1 de septiembre de 2020

Reseñas de películas: agosto 2020


En esta entrada tenéis las reseñas de las películas que he visto en agosto. Si queréis ir al día con lo que veo, recordad que podéis seguirme en Twitter y Letterboxd.

Aprovecho también para adelantaros que, concluido este mes de asueto (en el que apenas he escrito MÁS DE 15.000 PALABRAS entre reseñas de películas y libros), la semana que viene regresaremos a la programación habitual con un monográfico sobre una serie de animación escalofriante.

El hombre de mimbre (1973) ★★★½

Un policía y católico devoto se traslada hasta un pueblecito isleño escocés para investigar la desaparición de una niña. Pero allí nadie reconoce a la pequeña y, lo que es aún más desconcertante, los lugareños practican extrañas costumbres paganas, desde adoración fálica hasta números musicales improvisados.

Puede que esta sea la película de terror con menos recursos propios del género que he visto nunca. Los elementos que entran en juego son más bien los propios de un filme de intriga o policíaco, y aunque eso no es lo que me esperaba cuando empecé a verla, la sorpresa ha sido gratificante.

Todo lo que ocurre en Summerisle, por chocante que sea para el turista desinformado, se nos presenta con una normalidad rayana en el costumbrismo. Los habitantes del pueblo viven sus creencias con naturalidad, y con ese mismo talante las refleja la cinta, sin darles un barniz siniestro ni juzgarlas más allá del punto de vista puritano del sargento. A diferencia de otras obras del género sobre cultos religiosos, donde el autor busca crear un ambiente morboso o transmitir una sensación de iniquidad o corrupción, aquí el paganismo se trata con absoluta llaneza, incluso de forma afable.

Y ahí está, a mi juicio, la clave para considerar El hombre de mimbre cine de terror: te crees que haya gente que pueda vivir así, incluso que un viaje mal organizado podría llevarte a un lugar como Summerisle. Esa verosimilitud es lo que resulta perturbador.

En este contexto, el conflicto del protagonista es interior, consigo mismo. La integridad y fe del sargento Howie se tambalean cuando la tentación llama (literalmente y al son de una canción) a su puerta, y a medida que la trama se desenvuelve, la búsqueda de la niña se conviertef en un intento de salvar sus propias creencias, de demostrar su superioridad moral y espiritual. Pero su intransigencia no le deja ver la verdad y eso le lleva a un desenlace inevitable.

El planteamiento sobre el papel es, pues, brillante, y la ejecución por parte de Robin Hardy y Harry Waxman, sobria y contenida, es sin duda la apropiada.

Sin embargo, por mucho que admire el trabajo realizado en el plano intelectual y técnico, no he podido evitar sentirme descolgado del plano emocional. La actitud del protagonista me resulta tan ajena que no consigo ponerme en su piel. Soy testigo de lo que ocurre, pero no espectador. Dicho de otra manera: no me he metido en la película.

Aun así, ahí tantas virtudes y genialidad en ella que estoy seguro de que crecerá en mí con el tiempo.

Además, Christopher Lee actúo en más de cien películas y consideraba que esta era la mejor. ¿Quién soy yo para llevarle la contraria?

Algodón en Harlem (1970) ★★★

"Grave Digger" Jones y "Coffin" Ed Johnson, dos policías neoyorquinos con los mejores apodos de la historia, investigan el robo de los 87.000 dólares que los vecinos pobres de Harlem han pagado al reverendo O'Malley para que los lleve a África, donde esperan iniciar una nueva vida. Los policías sospechan que el reverendo podría haber simulado el robo para quedarse con el dinero y harán lo que haga falta para llegar al fondo del asunto.

"Ligeros de puños, sueltos de lengua, rápidos con la pistola. ¡Dos maníacos negros en un barril de pólvora!" es la fabulosa frase que utiliza su jefe para describirlos. No me explico cómo pudieron no incluirla en el tráiler.

Echando la vista atrás, si hubiera que decir algo bueno de las películas de blaxploitation, es que dieron a muchos actores negros la oportunidad de convertirse en protagonistas y estrellas del cine más popular, permitiéndoles interpretar a personajes que tomaban las riendas de su destino en una época en la que la segregación racial aún era un recuerdo demasiado reciente. Sin embargo, esas películas también tienen un lado negativo, y ya en la década de los setenta se las criticó duramente tanto por fomentar estereotipos raciales ofensivos (hay un elevado número de chulos, fulanas y traficantes de drogas por metro cuadrado en estas cintas), como por ignorar muchos aspectos de la cultura afroamericana.

Pero ya está. Hasta ahí voy a llegar con mi análisis sobre este fenómeno cinematográfico y social, porque no soy ningún experto en el tema. Solo soy un aficionado que llegó a él atraído por los coloridos carteles dibujados a mano y los cómics de Power Man y Puño de Hierro publicados por Forum.

