Con esta entrada, termina mi repaso de las novelas más importantes de la saga Dragonlance: desde la etapa clásica hasta la Era de los Mortales, pasando por la Quinta Era. No ha sido un camino de rosas (los libros de Jean Rabe casi acaban conmigo), pero al menos me he quitado una espinita que tenía clavada desde el Cretácico inferior, cuando los dinosaurios aún dominaban la Tierra y yo no tenía carné de conducir.
Al igual que en las entradas precedentes, esta última remesa de reseñas está organizada siguiendo mi orden de lectura recomendado. Este orden debería serle útil a cualquiera que desee adentrarse en esta saga o, como fue mi caso, regresar a ella por culpa de un estúpido arrebato de nostalgia. Ahora bien, nadie os va a mirar mal si os saltáis algunas de las novelas de la lista. Si queréis ceñiros a lo que realmente merece la pena, y teniendo también en cuenta las novelas enumeradas en las entradas anteriores, podéis obviar la segunda parte de La forja de un Túnica Negra (e incluso la primera parte, pero si os gusta Raistlin, leedla de todas formas), La segunda generación, los volúmenes dos y tres de la Quinta Era, la trilogía de Dhamon, y la trilogía de Linsha.
En cambio, si después de llegar hasta donde he llegado yo, aún tenéis ganas de más, aparte de picotear entre los tropecientos títulos restantes de la colección, quizá os interese saber que en 2022 empezó a publicarse la trilogía Destinos, coescrita por Margaret Weis y Tracy Hickman. Yo reconozco que me he quedado con cierta sensación de vacío después de terminar el viaje que me había marcado, y sé que, antes o después, volveré a visitar el mundo de Krynn, sea a través de esa trilogía o de otros títulos. Y si no, lo más probable es que acabe leyendo el Ciclo de la Puerta de la Muerte.
Hasta entonces, os dejo con mis reseñas de la llamada Era de los Mortales.
La Guerra de los Espíritus
I. Los Caballeros de Neraka
Autores: Margaret Weis y Tracy Hickman.
Año de publicación: 2000.
Reseña: No soy una persona que se deje llevar por la opinión de la mayoría, porque, seamos honestos, cuando uno opina lo mismo que la mayoría suele ser buen momento para pararse y reflexionar. Pero, en esta ocasión, la mayoría tenía razón. Después de la fallida fase experimental que supuso la etapa de la Quinta Era, el regreso de Margaret Weis y Tracy Hickman a la Dragonlance es digno de echar las campanas al vuelo.
Yo mismo he sido bastante crítico con las primeras novelas que escribió este dúo, pero, en general, la calidad de su obra mejora título a título. Ciñéndonos a la forma y el estilo narrativo, el primer volumen de la trilogía de la Guerra de los Espíritus supera sin duda a las Crónicas y a las Leyendas. A veces a los autores aún se les mete alguna palabra o expresión en la cabeza y la repiten más de la cuenta ("a trancas y barrancas" no debería utilizarse más de una vez en menos de cincuenta páginas y la utilizan tres veces), pero los días de las aventuras dictadas por reglas de juego y tiradas de dados y de las florituras rebuscadas quedan ya lejos.
El contraste entre unas novelas y otras es incuestionable. Por poner un ejemplo, estas son las líneas con las que Weis y Hickman describen en Los Caballeros de Neraka el momento en el que un anciano supera la muerte de su esposa tras un duro periodo de duelo:
"A la mañana siguiente llevó flores a su tumba y tomó un desayuno lo bastante abundante para saciar a tres hombres. Volvió a sonreír y a reír, pero en aquellos gestos se advertía algo nuevo, algo que antes no había. No era tristeza, sino una impaciente nostalgia".
No sé a vosotros, pero, tras ver cómo afectó a mi abuela el fallecimiento de mi abuelo, a mí ese párrafo me toca la fibra sensible.
En cambio, con estas líneas de El retorno de los dragones me da la impresión de estar leyendo el manual del Advanced Dungeons & Dragons:
"Con cada hechizo expira parte de la energía física y mental del mago; entonces, totalmente exhausto, debe descansar antes de poder utilizar su magia de nuevo".
Sí, he escogido aposta la peor frase que recuerdo para reforzar mi postura. Demandadme.
La novela tiene carácter introductorio, pero en ella ya suceden más cosas que en los tres libros de la Quinta Era juntos. Además, todas las tramas, sean más o menos interesantes, tienen un elemento de intriga para mantenerte enganchado; no es la típica novela con capítulos que preferirías saltarte. Weis y Hickman incluso se permiten introducir algunos giros argumentales que, si prestas poca atención, a lo mejor te pillan desprevenido.
Por otro lado, temáticamente, la novela relega a un segundo plano el clásico debate sobre el Bien™ y el Mal™, y se centra en el reto de afrontar cambios. Esto se ve de forma clara en el conflicto principal de la historia, que es que la magia está desapareciendo del mundo.
Es cierto que la magia ya había desaparecido antes, cuando terminó la Guerra de Caos (leed El ocaso de los dragones para saber de qué porras hablo), y de hecho ese inconveniente se resolvió al comienzo de la trilogía de la Quinta Era, con el descubrimiento de la magia salvaje y de la magia mística. La diferencia es que ahora la desaparición de la magia se cuenta como parte de la historia, creando un misterio alrededor de lo que ocurre en lugar de exponer los hechos al margen de la trama y a modo de trasfondo (esto último es lo que hizo Jean Rabe en El amanecer de una nueva era, y ya sabemos lo bien que le funcionó cuando se quedó sin nada que contar en los dos libros siguientes). Es más, la razón por la que la magia está esfumándose en esta ocasión no empieza a desentrañarse hasta el final del libro, y el momento en que se revela el aspecto más superficial de esta incógnita es terrorífico.
