31 de octubre de 2023

Rom #38: ¡Que sufran los niños!

Cuando era un crío sin mayores preocupaciones que no perderme los dibujos animados que pasaban por la tele, Spiderman y Superman eran mis superhéroes favoritos. A pesar de que mi poder adquisitivo dependía principalmente de la generosidad de mis padres y abuelos, entre grapas y recopilatorios, llegué a hacerme con una cantidad de tebeos de ambos personajes considerable. O al menos eso pensaba yo, porque, en realidad, toda mi colección no daría hoy ni para rellenar medio ómnibus de Panini o Ecc.

La mayoría de los cómics que tenía eran números sueltos, en los que las historias estaban ya empezadas o se quedaban a medias. En el caso del Spiderman de Forum y del Superman de Ediciones Zinco, no creo que nunca llegase a tener más de tres o cuatro números seguidos (a no ser que formasen parte de un tomo recopilatorio), pero recuerdo que, cada vez que encontraba un tebeo que encajaba en la colección, me hacía muchísima ilusión. Incluso me sentía orgulloso de haber alcanzado ese logro. Dicen que aquel que es demasiado pequeño tiene un orgullo grande, y yo era un niño que apenas levantaba cuatro palmos del suelo, así que estaba tremendamente orgulloso. Era la misma clase de orgullo que uno puede sentir a esa edad cuando mete un gol jugando al fútbol en el patio del colegio (o eso supongo, a mí nunca me gustó el fútbol y, cuando jugaba, siempre me ponían de portero) o resuelve un problema de matemáticas antes que el resto de la clase (o eso supongo, a mí nunca se me han dado bien los números). 

Sin embargo, había otro superhéroe que me gustaba casi tanto como Spiderman y Superman, y al que me resultaba imposible seguir la pista. Me refiero a Rom, de profesión caballero del espacio.

Hasta donde yo sé, Rom ni siquiera llegó a tener serie propia en España, sino que Cómics Forum publicó los números originales a modo de complemento de la colección de Transformers. Por suerte, en aquel momento también me fascinaban las batallas interminables entre Autobots y Decepticons, así que me hice con algunos números de Rom de rebote.

Sin embargo, lo único que demuestra el párrafo anterior es que debería haberme documentado antes de ponerme a escribir, porque, como bien apunta un conocedor anónimo en los comentarios, el caballero del espacio sí tuvo serie propia en España, a manos de Surco, la sucesora de Vértice. Hoy soy yo el que ha aprendido algo nuevo.

Aparte de su simplista, pero alucinante diseño, creo que lo que más me ha atraído siempre de Rom es la ambientación de sus historias. En ellas, la ciencia ficción y el terror van de la mano, y la influencia de las películas de serie B de la década de 1950 es evidente. Es imposible leer Rom y no pensar en clásicos como Ultimátum a la Tierra o La invasión de los ladrones de cuerpos.

ROM, el juguete original de Parker Brothers en el que se basó el cómic.

Haciendo un ejercicio de nostalgia, en esta entrada repasaremos el número 38 de la edición estadounidense de Rom, publicado a principios de 1983, con guion de Bill Mantlo y lápices de Sal Buscema. No he elegido el número al azar. Algunas de las viñetas de este cómic las tengo cinceladas en el cerebro y las arrastro conmigo desde que las leí por primera vez hace más de treinta años, probablemente porque no debería haberlas leído siendo tan pequeño y me provocaron pesadillas.

Además, y como aliciente, da la casualidad de que estos fueron los cómics que me dieron a conocer a Shang-Chi, el maestro del kung-fu.

Pero basta ya de preámbulos.

