Mad Max: Salvajes de autopista, con independencia de sus méritos fílmicos, es una de las películas postapocalípticas que más sopor me ha provocado en mi vida, más incluso que Odisea en el tiempo, que ostenta el dudoso honor de haberme mantenido noventa y un minutos en coma sin necesidad de sedantes. Mad Max II: El guerrero de la carretera es un filme claramente superior al anterior que destaca por su gran dirección artística, su genuino estilo visual y su habilidad para fusionar la ciencia ficción y el spaghetti western (entre otros géneros) como si fuera la cosa más fácil del mundo, convirtiéndose en una obra de indudable influencia en la cultura de los años ochenta y, como consecuencia de lo anterior, en caldo de cultivo de innumerables exploits italianos. Por último, Mad Max, más allá de la Cúpula del Trueno nos dio la propia cúpula del título, a Master Bláster y a Tina Turner cantando We Dont' Need Another Hero con unas pintas tremendamente horteras, lo que debería sumar algunos puntos.
Las tres películas tienen virtudes de sobra para defenderlas (unas más que otras) y una legión de fans que no dudarán en hacerlo, pero, si hablamos exclusivamente de gustos, la trilogía de Mad Max no se cuenta entre mis trilogías cinematográficas favoritas. De hecho, cada vez que veo la edición en formato libro sobresaliendo de mi estantería como un quiste, se me escapa un suspiro de pesar (nota del editor: esta circunstancia podría haber sido objeto de dramatización y el autor de estas líneas no responde de su veracidad).
En la película original, Australia es un continente postapocalíptico en el que escasean las fuentes de energía, no hay rastro de canguros ni de Cocodrilo Dundee, y reina el caos. Bandas de moteros chalados con un retorcido sentido del humor aterrorizan a la poca gente de bien que queda, y un pequeño cuerpo de policía representa la última esperanza de traer el orden y la justicia a este mundo descalabrado. Max Rockatansky, interpretado por un yogurín Mel Gibson, es uno de esos policías, y cuando su mujer e hijo se convierten en moldes para ruedas de neumáticos, una única meta se graba a fuego en su cabeza: vengar a su familia. Y después de vengarla, va el tío y protagoniza dos secuelas, porque Max y su mundo de sangre, sudor y tierra tenían tirón. Según parece, aún lo tienen, porque treinta años después, George Miller regresa para dirigir, escribir y producir la cuarta parte de esta saga, la cual es a la vez secuela, reboot, remake y no sé yo si spin-off de las anteriores.