Pero si esa clase de misterio os sabe a poco, abrochaos el cinturón, porque detrás de todos los eventos de la novela hay una posible paradoja temporal, aparentemente provocada por un uso irresponsable del ingenio mágico que utilizaron Caramon y Taslehoff para viajar al pasado en la trilogía de las Leyendas. Eso hace que la novela sea un 23 % mejor. Es pura matemática.
Hablando de Caramon y Taslehoff, la novela recupera a varios personajes de la etapa clásica de la saga (incluido uno que dábamos por muerto, porque, como decía Luke Skywalker, "nadie se va nunca del todo"), pero pone el foco en los personajes nuevos. Entre estos últimos, destaca Mina, una muchacha de ojos ambarinos que aparece de la nada en mitad de una tormenta mágica y que, a pesar de tener cero experiencia en combate, se une como jefe de garra a un contingente de Caballeros de Neraka. El pasado de la chica es un enigma, pero dice hablar en nombre del "dios único", hace milagros, y su primera gran hazaña militar consiste en poner fin al asedio de una ciudad.
Si este personaje os resulta familiar fuera de la Dragonlance, probablemente se deba a que guarda un parecido más que evidente con Juana de Arco. No he encontrado ninguna declaración ni entrevista que confirme esta suposición (reconozco haber dedicado menos tiempo a la búsqueda que a escribir este párrafo), pero, teniendo en cuenta el bagaje religioso de Hickman, no me extrañaría que una figura histórica tan ligada al cristianismo le hubiera servido de inspiración para crear a Mina.
Otro personaje que me ha parecido curioso, aunque tenga un papel secundario, es el gobernador militar Medan, un ex Caballero de Takhisis que dirigió la invasión de Qualinesti durante la Guerra de Caos y que ahora gobierna la región con mano dura, pero sin crueldad gratuita. Lo atractivo de este personaje es que, pese a no le quita el sueño recortar libertades si con ello garantiza la estabilidad y seguridad de la nación (representa el centro-derecha de la derecha extrema), se ha convertido en un megafán de la cultura élfica, así que prefiere dedicarse a cuidar sus orquídeas y camelias que tener que ajusticiar a elfos rebeldes. La cuestión es, llegado el momento crítico, ¿a quién será leal?
No sé hasta qué punto el trance que supuso la lectura de la Quinta Era ha comprometido para siempre mi criterio, pero este comienzo de trilogía es cuando menos esperanzador.
Valoración: ★★★★
II. El río de los muertos
Autores: Margaret Weis y Tracy Hickman.
Año de publicación: 2001.
Reseña: Suele decirse que las segundas partes de una trilogía son complicadas. Como mínimo, se espera de ellas que estén a la altura de las expectativas generadas por la obra precedente, o, si esta no fue lo bastante buena, que la enmienden antes de que el lector sea irrecuperable.
Si, además, se trata de trilogías en las que la separación entre las partes no responde a aspectos narrativos o estructurales, sino editoriales (tres libros dan más dinero que uno), la desventaja de estas segundas partes es doble: por un lado, no pueden invertir la mayor parte del tiempo en facilitar información, porque los conflictos y los protagonistas ya deberían haberse presentado en la primera parte, y ahora lo que toca es profundizar en ellos; por otro lado, tampoco pueden dar sin más carpetazo a la historia que están contando y responder a las grandes preguntas dramáticas, porque entonces nadie querría leerse la tercera parte.
En definitiva, se trata de obras que son puro nudo, y no es fácil mantener el aumento constante de tensión que exige el nudo de una novela cuando todo lo que hay es precisamente eso. La mejor prueba de ello la tenemos en esta misma saga, en títulos como La tumba de Huma y La guerra de los enanos.
Por eso, me alegra decir que El río de los muertos no adolece de los defectos de los segundos volúmenes de las Crónicas y de las Leyendas. En esta novela, los protagonistas se enfrentan a fuerzas cada vez más poderosas y a sucesos desalentadores que cambian el mundo tal y como lo conocen (en algunos casos, recurriendo a la continuidad retroactiva, que no tiene por qué gustarte, pero que es disculpable, sobre todo cuando se redefinen eventos de la Quinta Era), y, aunque la historia no llega a un desenlace definitivo porque aún queda otro tomo por delante, culmina con un clímax lo bastante potente como para que los últimos capítulos te los leas del tirón. Incluso mueren personajes importantes, lo que aumenta la sensación de riesgo y evita que te confíes.
A lo anterior se suma que la mayoría de revelaciones y giros son efectivos. Weis y Hickman solo fracasan como trileros en lo que concierne a la identidad del dios Único, que te ves venir desde la sinopsis del tomo anterior. Aun así, no me parece que esta intriga esté mal llevada; enseguida intuyes quién se oculta tras ese sobrenombre, pero no llegas a pensar que los personajes sean idiotas por haberte dado cuenta tú antes que ellos. Ni siquiera estoy seguro de que el problema fuera evitable, porque, a poco que estés familiarizado con la saga, la lista de posibles candidatos se reduce a uno.
Por último, hay un aspecto en el que este volumen de la Guerra de los Espíritus da un salto cualitativo respecto de las novelas anteriores: el romance. No recuerdo si lo he mencionado ya antes en alguna parte, pero todos los amoríos de las novelas centrales de la saga, desde las Crónicas hasta la Quinta Era, surgen de la nada más absoluta. Los personajes se enamoran en menos de lo que tardan en hacer un bízum, y sus sentimientos siempre son misteriosa e instantáneamente correspondidos, incluso por desconocidos.