A diferencia de los cómics del Capitán América que comenté en 2019 por estas mismas fechas, en esta ocasión el elemento de terror no demora su entrada. La primera viñeta, que ocupa toda la página y lleva sobreimpreso el título "¡Que sufran los niños!", nos mete inmediatamente en ambiente llevándonos a un cementerio por la noche, con la luna llena parcialmente oculta tras nubarrones grises y un manto de niebla sobre la hierba. Encima, es un cementerio escocés, así que cabe suponer que estará lleno de espíritus rencorosos vestidos con faldas hechas jirones, perdón, kilts hechos jirones. ¿Se os ocurre un escenario más apropiado para empezar una historia de terror? Sin contar la sala de espera del ginecólogo o la oficina de empleo, quiero decir.

Oculto tras un árbol, Shang-Chi, maestro del kung-fu, observa con atención a un grupo de siniestras figuras, cubiertas de pies a cabeza con túnicas púrpuras, que avanzan en fila india hacia una de las criptas. El encapuchado que va a la cabeza del grupo lleva un farol, porque nadie organiza una procesión así de tétrica para luego cargarse el ambiente con una linterna que funciona a pilas.

Por mucho árbol oportunamente ancho que pueda servir de escondite, Shang-Chi es sin duda un maestro del arte de la infiltración si es capaz de pasar desapercibido con un kimono fucsia con ribetes dorados en mitad del camposanto. Y eso por no mencionar que, debido a las técnicas de coloreado de la época, su piel es de un color amarillo-anaranjado muy poco discreto (y quizá un 37 % racista).

"Mi nombre es Shang-Chi", piensa el héroe asiático para sus adentros. "La traducción literal es 'crecimiento y avance del espíritu'. Me lo puso mi padre Fu Manchú".

No voy a resumiros toda la vida de Shang-Chi en esta entrada, porque para eso ya tenéis las wikis de Marvel; pero sí quiero detenerme un instante en el hecho de que, canónicamente, nuestro héroe sea el hijo de Fu Manchú, el infame señor del crimen chino que creó el escritor Sax Rohmer a principios del siglo XX para sus novelas policíacas.

Fu Manchú quería que su hijo fuera el mejor asesino de todos los tiempos, pero Chi escogió la senda del bien y, como era fan de James Bond, se convirtió en agente secreto del MI6.

Al igual que ocurre con muchos padres e hijos, la relación entre ambos es complicada, sobre todo desde que Marvel perdió los derechos sobre el personaje de Fu Manchú. ¿Cómo van a mantener una relación paternofilial medio normal si Chi ni siquiera puede mencionar el nombre de su padre sin que lo demanden por infracción de derechos de propiedad intelectual? La vida de un héroe es dura y está llena de obstáculos.

Puesta en escena: 10 de 10.

Cuando la terrible y sigilosa comitiva llega hasta la cripta, la figura que va en cabeza derriba la puerta de metal con un socorrido rayo de poder místico. No tiene pinta de que esas túnicas tengan bolsillos, así que ¿dónde iba a llevar las llaves?

Chi observa a los intrusos desde una pequeña ventana enrejada mientras abren una de las tumbas. Los restos que yacen en el interior del sepulcro pertenecen a una niña de la que solo queda un esqueleto amarillento, sin una pizca de carne. Si los visitantes fueran caníbales, no les valdría ni para hacer un caldo. De su cráneo, sin embargo, nace una abundante melena lisa de color pajizo, limpia y bien peinada, que resulta un poco incoherente con el estado de descomposición del cuerpo. A lo mejor es una peluca. La pequeña difunta lleva un vestido blanco raído y aros dorados en los brazos. Qué canguele.

"Niña perdida entre las mortajas del sueño eterno, sepultada en la tierra, muerta y decadente...", dice el cabecilla del grupo alzando las manos, a las que no les iría mal una manicura, "¡Álzate, demuestra el poder de los fantasmas!".

Una brillante aura de poder místico, decididamente maligno, rodea las manos del ser, y el cuerpo de la niña muerta se alza.

"¡Canastos!", exclamaría Shang-Chi, si fuera el protagonista de un tebeo de Bruguera.

¡Pero qué horas son estas de levantar a los muertos!

Estaría feo que un maestro del kung-fu se quedase de brazos cruzados mientras unos demonios profanan la tumba de una niña, así que Shang-Chi se lanza al combate.

