En el episodio anterior, Samwell se enteró de que Daenerys había carbonizado a su padre y a su hermano por no hincar la rodilla, Jon descubrió que comparte nombre con una aseguradora, y a Jaime casi le dio un telele cuando vio que Bran seguía de una pieza y además se había motorizado. En pocas palabras: los pelagatos se pusieron al día.
El segundo episodio de la temporada también se toma las cosas con calma y trata sobre todo de despedidas, de ofrecer al espectador la ocasión de compartir unos últimos momentos de paz y tranquilidad con unos viejos amigos antes de que corran ríos de tinta en la sección de necrológicas del Invernalia Times. Es un episodio que desnuda a muchos personajes (literalmente en algún caso) y que nos muestra cómo afronta cada uno de ellos una posible incorporación a las huestes podridas del Rey de la Noche. No tendría sentido desarrollar un dramatis personae de este calibre para luego tener al grueso de personajes haciendo bulto en un segundo plano hasta que llegue el momento de matarlos.
Dicho esto, entiendo a las personas que empiezan a impacientarse. En este episodio hay algunas escenas que, por emotivas que puedan parecernos, no avanzan la historia ni aportan nada nuevo a la caracterización de los personajes. A primera vista pueden parecer prescindibles, y desde luego hay al menos un par de escenas que podrían haberse quedado en la sala de montaje sin que notásemos nada raro. Pero todas esas escenas cumplen una función: establecen el tono, alivian la tensión o incluso dejan entrever el destino que espera a algunos personajes.
Y creo que después del episodio del lunes que viene, cuando suframos un síncope colectivo, incluso quienes ahora se quejan de que estos dos primeros episodios tienen relleno, los recordarán con melancolía.