En el caso concreto de Algodón en Harlem, quien disfrute de las novelas pulp de acción policíaca aquí estará en su salsa. Aunque la película no pretende ser más de lo que es, tuvo un presupuesto más generoso que la mayoría de sus sucesoras, y eso la hace sobresalir del vasto catálogo de la blaxploitation. Es entretenida y divertida, tiene buen ritmo, y ocasionalmente incluso asombra con breves destellos de genialidad que van más allá de lo competente, ya sea un diálogo con dosis extra de chispa, una secuencia de acción genuinamente vibrante, o cortes realizados en la sala de montaje y planificados de antemano para crear transiciones llamativas entre escenas.

Además, aunque esta es una cinta que debe verse preferiblemente en versión original, el doblaje español contaba con Constantino Romero para darle voz a Coffin Ed. Esto siempre es un plus.

El amo del calabozo (1984) ★

Ugh... ¿Por dónde empiezo? Esta es la clase de bazofia que me lo pondría fácil para escribir una extensa recapitulación mofándome de lo absurda y cutre que es. Pero para hacerlo tendría que verla al menos una segunda vez, y antes haría un triatlón de garrucha, rueda y potro que soportar otro asalto con ella.

La propia sinopsis es confusa y desquiciante. Paul, un genio de las computadoras vinculado de alguna manera a una inteligencia artificial llamada "Cal" (ni explican en qué consiste ese vínculo ni profundizan en el tema, porque ¿para qué?), es arrastrado con su novia Gwen a una dimensión extraña en la que un demonio decide someterlo a siete pruebas aleatorias e imprecisas, en siete segmentos dirigidos y escritos por personas diferentes, para zanjar la discusión de qué es más fuerte: si la magia o la tecnología. Si falla una sola vez, Paul, rebautizado como Excalibrator, perderá su alma. Supongo que también perderá a su novia, aunque eso son minucias y el demonio lo deja en el aire.

Ah, y una de las pruebas es un concierto de W.A.S.P.

Esta cinta es el cóctel definitivo de la cultura pop de los ochenta, con aeróbic, computadoras mágicas, brujería, zombis, marionetas, estatuas gigantes vivientes, asesinos en serie, punkis postapocalípticos... Pero desde que empieza hasta que acaba nada de lo que ocurre tiene sentido. La única sensación recurrente es la de estar atrapado en un constante déjà vu de mediocridad desordenada e inextricable.

Así es como transcurren la mayoría de las pruebas: Paul aparece de pronto en algún decorado de bajo presupuesto (una cueva de cartón piedra, un descampado, un gimnasio, los bastidores de Mad Max 2...), oye a su novia pedir auxilio ("¡Paul!"), él acude al rescate ("¡Gwen!") y elimina a la amenaza de turno disparando láseres con su Power Glove™.

Lo peor no es que esta película sea mala (puedo lidiar con eso) ni siquiera que tenga un título engañoso (no tiene nada que ver con Dragones y mazmorras), sino que es insoportablemente aburrida y dolorosamente incomprensible.

¡Rechazo tu realidad y la sustituyo por la mía!

Primera plana (1974) ★★★★

El reportero estrella de un periódico de Chicago renuncia a su trabajo para casarse e iniciar una nueva vida, pero su deshonesto editor no está dispuesto a dejarlo marchar, y menos cuando un preso condenado a muerte se ha dado a la fuga.

Un guion ágil y mordaz, interpretaciones sensacionales de todo el reparto y un ritmo que nunca decae demuestran que, en el género de la comedia, Billy Wilder, Jack Lemmon y Walter Matthau son una combinación ganadora.

Quizá esta no sea la comedia más divertida del director, y él mismo admitió que no estaba del todo contento con el resultado (en general despreciaba los remakes, y la obra de teatro original ya se había llevado al cine en dos ocasiones); pero el retrato que dibuja de la prensa sensacionalista es atinado.

"Voy a ser la envidia de todos los periodistas", dice el personaje de Jack Lemmon, "un hatajo de pobres diablos con los codos raídos y los pantalones llenos de agujeros, que miran por la cerradura y que despiertan a la gente a medianoche para preguntarle qué opina de fulanito o menganito, que roban a las madres fotos de las hijas que han sido violadas en los parques. ¿Y para qué? Pues para hacer las delicias de un millón de dependientas y amas de casa. Y, al día siguiente, su reportaje sirve para envolver un periquito muerto".

Igual de mordiente es la crítica contra la corrupción política, reflejada desde la óptica del humor en la desvergüenza con que las autoridades mienten y se sirven de la justicia para sacar rédito en las urnas.

"Siempre cerramos algún burdel en vísperas de elecciones, para asegurarnos el voto de las familias".

Merece la pena recordar que en agosto de 1974, apenas unos meses antes del estreno de la película, Nixon había renunciado a la presidencia por el escándalo del Watergate. Por lo tanto, el momento para hablar de estos temas no podría haber sido más propicio. Lo triste es que, cincuenta años después, siga siéndolo.

