7 de noviembre de 2011

Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio (2011)

Desde aquella nefasta coproducción franco-española que fue Tintín y el misterio de las naranjas azules, han tenido que pasar casi cincuenta años para que los seguidores del cómic más popular de Hergé (porque, honestamente, ni Cristo leía Quique y Flupi) veamos una adaptación cinetamográfica de Tintín con actores reales. O con híbridos entre imagen real y animación 3D, que no es lo mismo, pero se le acerca.

Steven Spielberg llevaba detrás del proyecto desde los años ochenta (se cruzó con una crítica de En busca del Arca perdida que comparaba a Indiana Jones con Tintín, descubrió al personaje de Hergé, se enamoró de él... ya sabéis, la clásica comedia romántica gay) y pretendía utilizar intérpretes de carne y hueso para realizar la película.

Por suerte, su amigo Peter Jackson le convenció de que la única manera de hacer justicia al mundo creado por Hergé era utilizando la tecnología de captura de movimiento que tan penosos resultados le había dado a Robert Zemeckis en Polar Express. Costes disparatados, críticas negativas, fracasos estrepitosos en taquilla... Sinceramente, me extraña que Jackson lograse convencer a su colega; pero vaya si me alegro de que así fuera.

Con este envoltorio nos llega, pues, la primera película animada de Steven Spielberg, una montaña rusa de efectos digitales desde sus magníficos títulos de entrada, reminiscentes de los trabajos de Saul Bass, hasta su sorpresivo cliffhanger final. Y todo ello acompañado de la banda sonora más inspirada que ha compuesto John Williams en mucho tiempo.

La película toma elementos de tres álbumes de Tintín (El cangrejo de las pinzas de oro, El secreto del Unicornio y El tesoro de Rackham el Rojo) y construye con ellos una aventura conocida y nueva a la vez que, si bien podrá crispar a los tintinófilos más ortodoxos, está bien hilada y contiene acción suficiente como para mantener al espectador pegado al asiento durante toda la proyección. Claro que tampoco es que nadie vaya a levantarse y abandonar la sala al precio que están las entradas, ¿verdad?

Aun así, la acción es de lo mejor que he visto en el cine en años, con secuencias trepidantes repletas de persecuciones y tiroteos, y ocurrencias nunca antes vistas. Es el Spielberg al que quisimos encontrar en Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, pero andaba perdido, y al que ahora hemos recuperado.

Sin embargo, esas secuencias tan impresionantes jamás funcionarían si los personajes y la historia nos importasen un comino. Y ciertamente, de no haber logrado esto último, estaríamos ante un festival digital tan desaborido como el ofrecido por Michael Bay en Transformers: El lado oscuro de la Luna.

Gracias a la labor de los guionistas Steven Moffat, Edgar Wright y Joe Cornish, no es así. Esos jodidos británicos tienen algo más que los dientes torcidos, y se llama talento.

El combate naval más alucinante que he visto en el cine, a años luz de Piratas del Caribe y sus secuelas.

Visualmente, la película también resulta impactante. Los personajes son una recreación fiel de los dibujos de Hergé, los escenarios son enormes y coloridos, la cámara se desenvuelve con libertad absoluta para seguir la acción y mostrarnos siempre el mejor plano posible, y el nivel de detalle alcanzado es paralelo al afán obsesivo que caracterizaba a Hergé cuando se documentaba para dibujar sus viñetas.

Con ello no quiero decir que la película esté libre de pequeñas incoherencias o incluso de momentos que dan vergüenza ajena (por si os lo preguntáis, estoy pensando en la forma de repostar la avioneta en pleno vuelo), y lo cierto es que el final pierde algo de fuelle respecto del resto del filme; pero estos son males menores que no empañan en absoluto el gran trabajo que hay detrás de esta superproducción, y solo alguien con muy mala uva o un crítico profesional los utilizarían en su contra.

Bueno, yo también lo haría; pero acabo de cenar y tengo el estómago demasiado lleno como para ponerme en plan negativo.

Además, y en todo caso, no seré yo quien se ponga quisquilloso con esta película después de haberlo pasado tan bien viéndola. No, ni siquiera aunque Tintín dé grima a veces.

Creedme, cuanta más barba tengan los personajes, mejor.

Las vertiginosas escenas de acción, los diálogos ágiles, la comedia física al estilo de Los tres chiflados, y la brillante factura técnica son elementos que configuran una película de aventuras emocionante y divertida, y un espectáculo del agrado de niños y mayores, muy especialmente de los primeros. Y sé lo que me digo, porque en la sesión a la que fui, estuve sentado delante de un grupo de no menos de quince críos que no pararon de dar la lata en las casi dos horas que dura la película. Y los chavales no montaron barullo porque estuvieran aburriéndose como ostras, qué va. Aplaudían durante las secuencias de acción, se reían de la entrañable tosquedad etílica del capitán Haddock y trataban de descifrar los misterios a los que se enfrentaba Tintín antes que nadie.

Sí, los hubiera mandado a todos al Infierno y castrado a sus padres, pero, ¿cómo enfrentarse a una audiencia que expresaba lo que la madurez y la educación me impedían decir en voz alta? Aparte de diciéndoles que, como no se callasen de una puta vez, me haría unos tirantes con sus intestinos, quiero decir. No es que lo hiciera. Me encantan los niños.

1 comentario

  1. Anónimo1/6/14 18:42

    Vengo a salvar los comentarios, que están vacíos.

    Gran trabajo Brocha, te haría una mamada pero soy heterosexual y de seguro tu no eres mujer (igualmente, a que se le puede hacer mamada a una mujer? al dedo gordo del pie? Soy tarantiniano pero no tanto).

    ResponderEliminar

LEE ESTO ANTES DE COMENTAR: Al autor del blog le chifla recibir comentarios, pero todo tiene un límite. Con carácter general, los siguientes comentarios se eliminarán de la faz de la red: 1) los que no tengan un carajo que ver con la entrada, 2) los que falten el respeto sin ninguna gracia ni elegancia, y 3) los que puedan considerarse spam o sean más largos que un día sin pan (en principio, los que superen 300 palabras, ya sea individualmente o de forma concatenada).