En esta novela, los idilios espontáneos desaparecen y, en su lugar, tenemos flirteos socarrones y amores imposibles entre personajes conflictuados, lo cual, aparte de ser más creíble, da pie a escenas sugerentes, como, por ejemplo, esta:
"—Si hace que te sientas mejor —continuó la dama—, te diré que he servido en la caballería durante doce años, he combatido en batallas y torneos y he visto cuerpos masculinos no sólo desnudos, sino abiertos en canal. Que será como veré el tuyo si no me obedeces. —Alzó la espada—. O sales o entro a sacarte.
Gerard empezó a caminar, salpicando agua, hacia la orilla. Ahora estaba furioso por el tono burlón de la mujer, y su rabia paliaba en parte su turbación. […]
Ella lo vigiló atentamente, su rostro trasluciendo una mayor y manifiesta jocosidad al ver su desnudez, cosa que no era de extrañar habida cuenta de que tenía la piel arrugada como una ciruela pasa, que estaba aterido y tiritando de frío".
¿Se encoge? "Como una tortuga asustada", contestaría George Constanza. Y no tengo nada más que añadir.
Valoración: ★★★★
III. El nombre del Único
Autores: Margaret Weis y Tracy Hickman.
Año de publicación: 2002.
Reseña: El último volumen de la Guerra de los Espíritus representa el cierre por liquidación de todos los conflictos, tramas, personajes y demás parafernalia de la etapa clásica de la Dragonlance. El nombre del Único es el punto y aparte dentro de la saga que no lograron ser, por distintos motivos, ni El ocaso de los dragones ni la trilogía de la Quinta Era.
Con la conclusión de este tercer y último tomo no solo se abre una nueva etapa dentro de la cronología de la Dragonlance, sino que se da carpetazo a prácticamente todo lo que conocemos de este mundo de fantasía. Ya se había intentado antes, pero se hizo precipitadamente o a medias, sin dar a ese cambio el empaque que necesitaba.
A lo largo de esta trilogía, Weis y Hickman consiguen transmitir más que nunca la sensación de fatalidad, de que el mundo se va al carajo y no puede hacerse nada para evitarlo. Contemplamos a héroes con dudas, desesperados, furiosos, hundidos, a un telediario de que les receten Lexatin® en el desayuno, que incluso llegan a pensar que la lucha no merece la pena y que la mejor alternativa es doblar la rodilla y dejarse llevar. Y en el otro lado tenemos a los antagonistas, convencidos de su causa, pero víctimas a su vez de un gran engaño que podría dejarles sin futuro.
El pasado es una base sobre la que Weis y Hickman construyen la historia, pero no se andan con chiquitas a la hora de remover los cimientos del universo que ellos mismos crearon. La Guerra de la Lanza parece un picnic en el campo en comparación con lo que sucede en esta trilogía.
Aquella ciudad destruida, aquella otra ocupada, pueblos dominados de un extremo a otro de Ansalon… Ya no estamos hablando de señores dragones supremos, gordos y perezosos, que se autoproclaman gobernantes de Krynn y dejan que otros cobren tributos en su nombre, sino de un poder divino que destruye a todo aquel que se opone a su voluntad, arrastrando el mundo hacia una oscuridad eterna, que no puede alumbrarse. Las opciones son comunismo o libertad servidumbre o muerte, no hay otras; y algunos desafortunados ni siquiera pueden elegir, porque, sin saberlo, tienen reserva para ambas.
El sacrificio se convierte, en ese contexto, en el tema central de la la historia. Uno de los dilemas que más resonancia tiene es hasta dónde puede el bien contaminarse antes de convertirse en el mismo mal que está combatiendo. La novela no se aleja de los temas recurrentes de la saga, pero los toca desde una perspectiva menos ingenua, acaso más cínica. Sin embargo, nunca pierde de vista la esperanza, porque, incluso cuando hay un kender cerca (o, sobre todo, si lo hay), la esperanza es lo último que se pierde.
El eslabón más débil de esta trilogía es el clímax, que está a un tecnicismo de ser un deus ex machina literal y por muy poco no lo es en sentido figurado. No llega a serlo, porque se trata de una conclusión coherente con la historia y que viene trazada de lejos, pero, aun así, no resulta del todo satisfactoria. En particular, es una pena que, durante la resolución del conflicto, algunos de los protagonistas saquen las palomitas y los refrescos y se conviertan en meros espectadores de lo que ocurre. El desenlace habría salido beneficiado si su papel hubiera sido más relevante y activo hasta el último momento. Además, esa inacción perjudica a estos personajes, cuya progresión a lo largo de la trilogía desemboca en un punto tibio, casi descuidado.
No obstante, ese traspiés queda compensado por cómo se pone fin a la historia de los Héroes de la Lanza que todavía seguían dando coletazos por ahí, ya sea porque aún no habían muerto o porque, como diría el milagroso Max, estaban muertos en su mayoría, pero no totalmente muertos. En esta trilogía, y a salvo de cierto héroe incombustible, esos viejos amigos tienen un papel secundario, pero, cuando les llega la hora de marcharse, la atención se vuelca en ellos, y su despedida es consecuente con quiénes son y con su trayectoria en la saga. Hay personajes cuyo desenlace ni siquiera podría contaros sin antes asegurarme de tener un pañuelo a mano.
En conclusión, si la relectura de las Crónicas y las Leyendas me reconcilió con la Dragonlance y la Quinta Era me dejó el cerebelo como una croqueta, la Guerra de los Espíritus ha conseguido que me alegre de haber retomado esta saga tantos años después de haberla aparcado. Para un aficionado la Dragonlance que no hubiera recorrido antes este camino, el destino merece la pena.