Esta casa es una ruina (1986) ★★★½

Una pareja feliz, pero sin blanca, se ve obligada a abandonar un apartamento en Manhattan y acaba endeudándose para comprar una vivienda a precio de ganga en las afueras. A primera vista, parece la casa de sus sueños, pero si algo es demasiado bueno para parecer verdad, probablemente es que no lo sea. Pronto descubren que la casa está hecha una ruina, y arreglarla les costará más que dinero.

Antes de que Tom Hanks decidiera convertirse en un actor dramático respetable para poder aspirar a los premios de la Academia, es decir, antes de que interpretara a un homosexual enfermo de sida en Philadelphia, era uno de los reyes de la comedia de Hollywood. Y aunque el actor no ha renunciado completamente al género, el humor se ha convertido en algo secundario en su carrera, y cuando echo la vista atrás, añoro esa faceta suya. Me pasa lo mismo cada vez que veo Big, No matarás... al vecino, o cualquiera de las comedias que protagonizó entre los ochenta y principios de los noventa.

La película es entretenida y, pese a lo que digan sus detractores, que consideran a Tom Hanks un Bill Murray de saldo, saca lo mejor de la vis cómica del actor. La amplia y variada gama de reacciones que despliega cuando los desastres se concatenan de forma absurda y descabellada, desde la incredulidad a la histeria, son el plato fuerte del filme. Muy mal día tengo que tener para que el gag de la cocina o el de la bañera no me hagan reír. O el del mapache con Shelley Long. Y si uno interioriza que el argumento es una mera excusa para rodar ese tipo de escenas, dignas de una historieta de tebeo, el disfrute se multiplica. Apela a lo básico, y para mí eso es suficiente.

Además, la película está "presentada" por Steven Spielberg. ¿Cuándo ha presentado Spielberg algo que fuese malo? *Cof* *Cof*

Las aventuras de Buckaroo Banzai (1984) ★★

Antes de ponerme con esta reseña, he comprobado que el guionista no tenía doce años cuando escribió la película. Dos veces. He confirmado que no los tenía, pero no me habría sorprendido que los tuviera, porque esta es la clase de historia disparatada que escribiría un chaval con muchas ganas de molar, mucha imaginación y ni idea de narrativa.

La película me parece un despropósito incomprensible. Quería que me gustase y valoro su irreverencia y su franqueza consigo misma, incluso le reconozco cierta cualidad entrañable. Pero no me ha cuajado. Es innecesariamente enrevesada, no termina de atinar con el tono y se queda muy lejos de lo que le gustaría ser. Lo único que la separa del cine de serie B es un reparto repleto de rostros conocidos. Sin embargo, en cutrez compite sin esfuerzo con lo más barato del género de ciencia ficción.

Estamos hablando de decorados construidos con el atrezo de viejas películas de Frankenstein y de máscaras compradas a última hora en la tienda de disfraces en la víspera de Halloween. Estamos hablando de un doctor que se hace llamar Nueva Jersey y viste como un vaquero de rodeo, y de un extraterrestre con rastas que comparte ropero con Latoya Jackson. Estamos hablando de un villano que grita "¡Maldito seas, Banzai!" y de un héroe que le responde "Por mí puedes irte al infierno".

Tampoco es fácil quitarse de encima la impresión de estar viendo la tercera o cuarta película de una saga enorme. El extraño mundo de Buckaroo Banzai no es fácil de asimilar, pero nos arrojan a él sin miramientos ni red de protección. Esta no es una historia de origen ni se le arrima, y no es fácil entrar en su juego cuando el punto de partida pasa por tragarse un protagonista que es un brillante neurocirujano, roquero, físico de partículas, experto en artes marciales y aventurero, que lidera una banda de roqueros científicos llamada los Caballeros de Hong Kong y cuyo interés romántico es la hermana gemela perdida de su difunta esposa. Ni siquiera voy a intentar desgranar el argumento, pero en la premisa hay un coche supersónico que supera la barrera entre dimensiones y extraterrestres (perdón, electroides de la octava dimensión) que amenazan el planeta Tierra.

Honestamente, se necesitan mucho talento y un presupuesto holgado para llevar un esperpento conceptual como este a la pantalla y que funcione. Sobra decir que no contaban con lo uno ni con lo otro.

Desconfiad de las películas que anuncian su secuela al final y nunca cumplen su promesa. Volvió a pasar con Masters del Universo.

P. D. : Por romper una lanza a su favor, creo que las mismas ideas probablemente habrían encajado bien en un cómic o incluso en una serie de animación (hasta tenemos el ending hecho, con todo el elenco de personajes estrafalarios caminando al ritmo de una melodía pegadiza mientras pasan los créditos).

4 moscas sobre terciopelo gris (1971) ★★★

Un roquero mata por accidente a un aparente acosador y se encuentra con un relevo mucho peor.