Chi rompe de una patada el cristal de la ventana que antes era una reja (fallo de racord impropio de un artista de la talla de Sal Buscema), arrebata el farol a los impíos visitantes y atiza con él al que tiene más a mano.

Esta técnica de kung-fu, heredada de sus antepasados, se conoce como Yòng Jiè Lái De Dēnglóng Jīngxǐ Xíjí, o sea, Ataque Sorpresa con Farol Prestado. Lo leí en un libro cuyo título no quiero inventarme.

Las patadas de Shang-Chi son tan potentes que convierten el hierro macizo en frágil cristal.

Chi se mueve a la velocidad de un mono (si la comparación os parece mala, buscad vídeos de monos birlándoles sus pertenencias a los turistas) y, antes de que los encapuchados reaccionen, arrea a otro de ellos con el farol, prendiendo fuego a su túnica.

El ser se libera de la prenda en llamas, y Chi se da cuenta, horrorizado, ¡de que está combatiendo contra demonios, seres de otro mundo! Quizá se hubiera pispado antes si hubiera contado el número de dedos.

El lector habitual de Rom sin duda reconocerá a estos antropoides con cara de patata diabólica cuya carne parece hecha de Play-Doh. No son demonios, no. ¡Son los fantasmas!, los enemigos jurados de Rom. Por si esto os pilla de nuevas, se trata de una raza de metamorfos, prima lejana de los skrulls, que, tras fracasar en su intento de conquistar Galador (el planeta de Rom), huyó y se dispersó por toda la galaxia.

Algunos de estos fantasmas (dire wraiths, en el inglés original) llevan años infiltrados en la Tierra. Tu vecino, el que nunca te saluda cuando os cruzáis en el descansillo, el que no te espera cuando sube al ascensor y practica magia negra los domingos por la tarde, podría ser uno de ellos.

Qué fastidio. La túnica era alquilada y tenía que devolverla mañana.

El cabecilla de los fantasmas entona un "canto gutural" y genera un torbellino de ondas místicas.

Chi comenta que su propio espíritu está en peligro, así que intuimos que es un ataque muy chungo.

Por suerte, al maestro del kung-fu le sobra estopa para repartir, así que arroja el farol al hechicero.

"¡Maldito humano, tú...!", grita el ser mientras las llamas lo envuelven.

A la vista de lo rápido que prenden, las túnicas de los fantasmas deben de ser de poliéster (normal, con lo cara que está la lana). En cuestión de segundos, del fantasma jefe solo queda una nube de polvo, y la niña muerta vuelve a reposar en su tumba, donde continuará pudriéndose muy a gusto unos cuantos años más.

Morir maldiciendo, así se hacen las cosas.

Pero Chi no puede despistarse ni un segundo, porque aún tiene que lidiar con otros cinco fantasmas, y estos, por alguna razón, han decidido convertirse en cuervos y lanzarse sobre él al unísono para matarlo a picotazos.

Chi corre a recuperar el farol, al parecer arma tradicional del kung-fu, y describe con él un mortal arco de fuego, abrasando a los atacantes plumíferos en pleno vuelo.

Los cuervos huyen en llamas de la cripta, pero no llegan muy lejos antes de convertirse en polvo. Polvo eres y en polvo, etcétera. Se pueden decir muchas cosas malas de los fantasmas, pero al menos cuando mueren no dejan un cadáver apestoso y podrido. Se agradece que sus restos puedan limpiarse con escoba y recogedor.

Chi se alegra de que la niña descanse en paz, pero tiene preguntas para las que ni siquiera una galleta de la fortuna podría ofrecerle respuestas.

Ningún animal fue dañado durante la creación de este cómic. Excepto los cinco cuervos que murieron incinerados.

Mientras tanto, en una pequeña aldea de Gloucester, Inglaterra, oculto tras el tronco de un árbol, Rom, caballero del espacio, observa con atención una vieja mansión victoriana.

