No es algo sobre lo que me haya parado a pensar antes, pero, echando un vistazo al archivo del blog, me he dado cuenta de que no comento muchas comedias. Por lo tanto, me parece oportuno comenzar esta entrada con una pequeña reflexión acerca del humor. Aquellos que no estéis interesados en mis pensamientos más profundos del día (sin contar los que he dedicado a qué desodorante ponerme) podéis saltaros los siguientes párrafos y pasar directamente a mi opinión sobre la película, pero, al hacerlo, condenaréis a vuestros seres queridos a una vida de horror y sufrimiento. Es un nuevo poder que he adquirido al morirme y regresar del Más Allá como un fantasma. Suele pasar.
Los que tenemos la suerte de vivir en sociedad, y no en una cueva aislados del mundo alimentándonos de orugas y plantas que provocan diarrea, estamos acostumbrados a que otras personas nos digan que tal o cual cosa tiene gracia. Y como no somos idiotas, sabemos que lo que en realidad quieren decir es que
a ellas les parece gracioso, no que lo sea empíricamente. En otras palabras: lo que a alguien le resulta descacharrante a ti te puede hacer tanta gracia como que desahucien a tus abuelos, los acojas en tu casa, y tu abuela se dedique a cubrir todos tus muebles de manteles de ganchillo. Porque el humor es subjetivo y depende de muchos factores: personales, sociales, culturales, gastrointestinales..., toda la panda.
Esto no quiere decir que la comedia carezca de método. Explicado con la mayor brevedad posible y, por lo tanto, mal explicado, podría decirse que todo aquello que lleve a alguien por un camino para luego sorprenderle con algo inesperado activará en su cerebro el mecanismo del humor. Eso, claro está, siempre que no estemos hablando de malas noticias, porque muy pocos encuentran divertido ir a su médico de cabecera para realizarse un chequeo rutinario y que les digan que solo son un producto de la imaginación colectiva. Tampoco suele ser motivo de risa que lo inesperado sea una fantasmagórica monstruosidad de otro mundo, impura, pútrida y pavorosa.
A donde quiero ir a parar es a que nadie puede deciros qué es o deja de ser gracioso, ni debería juzgaros por vuestros gustos. Salvo que os riáis con las películas de Adam Sandler o de los chistes de Joey en
Padres forzosos, en cuyo caso merecéis que os destierren del planeta.