El tercer giallo de la trilogía de los animales de Dario Argento tiene una estructura deslavazada, problemas de tono y un protagonista que solo podría ser más soso si se pareciera menos a Kevin Sorbo. A pesar de ello, se salva sin despeinarse gracias a una dirección y fotografía personalísimas que denotan la inquietud artística constante del autor.

Aunque el maestro del giallo no había alcanzado aún la cumbre de su carrera, acomete la escalada con un vigor encomiable, haciendo suya la película desde los créditos de inicio. Argento experimenta sin preocuparse por la lógica y juega con la cámara para alejarse de lo convencional, siempre en búsqueda de planos cuya estética sea llamativa y de secuencias que dejen huella en el espectador. Y conmigo lo logra.

Las escenas de suspense, acompañadas de una inspirada partitura de Ennio Morricone, son genuinas y efectivas, y cuando llega el instante de las muertes, estas tiene el impacto y la belleza mórbida características de su obra.

Incluso la resolución me gusta. No es satisfactoria en el sentido de "Ah, ahora todo encaja", y algunos la tildan de gratuita; pero en un mundo de chiflados psicóticos es coherente.

Eso sí, debo decir que esta es la peor película de Bud Spencer que he visto nunca. El actor se come un pescadito crudo, y eso está bien, pero ¡no da ni un solo tortazo! ¡Ni uno! Dos estrellas menos.

Rojo oscuro (1975) ★★★★

Un pianista inglés (ingeniero por confusión y arquitecto ocasional) presencia el asesinato de una telépata vecina suya. Como ser músico no es un trabajo de verdad y el tipo siente una atracción fatal por el morbo, decide investigar el crimen. Para ello contará con la ayuda de una vivaracha periodista local, que enseguida y de manera nada sospechosa se hará amiga suya. Por desgracia, el asesino siempre va un paso por delante, y cada vez que encuentran una pista nueva sobre la identidad o el traumático pasado del maníaco, otro cadáver se suma a la lista.

Pocos años después de cerrar la trilogía degli animali, y tras un breve escarceo con el género histórico, Argento regresó al giallo como un cineasta más maduro, que manejaba mejor el equilibrio entre el suspense, el horror y el humor, y que se había convertido ya en dueño y señor de lo visual, firmando escenas hipnóticas de siniestra hermosura. Los asesinatos de esta película son macabros y dolorosos, pero, bajo la lente del italiano, el celuloide también muestra el lado bello de lo nefando, y es difícil apartar la mirada de esas hojas afiladas que silban al cruzar aire o de esa sangre rojísima y espesa tan antinatural.

Además, la escena del muñeco a cuerda me da un p*** mal rollo que no consigo quitarme de encima.

Los personajes principales también representan una importante mejora respecto de los de 4 moscas sobre terciopelo gris. El protagonista ya no es un Kevin Sorbo descafeinado y raquítico, sino un primo lejano de Paul McCartney que, aunque no siempre tome las decisiones más inteligentes, al menos tiene personalidad y se da brío en impulsar la trama. Y del lado femenino tenemos a mi personaje favorito, Gianna, una periodista metomentodo y polvorilla, quizá una pizca sonada, que es puro carisma sobre tacones.

A todo lo anterior se suma la primera colaboración de Argento con la banda Goblin, que participa aquí en su primera banda sonora y pone el listón muy alto. La música es lo primero que llama la atención de la película, y si el Profondo Rosso de Goblin no inspiró a John Carpenter para componer el tema de Halloween, es que yo me estoy quedando sordo.

Lo único que podría haberme aguado esta experiencia habría sido que mi intuición temprana acerca de la identidad del asesino hubiera sido acertada. Y no lo fue. Ni me acerqué siquiera. Mi incompetencia deductiva es motivo de gozo.

Infierno (1980) ★★★

—Señor Argento, no hay bastante argumento para contar una historia en esta película.
—¿Argumento? [Argento se baja las gafas de sol de la frente] A donde vamos no necesitamos argumentos.

Me fascinan las películas con una estética marcada. Admito que cuando las imágenes me dejan embelesado y me quedo mirando la pantalla con cara de bobo, puedo perdonar muchos defectos. Pero todo tiene un límite.

En la segunda parte de la llamada trilogía de las Tres Madres, vuelven las arquitecturas angulosas, las cristaleras amplias y los contrastes de color magnéticos de Suspiria, pero elevados a la enésima potencia. ¿Aburrido del color natural de la vida cotidiana? ¡No busques más! Un foco rojo aquí, un foco azul allá, y entre ellos, todas las tonalidades intermedias: púrpura, violeta, rosa, fucsia... A veces incluso aparece por ahí un intenso verde mutágeno.

No sé cuánto hay de Dario Argento y cuánto de su mentor Mario Bava en Infierno, pero esta película es de una guapura superlativa. No se me ocurre ningún otro título, ni siquiera dentro de la filmografía de ambos, que cree una atmósfera onírica tan hermosa y efectista. Los momentos más inspirados de las mejores películas de Pesadilla en Elm Street son la versión pobre pop de lo que consiguieron los maestros italianos en Infierno.