Su chisme analizador espacial despide un tenue fulgor carmesí que solo sus ojos de cíborg pueden percibir. Esto solo puede significar una cosa: hay fantasmas en la mansión.

O puede que el chisme está escacharrado. Justo ayer venció la garantía.

¿Dónde he visto yo antes una viñeta similar?

Rom permanece atento cuando un coche se detiene en el porche de la mansión. De él sale un señor mayor de aspecto serio y distinguido, con traje, bombín y paraguas.

Una mujer con cara de señorita Rottenmeier, o sea, de estreñimiento agudo, abre la puerta al visitante nocturno.

Rom reconoce a la mujer. Su nombre es Mara y no es humana, ¡sino una gran bruja de los fantasmas! Pero no puede ser. Él mismo la puso de patitas en el Limbo en algún número anterior (no sé cual y ahora me da pereza consultarlo). ¿Habrá agujeros de guion en este universo de bolsillo?

El recién llegado se presenta como Carruthers, inspector de orfanatos.

A Rom le cuadra que la mansión sea un orfanato. Y no solo porque haya un cartel colgado en la entrada con la palabra "orfanato" escrita en mayúsculas, sino porque, desde que llegaron a la Tierra, los fantasmas siempre han perseguido el mismo objetivo que muchos curas y famosos de Hollywood: los niños. Los invasores tampoco se pierden ni un solo episodio de El sheriff chiflado, pero eso solo es un incentivo en sus planes de conquista del planeta.

Con esas pintas solo podía ser inspector o banquero.

Rom se acerca a una de las ventanas de la mansión con sigilo. Y no es nada fácil pasar desapercibido cuando mides 2,13 metros de brillante hojalata espacial. La niebla serpentea entre sus piernas. El misterio me está matando. ¿O serán las almorranas? Sí, son las almorranas.

Dentro de la mansión, Carruthers pide ver a los niños.

Mara invita al inspector a seguirla escaleras arriba, pero, para sus adentros, está pensando en divertirse un poco con él antes de matarlo. No puedo culpar a los fantasmas por querer divertirse. Aparte de la tortura, el asesinato y El sheriff chiflado, dudo que estos seres del espacio tengan muchas formas de entretenerse en la Tierra. Recordad que estamos hablando de 1983. Yo nací ese año. No existían las plataformas de vídeo bajo demanda, y la industria del videoclub aún no estaba en su apogeo.

Al entrar en el dormitorio común, el inspector Carruthers se queda helado. Todos los niños están sentados al pie de sus camas, envarados, con los ojos y las mejillas hundidas, mirando al frente con ojos inexpresivos. En algún lugar del mundo, alguien lee este cómic y culpa a los videojuegos.

Esto no lo arregla ni Mary Poppins.

El inspector se acerca a una de las niñas y, al cogerla de la barbilla para examinarla mejor, nota que está más fría que una barrita de pescado congelado.

"¡Pido una explicación!", exige el hombre, volviéndose enfadado hacia la bruja y amenazando con presentar cargos si están drogando a los niños.

No sé si drogar a niños huérfanos está mal (solo me apunté a clase de ética para subir la nota media), pero esa tampoco es una cuestión que me interese debatir en este momento, porque en realidad estos niños no son niños, ¡sino fantasmas!, y a una señal de la bruja revelan su verdadera forma, que, por alguna razón, es menos arcillosa y más espantosa que la de sus colegas del cementerio en Escocia. De hecho, salvo por su tamaño, se parecen mucho a los adorables y diminutos esbirros de la película La puerta.

Son taaaan monos...

A Carruthers se le encogen sus arrugados testículos británicos cuando una de las bestias lo agarra por la garganta con su garra amarillenta.

"¡Piensa en el apuro del que te sacamos matándote, humano!", ríe la bruja. "¿Cómo podrías hacer un informe sobre esto?".

