montaña?