El problema de esta cinta de terror sobrenatural es que, más allá de ese ejercicio prodigioso de estilo, hay tan poca sustancia que cuando intentas sostenerla en tus manos se te escurre entre los dedos. Para colmo, la escasa chicha que tiene la historia es tan enrevesada que resulta ininteligible. Y me da rabia, porque la base es prometedora.

Todo comienza con el relato del mito de las Tres Madres: tres brujas muy viejas y marrulleras que controlan el mundo con sus artes oscuras desde tres edificios únicos, construidos para aumentar su poder y ubicados en tres ciudades distintas (Friburgo, Nueva York y Roma), formando sobre el mapa un triángulo alquímico escaleno y así como curvado (porque la Tierra es redonda, no un mapamundi plano). Ya conocimos a Mater Suspiriorum en Suspiria, y aquí conocemos a Mater Tenebrarum, la más joven y cruel del pérfido trío. También vemos brevemente a una seductora Mater Lachrymarum en lo que podría pasar por un anuncio de laca para el pelo, aunque tendríamos que esperar al cierre de la trilogía en 2007 para conocerla mejor.

Estos rollos esotéricos habrá a quien le gusten y habrá a quien no. Yo los compro el noventa y nueve por ciento de las veces, porque me apasionan la mitología y el ocultismo. Pero lo cierto es que en cuanto la voz en off del prólogo termina de soltarte su discurso, la cinta pierde completamente el hilo y se convierte en una sucesión de secuencias de acecho y susto con final funesto. A salvo de momentos puntuales, todas las escenas del filme se resumen en una sola frase: alguien explora un lugar siniestro (iluminado que te cagas de bonito, eso sí) y le dan matarile de forma horripilante. Todas son buenas escenas en sí mismas, y generan tensión, inquietud y pavor a raudales; pero no cuentan una historia. Son como el túnel del terror de un parque de atracciones: disfrutas de la experiencia mientras estás dentro, pero menuda mierda de trama.

Al poder contarse las escenas que se alejan de esa fórmula con los dedos de una mano, el desarrollo de personajes brilla por su ausencia. Las chicas son monísimas y el *ejem* protagonista clava el look de Chuck Norris en Duelo final, pero hasta ahí llega su marca. Son puro cartón con estética ochentera. El único personaje con carácter es el bibliotecario, un viejo tullido que, en la escena que sin duda enamorará a los amantes de los animales, mete a un montón de gatos en un saco y los arroja al río. Suerte simpatizando con él.

La película también pierde puntos porque la banda sonora de Keith Emerson, sin estar mal, no es Goblin. Era una competición perdida de antemano.

Aun así, y pese a todas las pegas que puedan ocurrírseme, creo que el puro delirio psicodélico visual de Infierno hace que merezca la pena. Además, siento debilidad por los esqueletos con túnicas negras, sobre todo los que hablan en mayúsculas.

La madre del mal (2007) ★★

Después de ver el cierre de la trilogía de las Tres Madres, tengo que replantearme si todo lo que me parecía fruto del talento de Dario Argento en las películas anteriores fue más bien producto del azar o del ingenio para ceñirse a presupuestos ajustados. Tampoco descarto la suplantación alienígena. En el fondo sé que no, porque no hay casualidades en la técnica; pero me desconcierta la gran diferencia entre sus obras de los setenta y ochenta y..., bueno, esta cosa.

Aunque aún se reconoce el estilo de Argento tras la cámara (más en algunos planos que en otros), en La madre del mal no hay apenas rastro de lo que hacía únicos sus trabajos previos. Es más, la iluminación natural de esta película y sus escenarios corrientes y molientes son visualmente el opuesto de la psicodelia óptica y la atmósfera de cuento de hadas de Suspiria e Infierno.

Puedo concederle que la estructura y el desarrollo de la trama están mejor encarrilados que en el caso de sus antecesoras (especialmente Infierno). La historia desde luego es más fácil de seguir. Asia Argento, la hija del director, interpreta a Sarah Mandy, una estudiante de arte que se cruza con una urna antigua que contiene tres figuras paganas de coleccionista y un poncho raído con inscripciones indescifrables que solía ponerse la madre Lachrymarum para estar fresquita en verano. La apertura de la urna devuelve a la bruja a la cima de su poder y desata una oleada de violencia en Roma. Ahora solo Sarah puede detenerla. Para ello, contará con la ayuda de Casper el fantasma amigable, Udo Kier haciendo dinero fácil y un policía guaperas que deambula por ahí.

Sin embargo, el precio a pagar por una historia cuyo mayor logro es ser más o menos coherente es demasiado alto. Las interpretaciones son planas o de telenovela, sin término medio; la violencia y el festín de casquería están desprovistos de estilo y no miran más lejos del shock del espectador; los efectos digitales son de guasa, aunque al menos se utilizan poco; y la banda sonora es olvidable.