No le falta razón. ¿Cuántas veces habré deseado que me estrangulase una aberración del espacio exterior para librarme del curro? ¡Cientos! ¡Miles! Pero los alienígenas son unos estrechos. A lo sumo me han metido una sonda por el culo, y a la mañana siguiente he tenido que ir a la oficina a trabajar igualmente, pero con un bote de pomada en el bolsillo.

Ay, qué pillastres.

Un fulgor carmesí cruza la ventana e inunda toda la sala. Segundos después, ¡Rom atraviesa el cristal como un ariete con cohetes de propulsión!

"Hice visible el brillo de mi analizador. Quería que supierais que venía", anuncia. "¡Quería que conocieseis el terror antes de exiliaros al Limbo infinito!".

Pues si quería meterles el miedo en el cuerpo como parte de su estrategia, menudo chasco, porque a la gran bruja de los fantasmas solo le extraña que amanezca tan temprano, y yo creía que habían encendido los neones de un club de striptease. Sí, he pensando en un club de striptease junto a un orfanato. Formaba parte del plan urbanístico.

La presencia del caballero del espacio no amedrenta a la gran bruja, que le informa de que solo es una de muchas Maras, una poderosa clase de fantasma propensa a dar explicaciones. La bruja revela su verdadera forma y ataca.

"A medida que la Tierra y el mundo fantasma se desplazan hacia la conjunción cósmica, nuestro poder, ¡el poder de la magia negra, del misticismo oscuro, de la brujería siniestra, crece y crece!", explica Mara.

¿Conjunción cósmica? ¿Qué es esto?, ¿Cristal Oscuro?

Mara y el fantasma de los dibujos de Scooby Doo son la misma persona.

La gran bruja utiliza su poder para provocar una mutación instantánea en el resto de fantasmas, convirtiéndolos en criaturas más monstruosas si cabe, horrores indescriptibles que escapan a la razón humana... y que tiemblan como gelatina ante la mera idea de enfrentarse a Rom. El caballero lleva 37 números liquidando fantasmas, y no parece que las tornas vayan a cambiar pronto.

"¡No, Mara! ¡No nos envíes de nuevo contra Rom!", ruega uno de los monstruos.

"¡No disponemos de tu magia!", se queja otro mientras la bruja toma las de Villadiego.

Rom apremia a Carruthers para que corra y busque a los verdaderos niños mientras él se hace cargo de esa "carroña balbuceante".

Los fantasmas no son rivales para él, porque él es Rom, ¡el primero de los caballeros del espacio!

"¡Soy vuestra derrota! ¡Vuestra destrucción! ¡Vuestra muerte!", exclama el guerrero.

Y un poco redundante y pedante también eres, Rom.

A este tebeo le faltan buenas onomatopeyas. ¿Qué tal un "zap"?

En el sótano de la mansión, Carruthers encuentra a Mara con los niños de verdad, pero la situación no pinta nada bien para los menores.

La gran bruja está celebrando una oscura ceremonia y, ante los atónitos ojos del inspector, los niños comienzan a convertirse en viles y babeantes criaturas de ojos inyectados en sangre y colmillos afilados.

Por suerte, hay una antorcha a mano, así que Carruthers se la arroja al fantasma, porque, a falta de un farol, buenas son antorchas. Y ya hemos visto lo rápido que prenden esas túnicas baratas de poliéster.

Señor Carruthers, inspector de orfanatos y destructor de fantasmas.

Envuelta en llamas, Mara intenta llevarse al humano con ella a la tumba y lanza un último hechizo; pero Rom llega justo a tiempo y neutraliza a la gran bruja con su neutralizador. Neutralizador™, de Parker Brothers, el neutralizador que neutraliza como ningún otro neutralizador del mercado. No aceptéis imitaciones.

El caballero del espacio contraataca y envía a la gran bruja al limbo. Por fin, los niños están a salvo. Traumatizados de por vida, pero a salvo.

Sin embargo, la gran pregunta sigue en el aire: ¿Qué escribirá el pobre señor Carruthers en su informe?