Valoración: ★★★★
La trilogía de Linsha
I. La ciudad de lo perdido
Autora: Mary H. Herbert.
Año de publicación: 2003.
Reseña: Llegados a este punto de mi repaso de la Dragonlance, empiezo a pensar que los fans de la saga que clasifican determinadas novelas como troncales no tienen buen criterio. Y si no te puedes fiar de los fans de la Dragonlance, ¿de quién te puedes fiar entonces?
La historia de esta novela transcurre en paralelo al primer tomo de la Guerra de los Espíritus, pero las conexiones entre una y otra obra son tan superficiales que incluso se podría haber prescindido de ellas. Aunque la tormenta mágica con la que se inicia aquella trilogía actúa aquí como detonante de la trama, se trata de una excusa burda más que de un motivo, y la novela se puede leer de forma independiente.
Más importante me parece, en cambio, que esta no sea la primera novela de la saga que tiene por protagonista a Linsha Majere (Dama de Solamnia de la Orden de la Rosa, hija de Palin y Usha, y nieta de Caramon y Tika, para más señas). Mary H. Herbert ya había presentado al personaje unos pocos años antes, en El Círculo Clandestino, el primer volumen de la serie Encrucijada. De haberlo sabido, quizá me hubiera leído antes ese libro, no tanto para conocer mejor al personaje (tiene poco que rascar), sino para evitar destriparme su aventura previa en cuatro líneas mal contadas.
En lo que concierne a la novela, la expresión que mejor la describe es "ni fu ni fa". No hay nada en ella que llame la atención para bien ni para mal. Es el summum de la simpleza.
La sinopsis nos cuenta que "la disputa de dos dragones amenaza la frágil paz del reino" y que, cuando el precario orden establecido se derrumba, "Linsha debe emprender una búsqueda desesperada para salvar la ciudad del ataque de un enemigo imparable". La mitad de esa información es falsa o, como poco, inexacta. Toda la acción transcurre en una misma ciudad (no en un reino), y lo único que ocurre es que los Tarmak (también conocidos como cafres) llegan y la conquistan sin mayor problema. Linsha tampoco emprende ninguna búsqueda ni nada que se le parezca; de hecho, y a pesar de ser el único personaje protagonista, su papel es pasivo casi hasta el final del libro. Hay menos aventuras en sus trescientas páginas que en un solo capítulo de El retorno de los dragones. Y, por supuesto, no esperéis sorpresas o giros. El suspense es inexistente.
La sensación general que deja la novela es de historia de relleno. Incluso cuesta pensar en ella como la primera parte de una trilogía, porque los pocos flecos que deja pendientes de resolución son desdeñables.
Desde un punto de vista formal, la narración es tan llana que no hace ningún favor a una historia ya de por sí endeble, y la caracterización de los personajes es mínima, hasta el punto de que te olvidas de ellos de un capítulo para el siguiente.
Casi hubiera preferido que la novela fuera mala a rabiar, porque al menos así me daría juego para escribir sobre ella. Pero solo es mediocre.
Valoración: ★★
II. El éxodo de los vencidos
Autora: Mary H. Herbert.
Año de publicación: 2004.
Reseña: Este volumen empieza con buen pie: una escena de acción que se lee del tirón y te mete rápido en ambiente. Por desgracia, cualquier esperanza de encontrarte ante una novela superior a la anterior se esfuma enseguida, en cuanto las conversaciones y reflexiones de los personajes se aprovechan para resumir de forma poco sutil e innecesariamente extensa todo lo que pasó en el primer volumen. Supongo que la autora o la editorial decidieron hacerlo así por si algún lector era tan rebelde, idiota o despistado como para empezar a leerse esta trilogía por el medio. Si no fuera exactamente lo que yo hice con los volúmenes dos y tres de la trilogía Coruscant Nights, de Star Wars, pondría el grito en el cielo.
La trama es ligeramente más compleja que la de La ciudad de lo perdido, pero, como ya sabréis por mi reseña anterior (espero que no se os haya ocurrido saltárosla), eso es tanto como decir que un cuadrado es más complejo que un triángulo porque tiene cuatro líneas en lugar de tres. Lo que necesitan estas novelas es la tridimensionalidad de un cubo o de un prisma triangular. Creo. La geometría no es mi fuerte.
Con todo, el mayor lastre de estos dos volúmenes no es la simpleza de su argumento. Tampoco lo es su narrativa anodina y carente de personalidad. Su gran problema es que tienen la peor clase de protagonista posible: el que no mueve un dedo por cambiar su situación y te trae sin cuidado.
Aparte de que Linsha comparte personalidad y fuerza de carácter con una pared de pladur (incluso los personajes estereotipados de las Crónicas están mejor definidos), su papel en la trama es tan pasivo e inútil que prácticamente podría servir de narrador testigo. La mujer acaba metida en todos los embolados habidos y por haber, se lo proponga o no; pero, hasta que llega el desenlace de estos dos libros, no interviene para alterar el curso de los acontecimientos. El resto del tiempo se lo pasa grogui o prisionera de uno u otro bando, lamentándose de su suerte mientras espera a que alguien la rescate.
La única manera en la que una protagonista de esta catadura podría encajar en una novela de fantasía y aventuras sería si su inacción se compensase con ingenio o humor, pero el libro tiene la misma chispa y picardía que un prospecto farmacéutico.
Como aspecto diferenciador respecto del volumen del anterior, cabe agradecer la presencia de dos elementos en la trama que, durante breves instantes, prometen elevar el conjunto por encima de su insignificancia. Por desgracia, esa promesa no llega a cumplirse, sino que trae consigo una honda decepción.