Me gustaría decir al menos que bien está lo que bien acaba, pero es que el final es anticlimático y apresurado, y la elección de la modelo Moran Atias para interpretar a Mater Lachrymarum, "la más poderosa de las brujas", me obliga a imaginarme la visita de la susodicha al cirujano plástico para ponerse tetas de silicona. "¿Pagará usted con tarjeta o en efectivo?".

Mirándolo por el lado bueno, la resolución del conflicto principal nos conduce a una magnífica escena en la que Asia Argento se mete en un espesa sopa de gusanos y cadáveres putrefactos, y desde el techo agrietado no para de caerle más y más de ese repugnante potaje encima. La reacción que me produce su traumático trance es un sonoro estallido de risa, porque me recuerda al memorable momento del episodio Los tribbles y sus tribulaciones, de la serie original de Star Trek, en el que William Shatner abre un compartimento repleto de tribbles, acaba medio sepultado bajo una montaña de estas criaturas y el equipo de rodaje sigue arrojándole más a la cabeza. No podía pensar en otra cosa.

Como película de terror, La madre del mal es floja. Como película de Dario Argento, una decepción.

Kenshin, el guerrero samurái (2012) ★★★½

Una década después de la batalla de Toba-Fushimi, que puso fin a un convulso periodo de guerras civiles, Kenshin Himura, conocido como Hitokiri Battosai (que significa "empanadilla de pollo" o "diestro asesino del arte de desenvainar", según qué fuente consultéis), vagabundea por este nuevo mundo, embarcado en una cruzada para salvar la causa de los inocentes, los indefensos, los débiles, dentro de un mundo de criminales que operan al margen de la ley. La principal diferencia entre Kenshin y Michael Knight es que el primero no va por ahí con un Pontiac Trans Am parlante, sino con una singular espada de filo invertido, ya que se prometió a sí mismo no volver a matar. Por suerte, esa promesa no dice nada sobre provocar contusiones craneales ni lesiones traumáticas severas, así que la diversión sigue estando garantizada. El camino de Kenshin se cruza con el de Kaoru Kamiya, una joven maestra de kendo que tiene fe ciega en el arte de usar la espada, no para trocear a la gente, sino para proteger al prójimo y "activar la humanidad de su portador" (ajá, ajá). Mientras tanto, el codicioso empresario Kanryu Takeda pretende fundar su propio Boardwalk Empire con ayuda de un despiadado asesino que mata en nombre de Battosai y de la escuela Kamiya, ¡y sin pagarles regalías!

Incluso si os aproximáis a esta adaptación buscando fidelidad al manga de Nobuhiro Watsuki, encontraréis pocas razones para criticarla. Es cierto que mezcla tramas diferentes y elimina otras, y que sustituye a personajes carismáticos por otros inventados y más desdibujados; pero las pocas libertades que se toma el guion sirven para que la película funcione mejor.

Desde cualquier punto de vista razonable, la cinta de Keishi Ohtomo es una adaptación sobresaliente y respetuosa con las historietas. El tono es apropiado, el carácter de los personajes concuerda con el de los originales, las escenas de lucha son variadas y espectaculares, la ambientación y la fotografía potencian la narración, la banda sonora se lo cree con motivo, las partes emotivas funcionan, y al final, como en los dibujos de He-Man y los Masters del Universo de Filmation, nos enseñan una valiosa lección moral para que seamos mejores personas: "matar es malo". Sin esta película y Barrio Sésamo no sé que habría sido de mí.

Además, y quizá esto sea lo más importante, es una adaptación accesible a cualquiera. Da igual que no tengas ni pajolera idea del manga; no necesitas a ningún fan pesado al lado dándote explicaciones hasta hacerte sangrar el oído. Basta con que te gusten las películas de samuráis, especialmente esas en las que todo el mundo da brincos imposibles y los especialistas hacen aspavientos alrededor del personaje principal hasta que les llega el turno de recibir una somanta de palos.

Kenshin, el guerrero samurái 2: Infierno en Kioto (2014) ★★★★

Makoto Shishio, un asesino desalmado que acabó muy quemado al finalizar la guerra, ha reunido un ejército privado para destruir al nuevo gobierno y convertir Japón en un infierno. Interpretadlo literalmente. Kenshin, su antecesor en el arte de la escabechina, es el hombre indicado para detenerlo. Pero ¿podrá hacerlo sin renunciar a su promesa ni perder a su nueva familia? No sé, parece complicado.

Esta es la clase de segunda parte que uno quiere ver: mantiene la estética y el tono de la primera película, comparte sus puntos fuertes, y además sube las apuestas con un nivel de producción superior.

