El origen de los cereales para el desayuno tal y como los conocemos hoy día se remonta a finales del siglo XIX. Su descubridor era miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Si tenéis una vena atea o satánica y se os están empezando a quitar las ganas de comer cereales, debo deciros que dentro de lo que son las organizaciones religiosas, la Iglesia Adventista no es de las peores. Aún no sé por qué piensan que el sábado es el séptimo día de la semana, pero comparto su respeto por la naturaleza (sé muy bien lo que ocurre cuando descuidas el medioambiente; lo vi en el último episodio de Dinosaurios) y, sobre todo, admiro su optimismo; los adventistas llevan creyendo que la segunda venida de Jesucristo está cerca desde 1863. La esperanza es lo último que se pierde.
Pero me estoy yendo por las ramas. A finales del siglo XIX, el doctor John Harvey Kellogg (hmmm... ¿de qué me sonará este apellido?) trabajaba como superintendente en una clínica de Michigan en la que los pacientes ingresaban para... a ver cómo lo digo sin sonar soez... para dejar de autosatisfacerse. John Kellogg era un adventista convencido de que la masturbación era una enfermedad que se podía curar llevando una buena alimentación, y abogaba por una dieta rica en verduras y cereales. Esto le llevó a hacer lo que ninguna madre ni abuela te deja que hagas: jugar con la comida.
Un día, él y su hermano Will dejaron trigo cociéndose, y cuando por fin se acordaron de él y volvieron a comprobar su estado después de tratar otros asuntos más apremiantes, el trigo estaba de un rancio que ya no había quien se lo comiese. Pero como eran bastante cicateros, aplastaron el trigo con rodillos para estirar la masa, igual que de costumbre. El resultado fueron unas hojuelas endurecidas que les hicieron rascarse detrás de la oreja. Pero ni por esas se rindieron. Tostaron las hojuelas para disimular su espantoso aspecto y así nacieron los Corn Flakes de Kellogg's.
Pocos años después, Will pensó que podían hacerse de oro vendiendo su invención al hombre de la calle, pero que antes convendría añadirle azúcar para que supiera a algo. John le mandó a freír espárragos porque el azúcar era de todo menos sano. Will le contestó que allá él y fundó por su cuenta la Battle Creek Toasted Corn Flake Company, haciéndose de oro. Los hermanos nunca volvieron a hablarse.
Concluida la lección de historia, hoy hablaré de cinco cereales que me chiflan, y otros cinco que aborrezco. Mañana viajaré a Venus.