El primero de esos elementos es la presencia de un espía enemigo cuya identidad se pretende mantener en secreto el mayor tiempo posible sin ningún éxito. En una novela bien escrita, esa incógnita serviría para mantener intrigado al lector hasta el momento de la revelación, pero, en este caso, lo único que puede sorprenderte es que, a pesar de lo obvia que es la respuesta, nadie sea capaz de atar cabos y destapar al culpable (tampoco parece que les preocupe mucho, ya que no hacen nada por averiguarlo). Supongo que uno puede pecar de optimista y asumir que, aunque todas las flechas apunten a una única persona, al final habrá un giro inesperado y la resolución no será la más evidente. Pero lo es. Y desde luego no te da la impresión de ser más listo que nadie por olerte la tostada. Lo que piensas es que Linsha y sus compañeros son una panda de atontados.
El segundo aspecto desaprovechado (si no queréis que os destripe una parte de la trama, pasad al último párrafo) es la redención de sir Remmick, un caballero de Solamnia que actúa como antagonista de Linsha en estos volúmenes, sobre todo en el primero, y que debería caerte antipático, pero que en el fondo te resulta indiferente, porque todos los personajes parecen recortables de cartón. Como la novela es más mediocre que nefasta, la redención es coherente con el personaje y tiene cierto peso en la trama, pero está escrita con tal desapego que no alcanza las notas necesarias para generar una mínima respuesta emocional.
Todo ello hace de El éxodo de los vencidos una novela trivial y olvidable. Ni siquiera el final, que me recuerda en tono y situación al del El Imperio contraataca, te deja con ganas de leer el volumen siguiente.
III. El regreso del exilio
Autora: Mary H. Herbert.
Año de publicación: 2005.
Reseña: La conclusión de la trilogía de Linsha no es la novela que me gustaría que fuera, pero tampoco es la hecatombe anodina que me esperaba después de leer los dos volúmenes anteriores. La trama, aunque ligeramente más intrincada, sigue siendo simple, y el estilo de la autora no le va a la zaga. Sin embargo, hay un factor que marca la diferencia y que es tan relevante que incluso me hace dudar de si recomendar o no esta trilogía: Linsha, la protagonista, por fin hace cosas.
Si eso os parece lo más normal del mundo y no os deja boquiabiertos, es porque no habéis leído los volúmenes anteriores. Qué suerte tenéis,
En este volumen, Linsha se pasa la mitad del tiempo como más le gusta: capturada. Hasta ahí, sin novedad. Se la llevan a la Isla de los Cafres y allí se enfrenta a una terrible disyuntiva: adaptarse a sus costumbres y casarse con el hombre al que más odia o morir (lo del exilio del título es un tanto sui generis). Sin embargo, esta vez nuestra desafortunada Dama de Solamnia no se queda de brazos cruzados esperando a que la rescaten, sino que hace todo lo que está en su mano para fugarse y regresar a casa. Busca aliados, traza planes, y, cuando no le queda más remedio, hasta corta alguna cabeza. Y no para ahí, porque en la segunda mitad del libro, tras un complicado regreso a la Ciudad Perdida (lo del regreso también está en el título, así que no cuenta como espóiler), pone toda la carne en el asador para cumplir la promesa que hizo al comienzo de esta trilogía y, ya de paso, resolver unos cuantos entuertos.
Para sorpresa de nadie, ese giro revolucionario (darle a la protagonista un papel activo en la trama) hace que te impliques más en la aventura y que los recursos narrativos de la novela funcionen mejor.
En realidad, eso es lo mínimo minimísimo que se le puede exigir a cualquier libro de este género, pero, aunque solo sea por contraste con los volúmenes anteriores, y sobre todo desde la perspectiva del lector frustrado (casi ya escarmentado), juega indudablemente a favor de la novela. No digo que sea la repanocha, pero está bien.
Mi única pega es que algunos momentos cruciales del desenlace dependen demasiado de los sucesos que transcurren en paralelo en El nombre del Único, el tercer y último volumen de la Guerra de los Espíritus. Aunque esto tiene su lado positivo, porque refuerza la cohesión del mundo de la Dragonlance, no deja de ser extraño que lo que sucede en otro libro tenga un impacto determinante en el clímax de esta novela.
Obviando esa menudencia, y aunque preferiría no ser la clase de persona que hace esta recomendación, si os gusta la Dragonlance lo suficiente como para salir de la zona de confort compuesta por las obras de Margaret Weis y Tracy Hickman, os sugiero que al menos leáis un resumen de las dos primeras partes de esta trilogía y luego paséis directamente a la tercera.
Por último, no me gustaría cerrar esta reseña sin lanzar una pregunta al aire. Pero no puedo hacer esa pregunta sin fastidiaros una de las grandes revelaciones de esta trilogía (y, de rebote, dar detalles de otras novelas de la Dragonlance), así que, si preferís no saber nada, dejad de leer nada más terminar esta frase y haced un esfuerzo por ignorar las mayúsculas de la línea siguiente.
¿POR QUÉ NARICES A LAS AUTORAS DE LA DRAGONLANCE LES GUSTAN TANTO LOS DRAGONES? Y pongo el acento en el "tanto".
El amorío de Gilthanas con Silvara en las Crónicas tiene un pase, porque, cuando el elfo conoce a la hembra Plateada, ella tiene la apariencia de una elfa kalanesti y a él ni se le pasa por la cabeza que pueda ser una dragona "disfrazada". De hecho, cuando descubre la verdad, se escandaliza y se da el piro. Además, Weis y Hickman tratan ese romance de forma platónica, como si se tratase de un cuento o una fábula, sin invitarte a pensar en cuestiones más terrenales y superficiales como la compatibilidad sexual entre especies (otra cosa es que seas un mal pensado y te las plantees tú solito).