A diferencia de la primera parte, aquí el guion adapta una sola saga del manga, probablemente la más popular, y eso juega a su favor. No sé si alguien que desconozca las historietas se percatará más o menos de la macedonia de tramas de la anterior película, pero, en cualquier caso, esta secuela está más centrada y eso agiliza el ritmo. No sigue a pies juntillas el original, y tiene reservadas algunas sorpresas, pero los engranajes nunca chirrían. También ayuda que el villano sea un demente peligroso con una ambición desmesurada y ponga realmente en jaque a Kenshin y su grupo. Un héroe solo es tan bueno como sus villanos, y Shishio es uno de los mejores.

En cuanto a la acción, las coreografías y los efectos especiales superan con creces a los de la primera parte. Los duelos uno contra uno son más intensos y frenéticos, y los combates multitudinarios, más complejos y efectistas. Además, todo el elenco de personajes participa activamente en la lucha, en lugar de permanecer en un discreto segundo plano mientras Kenshin hace todo el trabajo (mención especial merece la coz aérea doble a cámara lenta que arrea Misao a los esbirros de Shishio; sin duda, mi golpe favorito de la batalla campal entre buenos y malos).

La única pega de Infierno en Kioto, y podemos discutir si calificarla de tal, es que es media película, como El Imperio contraataca o Kill Bill: Volumen 1. La historia acaba con un cliffhanger de esos que hacen inevitable querer ver la secuela, incluso si ya sabes lo que va a pasar.

Kenshin, el guerrero samurái 3: El fin de la leyenda (2014) ★★★½

Cierre agridulce de una trilogía prometedora.

La película tiene un buen arranque y se alinea con la segunda parte en calidad y tono, pero no acaba de gestionar bien los tiempos ni pone siempre el foco donde debería. Sorprende que después de una secuela casi redonda, el director y los guionistas vuelvan aquí a cometer los errores de la primera película e incluso sumen algunos nuevos.

La primera hora se centra en el entrenamiento de Kenshin con su maestro para aprender el "principio secreto" de la escuela Hiten Mitsurugi, y contiene algunas de mis escenas favoritas de la trilogía. En ellas, la acción sirve de instrumento para el desarrollo del protagonista y este además recibe más palos que una estera. Sin embargo, por disfrutable que me parezcan esas escenas, su duración hubiera sido más apropiada para una serie con formato episódico que para una película, y el resto del filme se ve lastrado por una decisión de rodaje que debería haberse solucionado en la sala de edición, quedándose sin tiempo para resolver de forma adecuada todo lo que pretende.

La cinta pierde de vista lo importante y se embrolla con tramas que solo tienen sentido a medias, echando la vista atrás en exceso y sosteniéndose con recurrentes flashbacks a la segunda parte que podrían haberse obviado. También comete el error de relegar a personajes principales a papeles secundarios, ubicándolos en un discreto segundo plano o incluso borrándolos del mapa en escenas clave, a cambio de dar importancia en el último momento a personajes cuyo papel era menor, pero sin terminar de perfilarlos. Satisfacer las expectativas que pudieran tener los fans del manga o el anime de ver a tal personaje en tal escena deberían haberse valorado y, visto lo visto, desechado.

Las peleas son las más vistosas de la trilogía, y se nota que actores, especialistas y coreógrafos echaron el resto; pero cuando la historia y los personajes dejan de parecerte tan interesantes como antes, no es compensación suficiente. Incluso la acción, por impresionante que sea, acaba presentando problemas de ritmo en su recta final. En particular, la esperada pelea contra Shishio se pasa de rosca. A los diez minutos de intercambio de espadazos y porrazos, me vino a la cabeza el duelo de Anakin y Obi-Wan en La venganza de los sith. Y eso no es nada bueno. El espectáculo acaba yéndose tanto de madre que el hervor del enfrentamiento se enfría y la tensión dramática se diluye por completo.

Pero dicen que el diablo está en los detalles, así que voy a detenerme en el momento exacto en el que dejé de perdonar el cúmulo de defectos que se iban acumulando en la trastienda de mi cerebro: cuando Anji, el monje budista, le explica a Sanosuke no solo el motivo por el que está de parte de Shishio en su guerra contra el nuevo gobierno, sino también las razones por las que lo están los tres únicos miembros de los Diez Espadas que tienen un papel destacado en la película.

Para quien no esté familiarizado con el manga, que el monje corrupto sea un personaje unidimensional e insignificante, e incluso que Sanosuke lo derrote de forma tan ridícula como lo hace, debería ser irrelevante. Pero lo que no es de recibo, haya leído uno o no las historietas, es que esa información se suelte de sopetón durante la batalla final. O bien lo dejas pasar y ya se imaginará el espectador, si quiere, por qué Shishio tiene seguidores (puede que ofrezca buenos planes de pensiones a sus esbirros), o bien haces un paréntesis en la trama principal antes de llegar a ese punto y dedicas tiempo a explicar de dónde viene cada uno de los personajes para que luego lo que les ocurre adquiera un significado mayor. Y si tiempo es lo que te falta, porque dos horas y media de película son ya demasiadas, pero aun así te empeñas en que el espectador reciba esa información, procuras al menos que las motivaciones de cada personaje se expliquen de forma separada y en momentos en los que la historia les preste atención, no pones a un personaje anónimo a soltar el rollo de forma gratuita en mitad de una pelea.

