¿Por qué narices me pedís que escriba sobre videojuegos? ¡Yo no sé escribir sobre videojuegos! Lo mío es coger historias y convertirlas en una sarta de sandeces, no hablar de texturas ni utilizar palabras raras como
lootear o
farmear, que cada vez que las oigo pienso que quien las pronuncia está poseído por un demonio kandariano.
Dicho esto, ¿cuántos videojuegos os han marcado de verdad? ¿Cuántos os han provocado auténtico asombro y devuelto ese sentido de la maravilla reservado para los niños y los adictos a los alucinógenos? Pocos, ¿verdad? Eso es porque los videojuegos son como el sexo: cuantos más pruebas, más difícil es que te impresionen, aunque la experiencia nunca deje de gustarte (y con los años acabas volviéndote torpe y no te apetece jugar tanto tiempo, pero no iban por ahí los tiros).
Yo puedo contar los videojuegos que han conseguido sorprenderme de esa manera con los dedos de una mano:
Super Mario Bros.,
The Secret of Monkey Island,
Super Mario World,
Donkey Kong Country,
Super Mario 64 y
The Legend of Zelda: Ocarina of Time. Aparentemente tengo un dedo de más.
¡Adivinad cuál de esos juegos comentaré hoy! ¡Hay premio!
No, no hay ningún premio. Era mentira.