"Niños, mirad aquí antes de que los restos de este cadáver carbonizado se esparzan con el viento. Grabad esta imagen en vuestra memoria".

Mientras tanto, en el castillo escocés de Stormhaven, Shang-Chi ignora a sus compañeros de aventuras hasta que mencionan una noticia que ha publicado el London Times sobre la momia de una princesa egipcia que ha llegado al museo británico. La niña fue enterrada vida y se dice que podría regresar de entre los muertos. Periodismo de investigación, vamos.

Chi tiene un presentimiento y dice a sus compañeros que tienen que ir a Londres cagando leches. Supongo que las niñas resucitadas son su especialidad. Yo soy más de brochetas de pollo yakitori.

¿Por qué a los ingleses les gustarán tanto las momias?

¿Se encontrarán nuestros héroes en el próximo número? Ya os adelanto que sí, pero esa es otra historia para otro momento, tal vez para el próximo Halloween.

13 comentarios

  1. Este capítulo junto con el de la momia y el de la niña ciega los tengo grabados a fuego. Mazo de ganas de que publiquen los omnibus (mi bolsillo no tanto).

    ResponderEliminar
  2. ROM tuvo serie propia en España con la editorial Surco, que publicó a capitán América, Iron man, Powerman, Star wars, Ka Zar y más cosas.
    Era la editorial Vértice con un nuevo nombre, trabajó durante los años 83 y 84.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por el apunte. He trasladado la información al cuerpo de la entrada para que nadie más me ponga en evidencia.

      Eliminar
    2. No hay de que, gracias a ti por la entrada. ROM es uno de mus personajes favoritos, el número en 2 partes de HIBRIDO publicado por Surco es casi una película de terror.
      Un niño mitad humano , mitad fantasma que hereda y entrena lo peor de cada raza. Irónicamente su padre es el fantasma más trágico y simpático de toda la especie.

      Eliminar
    3. Todos los números que yo tenía de Rom eran de terror. Pasaron muchos años hasta que descubrí que no todos sus cómics eran igual de siniestros.

      Eliminar
  3. Y esto pasó el Comic Code?
    A parte, el recurso de esconderse tras un árbol estaba de moda esa semana?
    En cualquier caso... No conocía a ROM, pero la verdad es que el dibujo mola y el guión intriga. Ahora tendremos que esperar 366 días para ver si ROM y Shang se alian.
    El trepidante ritmo de publicación de los Blogs! :-P

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En los ochenta, la Comics Code Authority ya se había relajado mucho.

      Eliminar
  4. En el caso de que no las conozcas ya, para documentarse uno de cara a escribir este tipo de cosas vienen estupendamente las fichas de "Universo Marvel" y Tebeosfera
    https://fichas.universomarvel.com/esp/rommun1.html
    https://tebeosfera.com/colecciones/rom_1981_vertice.html

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, he pasado por esas páginas en más de una ocasión. Pero me viene bien recordarlas, aunque la información en este caso sea una parte anecdótica de la entrada.

      Eliminar
    2. Cierto, parece que soy como el tipo al que le señalan la luna y se queda mirando el dedo, pero me da tanta rabia que se me escapen datos tontos cuando escribo que, durante toda la entrada, lo que tenía en la cabeza era "que no se te olvide darle esa info por si a él le pasa lo mismo".

      Eliminar
    3. ¡No te lo decía con sorna! A veces me documento, a veces no. Esta ha sido un no. Hacéis bien en decírmelo.

      Eliminar

LEE ESTO ANTES DE COMENTAR: Al autor del blog le chifla recibir comentarios, pero todo tiene un límite. Con carácter general, los siguientes comentarios se eliminarán de la faz de la red: 1) los que no tengan un carajo que ver con la entrada, 2) los que falten el respeto sin ninguna gracia ni elegancia, y 3) los que puedan considerarse spam o sean más largos que un día sin pan (en principio, los que superen 300 palabras, ya sea individualmente o de forma concatenada).