Tal vez este dato os sorprenda, y el archivo del blog sin duda puede llevaros a engaño, pero El Tipo de la Brocha nació en junio de 2006. La temática era distinta, y no recuerdo gran cosa de lo que escribí entonces; sin embargo, nunca he olvidado que fue una experiencia gratificante y satisfactoria. Aunque me gusta juntar letras desde que tengo uso de razón, aquella fue la primera vez que mis actos de terrorismo literario llegaron a otras personas, y no tardé en cogerle el gustillo a interactuar con mis lectores. Os sonará increíble, quizá incluso inconcebible, pero hubo una época en la que los blogs eran sitios en torno a los que se creaban pequeñas e idílicas comunidades en las que, solo de vez cuando, se colaba algún trol.
Lamentablemente, aquella primera incursión en la blogosfera no duró mucho, porque poco después conseguí mi primer trabajo y mi vida personal quedó en modo de espera. Por suerte, con tiempo suficiente, uno se acaba acostumbrando a todo, y de alguna manera (¿dormir?, ¿quién necesita dormir?) aprendí a organizarme. Así las cosas, en enero de 2008, me uní a las filas de colaboradores de ionlitio.com, un blog de cultura pop. Esta asociación se extendió hasta febrero de 2011. Para entonces, ya me sentía lo bastante mentalizado para reabrir mi blog, y ese mismo mes renació El Tipo de la Brocha, con entusiasmo renovado, un diseño que hacía daño a la vista y nuevos propósitos que no tardé en incumplir. Y pasó un año. Y luego otro. ¡Y de repente ya eran diez! Y el blog siguió adelante.
No sé qué tal se os darán a vosotros las mates, pero yo he echado cuentas y, a lo tonto, me salen cerca de 18 años dedicados a esta labor por pura afición. Eso es mucho tiempo. Pero que mucho, mucho tiempo. Sobre todo en años de perro.
Haber estado siempre al pie del cañón debería darme algo de caché, pero lo cierto es que la era de los blogs personales llegó a su fin hace una montonera de años. Y las redes sociales, en auge demográfico y declive intelectual constante, los han sepultado hasta hacerlos virtualmente invisibles. Seamos honestos: la mayoría de la gente no quiere leer mensajes que no puedan abarcarse de un solo vistazo. Y si, en lugar de leer, pueden ver un vídeo de menos de treinta segundos, todavía mejor.
Hoy se valora el meme, el estímulo inmediato, la polémica del día... Puedo pasarme semanas preparando una entrada, compartir el enlace en Twitter y, con suerte, recibiré una decena de «megustas» y dos o tres retuits. En cambio, una ocurrencia estúpida, a la que probablemente no haya dedicado el menor esfuerzo o reflexión, puede hasta hacerse viral. Es el signo de nuestro tiempo, pero no tiene por qué gustarme. Es más, me trae de cabeza.
No os confundáis; esto no pretende ser una denuncia de nada ni aspiro a ganar el premio al abuelo cebolleta del año. El impacto que han tenido las redes sociales es solo uno de los motivos que me han llevado a tomar la decisión de tomarme un descanso. Tengo otras razones igual de buenas, pero son más personales y no busco ni necesito hombros en los que llorar. Además, os pondría perdidos de mocos. Y a lo mejor aprovecharía también para vaciaros disimuladamente un azucarero en un bolsillo. Prefiero dejaros una buena impresión al despedirnos y no que os caguéis en mis muertos «pisaos».
Así pues, ha llegado el momento de bajar las persianas, echar la llave y decir adiós. Y cuando ya esté en la calle, volveré corriendo sobre mis pasos y comprobaré si he cerrado bien. Siempre es mejor asegurarse que estar todo el día con la mosca detrás de la oreja.
No sé si regresaré, pero es una posibilidad que dejo en el aire. ¿Quién sabe?, puede que aún no hayáis visto mi última transformación.
Muchas gracias a todos los que estuvisteis ahí. Entre vosotros y mi pájaro bebedor, casi alcanzamos los seis millones de visitas. Daos una palmadita en la espalda de mi parte.