La saga se adentró en zonas más oscuras con la trilogía de Damon, de Jean Rabe, cuyo protagonista, un hombre "delgado, pero musculoso" y curiosamente propenso a perder la camisa, acaba convirtiéndose en un dragón sexi.
Y aquí, en el último volumen de la trilogía de Linsha, lo que tenemos es básicamente una introducción al bestialismo.
"―¿Crees que es posible tener una relación con un dragón?
―¿Por qué no? La mayoría de los jinetes de dragones están unidos a sus dragones de una forma mucho más sutil y profunda que muchos humanos. Tú tienes la suerte de ser una mujer que se siente atraída por un dragón que durante mucho tiempo es un hombre. Podría tener... ventajas".
Desde luego, esa no es la clase de fantasía a la que me refiero cuando digo que me gusta la fantasía.
Valoración: ★★★
Discípula Oscura
I. Ámbar y cenizas
Autora: Margaret Weis.
Año de publicación: 2004.
Reseña: Esta novela reafirma mi confianza en los libros escritos por Margaret Weis. Los demás libros de la Dragonlance son una lotería, pero Weis es garantía de calidad. Lo es en el sentido de que, como poco, sus historias están bien hiladas, tienen peso en el mundo en el que se desarrollan, y son entretenidas. Más importante todavía: no te provocan sopor ni urticaria, lo cual, visto lo visto, no se puede decir de las innumerables series que forman parte de la saga.
Esta novela sirve de introducción a una aventura distinta de cualquier otra que haya leído dentro de la colección. Y teniendo en cuenta que este año me he fumado ya veinticinco libros de la Dragonlance (incluso algunos más, si tomo como referencia las ediciones españolas), la novedad no es moco de pavo.
La historia comienza cuando el dios de la muerte, Chemosh, que está hasta el gorro de lidiar con nigromantes, zombis y otros seres de higiene cuestionable, seduce a Mina (la Juana de Arco de la trilogía de la Guerra de los Espíritus) y la convierte en su discípula para que atraiga a otros jóvenes agraciados a su causa. A cambio de su fidelidad, el dios les promete juventud eterna e inmortalidad.
Un chollo, sí. Pero la parte interesante es que, para que una persona se convierta en seguidora de Chemosh, es necesario que uno de los siervos del dios (primero Mina, luego otros) se la camele lo suficiente para que jure fidelidad y, en ese momento, le hinque el diente. Por la razón que sea, al llegar a ese punto, suele haber ya poca ropa. ¿Y qué ocurre después de recibir este chupetón? Que el individuo espicha y, al poco rato, renace como un ser inmortal, eternamente lozano y hermoso, pero desprovisto de humanidad.
Entendéis a dónde quiero ir a parar, ¿verdad? ¡Los seguidores de Chemosh son prácticamente vampiros! ¿Y a quién no le gustan los vampiros, aunque sean sui generis?
Cuando empecé a leer esta novela, no esperaba encontrarme pasajes de un gótico subido, y os aseguro que los recibí con los brazos abiertos. Incluso el romanticismo conservador de las novelas firmadas por Weis y Hickman (o mojigatería, si lo preferís) desaparece en beneficio de un erotismo explícito y mórbido, más apropiado para esta clase de historia.
Otro aspecto que me ha sorprendido es la ausencia casi total de acción. No hay batallas épicas ni duelos de espadas, ni siquiera pequeñas escaramuzas. Los protagonistas se enfrentan a poderes superiores, dioses y seres de otro plano, así que la confrontación física está descartada. Los conflictos se resuelven como en un buen cuento o en una fábula: con inteligencia y astucia. Y aunque el desarrollo de estas escenas no es especialmente ingenioso, el hecho de que estén ahí ya es destacable.
La novela es un comienzo fresco para esta trilogía e invita a leer los volúmenes siguientes. Eso es más de lo que esperaba poder afirmar a estas alturas, con veinte años de publicaciones casi ininterrumpidas a la espalda de este título.
Valoración: ★★★★
II. Ámbar y hierro
Autora: Margaret Weis.
Año de publicación: 2005.
Reseña: Quiero que conste en acta que este volumen no es menor que el anterior. Es la continuación inmediata de la misma historia y, honestamente, reseñar esta trilogía por partes apenas tiene sentido. La única razón por la que coloco Ámbar y hierro un escalón por debajo de Ámbar y cenizas es porque la trama que más me interesó de esta última (la de los vampiros gigoló Predilectos de Chemosh) pasa a un segundo plano. En un momento dado, y de pura chiripa, los héroes averiguan cómo librarse de esta panda de no muertos, así que asumes que alguien estará ocupándose de gestionar ese asunto para llevarlo a buen término, pero ese alguien no son los protagonistas de esta novela. Esa trama discurre detrás del telón.
El argumento de este volumen gira en torno en las consecuencias que trae para Krynn, y en el corto plazo para Mina, el descubrimiento por parte de Chemosh, el dios de la muerte, de un secreto muy bien guardado y que incluye una o más de las siguientes cosas: una torre mágica bajo el mar, una sala llena de tesoros divinos y una dragona muy pasota que sabe más de lo que cuenta.
Aunque a veces parece que Weis improvise la historia sobre la marcha, y las piezas del puzle no siempre encajan a la perfección, consigue mantenerte intrigado.
Además, hay otro aspecto que diferencia esta trilogía del resto de títulos que he leído de la saga y que, conscientemente, obvié en la reseña del volumen anterior, porque soy previsor y temía quedarme sin nada que contar. Me refiero a la gran participación de los dioses en la trama. Chemosh, Zeboim, Nuitari, Majere... ¡La lista es interminable, monada!
