Hace unos meses, mi hermano y yo le regalamos a mi padre por su cumpleaños los números 50 y 51 de
Blueberry, un cómic francés ambientando en el lejano Oeste, creado por el ya fallecido guionista
Jean-Michel Charlier y el dibujante
Jean Giraud.
Y, por favor, no penséis que somos unos agarrados y que solo le compramos un cómic cada uno. Faltaba más. También le regalamos un ambientador para el coche.
El caso es que en el momento de comprar los cómics, pensé "Por las barbas de Carlomagno, a ver cuándo me leo los
Blueberry". Y excepto por lo de las barbas de Carlomagno, tenía sentido. Con lo que me gustan los cómics y para uno que normalmente no tengo que pagar yo, tendría que ser imbécil para no aprovecharme y leerlo gratis.
Pero a lo tonto, a lo tonto... llevaba con esa misma historia más de veinte años. De vez en cuando sacaba algún
Blueberry de la estantería, lo hojeaba, me leía algunos bocadillos al azar y luego volvía a dejarlo en su sitio. Hasta que un día di con
este artículo de Paco Fox sobre
Las aventuras de Blake y Mortimer; colección que, casualmente, también hace mi padre. En ese instante, me dije "¡De hoy no pasa! ¡Mañana mismo empiezo a leerme
Blueberry!".
Un mes más tarde, aún no había abierto ni un solo número. Parecía que tuviera alergia a las historietas francesas de vaqueros. Por supuesto, esto sonaba estúpido incluso para mí, así que me armé de coraje y, por fin, me llevé a casa cinco números de la colección bajo el brazo: del 16 al 18 y el 22, el llamado ciclo de
Las primeras guerras indias. No, no elegí los tomos al azar. De hecho, seguí el orden de lectura indicado por la editorial Grijalbo-Dargaud en las contraportadas. Alguien debería volver a ver
Barrio Sésamo.