Lo primero es lo primero: adoro esta película. Casualmente se estrenó en España en el mismo año en que nací, apenas unos meses después de su salida en los Estados Unidos, y cada vez que vuelvo a verla, es como si mi televisor se convirtiera en una ventana a otro mundo, un mundo mágico del que puedo formar parte durante hora y media, y al que puedo regresar siempre que quiera, a menos que haya un corte de luz. Y desde luego es mucho mejor alternativa que asomarme a la ventana de mi salón y ver a un grupo de adolescentes improvisando rap en la calle. Necesito cristales insonorizados.
Por eso, cuando, en mayo de 2017, me enteré de que Netflix produciría una precuela en forma de serie de Cristal Oscuro, la película de Jim Henson, di saltos de alegría. No literalmente, porque un perro me torpedeó la rodilla y, dado que además tengo la enfermedad de Oswald-Slater (o algo que suena parecido), no debería darle mucha tralla. Cuando los marcianos esclavicen a la humanidad, yo seré el humano que no se arrodille y dé inicio involuntariamente a una rebelión para reconquistar el planeta.
De todos modos, ni siquiera en sentido figurado fueron saltos muy entusiastas, porque enseguida vi que el responsable de la serie sería Louis Leterrier, director, entre otros proyectos mediocres, del remake de Furia de titanes y de la película del Universo Cinematográfico Marvel que nadie se molesta en recordar.
Mucho tiempo después, a finales de mayo de este mismo año, por fin empezamos a tener más información sobre la serie y salió el primer tráiler. No me convenció demasiado. Aunque lo vi como siete u ocho veces en una sola tarde, lo hice solo porque las imágenes estaban muy por encima de mis expectativas y me emocioné como si fuera un crío otra vez. Una nadería. Eso me enseñará a tener fe en The Jim Henson Company.