La presencia de los dioses no es en absoluto ajena a la Dragonlance, pero, a salvo de la marimorena que armó Caos en El ocaso de los dragones, aquellos suelen disimular su verdadera naturaleza e intervenir de manera disimulada en la vida de los mortales. Mueven los hilos, pero no muestran sus cartas. O algo así. Debería pensar mejor en las metáforas que utilizo, sobre todo antes de mezclarlas al tuntún.
El caso es es que, en esta trilogía, los dioses de Krynn me recuerdan más que en ninguna otra novela de la Dragonlance a los dioses de la mitología griega. Se aparecen ante los mortales por medio de sus avatares, tratan con ellos tête-à-tête e incluso mantienen relaciones carnales con ellos, como quien se presenta en casa del vecino para pedirle prestado un taladro percutor, pero con más desfachatez. Los dioses que juegan un papel principal en esta obra son, además, singularmente caprichosos y volubles; se la juegan unos a otros, se pican, se engañan, guardan secretitos... Vamos, que son la mar de entretenidos.
Por otro lado, y para darle un poco de chicha a la historia, este volumen toca el tema de la fe desde un punto de vista del crecimiento personal que, si bien lleva consigo un mensaje que no necesariamente comparto, es interesante.
"Me sentía feliz y satisfecho. El camino que recorría era llano y fácil y daba vueltas y vueltas en círculo. Llevaba recorriéndolo tanto tiempo que ya ni lo veía. Podría haber caminado por él a ciegas. Solo tenía que seguir adelante y siempre estaría allí para mí.
Me decía que el camino giraba en torno a Majere. En realidad giraba en torno a nada. El centro estaba vacío. Inconscientemente caminaba al borde de un precipicio y, cuando sobrevino el desastre y el camino se resquebrajó bajo mis pies, no tuve adonde ir. Caí en la oscuridad".
En dos palabras: está bien.
Valoración: ★★★
II. Ámbar y sangre
Autora: Margaret Weis.
Año de publicación: 2008.
Reseña: En este volumen, el último de la trilogía de la Discípula Oscura, Mina, acompañada de los héroes de esta trilogía (a los que he conseguido no mentar siquiera en las reseñas anteriores, porque así me las gasto), inicia un viaje físico y espiritual hacia la Morada de los Dioses. Allí, presumiblemente, descubrirá quién es (será la última en enterarse) y qué quiere ser (es importante fijarse metas en la vida). Pero, hasta que se encuentre con su destino, solo es una niña que no recuerda nada.
Desde que apareció por primera vez en Los Caballeros de Neraka, Mina ha pasado de ser Juana de Arco a sacerdotisa del dios de la muerte y, por último, a convertirse en una niña que, para evitar volverse tarumba, se ha obligado a olvidar su pasado. No es lo único que me parece cogido con pinzas de esta novela, pero es de lo más importante.
Ámbar y sangre cierra la historia de Mina llevándola hasta lugares insospechados que, honestamente, da la sensación de que no estaban en la ruta planificada cuando Weis y Hickman iniciaron el viaje en la Guerra de los Espíritus. La improvisación no está confirmada, pero se sospecha.
A pesar de la involucración de los dioses en la trama y del nuevo giro que se da a la mitología del mundo de la Dragonlance, esta trilogía se aleja enormemente de la épica fantástica que caracterizaba a los comienzos de la saga. La merma de la épica, incluso de la aventura, es más pronunciada en esta novela que en las dos anteriores. Hay un intento de Chemosh por atraer a Mina de nuevo al Lado Oscuro que desemboca en algunos disturbios en Solace, pero es algo pasajero, y la presencia del Dios de la Muerte enseguida deja de ser relevante. Pero no solo Chemosh hace mutis por el foro. Los Predilectos, la gran amenaza con tintes vampíricos que surgió en Ámbar y cenizas, también desaparecen del mapa. ¿Villanos? A donde vamos no necesitamos villanos.
¿Y los héroes? No lo diríais por mis reseñas, pero Mina no es la única protagonista de esta trilogía. Buscándola al principio y enfrentándose a ella después, para luego acabar haciéndole de canguros, están Rhys, un monje al que acompaña siempre su perra ovejera Atta, y Beleño, un kender al que no le gusta tomar cosas prestadas y que puede hablar con los muertos. Aunque ambos personajes son interesantes a su manera, solo Rhys evoluciona a lo largo de la trilogía, y, además, el mayor cambio que se produce en él, que gira en torno a su fe, ocurre en el segundo libro. Para cuando llegamos al tercero, ya no queda nada que hacer con el personaje. Y aun así, el mayor problema de Rhys y Beleño no son sus respectivos arcos argumentales, desdibujados y concluidos antes de tiempo, sino que ninguno de estos personajes tiene un papel determinante en la trama de esta novela. Ambos están ahí y hacen cosas, pero también podrían haberse quedado en su casa, y el desenlace habría sido el mismo. Es parecido a lo que ocurre con Indiana Jones y el arca de la alianza, con la diferencia de que Margaret Weis no es a la literatura lo que Steven Spielberg es al cine.
Si me preguntáis cómo de frustrante es que, al llegar a la última parte de la trilogía, prácticamente nada de lo que ocurre en las novelas anteriores importe, mi respuesta es.. que me he acostumbrado demasiado a los altibajos de esta saga como para que algo así me moleste. Eso no quiere decir que esté bien. No lo está en absoluto. Echando la vista atrás, y sabiendo cómo acaba este relato, es indiscutible que los volúmenes que conforman la Discípula Oscura pueden funcionar a nivel individual, pero nunca en su conjunto. La historia que nos cuentan a lo largo de sus más de novecientas páginas está deslavazada, y dudo que Weis tuviera un plan concreto para los personajes cuando comenzó a escribir Ámbar y cenizas. Ni siquiera tengo claro que la trilogía trate sobre algo. Hay ideas sueltas, pero no un tema que le dé sentido y cohesión a esta crónica fantástica.
No obstante, diré a su favor que no deja cabos sueltos; quizá porque a la mayoría de ellos directamente les prende fuego.
Debería haber sido algo más.
Valoración: ★★
Me parece más épico el curro, la voluntad y el esfuerzo de estos análisis que cualquier historia de las que se cuentan en los libros. Alguien debería escribir una novela al respecto. Tal vez un Elige tu propia aventura.
ResponderEliminarSi pudiera volver atrás en el tiempo y elegir entre leer o no leer todos estos libros, elegiría leerlos.
EliminarHe manifestado más de una vez en reseñas previas que no me interesaba nada más de Dragonlance, después de catar algunas trilogías con resultados variables, pero tirando a pobres. Pero esa evaluación de "La Guerra de los Espíritus" ha reactivado mi curiosidad. ¿La leeré algún día? Pues a saber, porque mi ritmo de lectura ha decaído cosa mala y tengo la Rueda del tiempo apenas por el 4to. libro. Pero la curiosidad está reactivada.
ResponderEliminarDices "el libro tiene la misma chispa y picardía que un prospecto farmacéutico." Mal ejemplo, después de la maravilla absoluta que resultó el prospecto de TrampAvizor® (veáse "Jugad conmigo a 'Deathtrap Dungeon' ('Laberinto Mortal') (39)").
"¿Y a quién no le gustan los vampiros, aunque sean sui generis? " Pues aquellos "vampiros" tan sui generis que eran un gusiluz de la Stephenie Meyer tienen una buena cantidad de detractores.
Cada vez que me planteo si chapar el blog, llega un comentario como el tuyo y se me pasa. Gracias.
EliminarPues me has picado con esta quinta saga. Lei la primera y segunda cuando era adolescente y me has despertado las ganas de continuar.
ResponderEliminarCreo que el resto me las ahorro por qué ya no tengo tanto tiempo y me toca ser más selectivo.
Que a todo esto por fin me he leído todo tu blog de principio a fin y tus artículos de ionlitio.
Admites peticiones? Lo comento por qué el blog me encanta y alguno he descubierto en alguna publicación que me ha enganchado.
Un artículo sobre tus blogs de cabezera?
Un saludo señor brocha.
Lamento que no haya premio por leerse todo lo que he escrito. Por otro lado, supongo que sobrevivir a tan terrible experiencia podría considerarse premio suficiente.
EliminarAdmito peticiones e incluso puedo atenderlas si coinciden con lo que pensaba escribir en algún momento. Pero me temo que no tengo blogs de cabecera.
No conocía tu blog, pero he llegado a él desde Telegram (Lo recomiendan en la Gaceta de Breve). Y me has alegrado la mañana, vaya artículo más interesante. Yo leí Crónicas y Leyendas siendo un adolescente y no me había planteado seguir con la Dragonlance, hasta que he leído tu artículo hoy...con 47 añazos ya .
ResponderEliminarComo ando de tiempo fatal , me quedaré sólo con "La guerra de los espíritus" que creo que es la que merece la pena.
Aquí en España se acaba de publicar el primer libro de su nueva saga, y me había dado una me,cla de añoranza y temor, pues no sé por dónde iban las cosas en Krynn.
En cualquier caso te felicito por el artículo y te agradezco la labor reseñadora. Ahora voy a bucear en tu blog a ver si pesco más reseñas de lecturas interesantes.
Un abrazo desde Málaga
ya veras que descubrimiento, tienes literalmente horas por delante y si aprecias su sentido del humor disfrutaras como un acondroplásico, por cierto Brochas, soy Garou, no me deja loguearme Google, me da que por las cookies, tambien comenté abajo
EliminarBienvenido al blog, Miguel Ángel, y muchas gracias. Si lo último que leíste fue Leyendas, te recomendaría que, antes de abordar la Guerra de los Espíritus, leyeras al menos El ocaso de los dragones (también de Weis y Hickman) y un resumen de la Quinta Era.
Eliminar¿El ocaso de los dragones merece la pena? Buscaré tu reseña. Mil gracias por la recomendación
EliminarLa novela no es de las mejores de Weis y Hickman, pero tiene sus momentos. Lo que ocurre es que es una novela troncal; si no la lees, pierdes información relevante de cara a la siguientes etapas de la saga. Tienes mi reseña en la entrada sobre la etapa clásica (enlazada al comienzo de esta misma entrada). ;)
EliminarVoy a demandarte... QUE HAGAS MAS de estas reseñas, graicas!
ResponderEliminarEl que se mereceria la demanda judicial es el que no respeta en absolluto los titulos en ingles y se saca de la manga otros
¡Si no paro de escribir reseñas como estas! Tengo Letterbodx y Goodreads repletos de ellas. Lo que sí haré será probablemente traerme algunas aquí. Ya tengo a mis mejores hombres trabajando en ello.
EliminarPues me había dejado la relectura a mitad de la Tumba de Huma, pero tu reseña de La guerra de los espíritus me ha despertado el gusanillo, y se avecinan muchos días de vacaciones por rellenar...
ResponderEliminarPor cierto, gracias por la exhaustividad, para un completista como yo es difícil dejar parte de una saga sin leer, pero me da que con ciertos libros voy a hacer una excepción.