Pero por mucha rabia que me den cosas como esta, los defectos que he comentado no se cargan la película. Amargan una experiencia que hasta ese momento estaba siendo casi perfecta y que esperaba que terminase mejor, pero no llevan la adversidad al punto de no retorno, y las virtudes siguen siendo suficientes para que el sentimiento general no se vea perjudicado.

En su conjunto, esta es la mejor adaptación al cine que he visto de un manga.

Toma el dinero y corre (1969) ★★★★

Después de haber ganado experiencia durante más de una década escribiendo para la televisión y de haber hecho también sus pinitos en el cine como actor, Woody Allen dio un gran paso adelante en su carrera y dirigió, escribió y protagonizó la que podemos considerar la primera película de Woody Allen, una comedia ligera, menos inteligente y reflexiva que sus obras más contemporáneas, pero en la que ya aparecen muchas de las que serían sus señas de identidad como autor.

Narrada en forma de falso documental, la película trata sobre Virgil Starkwell, un infeliz criminal de poca monta, violonchelista frustrado, que está destinado a tropezar una y otra vez con la misma piedra.

Este formato permite hilar una sucesión de situaciones absurdas y gags disparatados en los que presenciamos sus fallidas peripecias criminales y algunos momentos íntimos de su vida privada y familiar. Estas escenas de filmación improbable están intercaladas con entrevistas actuales de las personas más cercanas a Virgil o con las que este se cruzó en algún momento de su vida, incluidos sus padres, que, por vergüenza, utilizan gafas de Groucho para ocultar su apariencia.

La base del humor es muy visual, deudora del cine mudo, y algunos chistes están más elaborados que otros. Podría criticarse que hay golpes poco inspirados e incluso bobos, pero donde brilla el ingenio de Allen es en los diálogos. Líneas como "Virgil, no, la miga engorda" o "Hubiese preferido una corbata" siempre me harán reír.

Además, es un hecho científico demostrado que en 1969 no había mujer más guapa que Janet Margolin en esta película.

Faster, Pussycat! Kill! Kill! (1965) ★★★½

Tres gogós, amantes de las emociones fuertes, cometen fechorías en el desierto californiano: carreras ilegales, secuestro, incluso asesinato. Viven al límite y disfrutan de cada momento. Por eso, cuando se les presenta la ocasión de dar un buen golpe, tan fácil como robar a un viejo tullido, no dudan en aprovecharla.

He estado tan equivocado durante tanto tiempo con esta película que espero que esta reseña sirva al menos para que otras personas no cometan el mismo error que yo. Había visto los carteles y el tráiler, y aunque me llamaba la atención que la película se citase frecuentemente entre las principales influencias de Quentin Tarantino, pensaba que era una cinta de explotación sucia y vulgar, con mujeres de delantera balística y ropa escueta y ajustada como único aliciente. Me sentía culpable solo por plantearme verla, como si fuera una muestra de flaqueza, el equivalente para mi libido de comerme una tarrina de helado de 500 ml. Menuda estupidez, diréis. Sí, una estupidez como la copa de un pino.

Ahora que he vencido mis ridículos prejuicios puedo asegurar que la película es mucho más que tres fabulosos pares de tetas. Es tres fabulosos e intimidantes pares de tetas y una oda al empoderamiento femenino cuyos niveles de entretenimiento se salen de la escala.

No pretendo llevar a nadie a engaño. Faster, Pussycat! Kill! Kill! no reniega de su condición de cine grindhouse. No engaña cuando hace de la acción, el sexo y la violencia su principal reclamo; y tampoco se rodó en blanco y negro por motivos artísticos, sino para abaratar costes. Pero lo que hace que este fracaso en taquilla de mediados de los sesenta se considere hoy una película de culto es que es una fantasía pop rodada con una energía y adrenalina excepcionales, que pone a las mujeres al volante de su destino, y que no se avergüenza de lo que es: una cinta ruda, frenética e imprevisible, de interpretaciones descomedidas y diálogos de locura recitados de forma delirante, con un montaje afilado y una banda sonora memorable, y que se mantiene fiel hasta el final a su propuesta franca y desinhibida. Todas las piezas encajan y todo en ella se siente enorme y cautivador.

Russ Meyer era un autor de género, y el género era el suyo.

El perro de Baskerville (1959) ★★★½

¿Cómo no iba a gustarme una adaptación de mi novela favorita de Sherlock Holmes si la primera libertad que se toma es arrojar a un tipo a través de una ventana?

Terence Fisher dirige a Peter Cushing y Christopher Lee en este filme detectivesco de ambientación gótica en el que Sherlock Holmes (Cushing) y el doctor Watson (André Morell) investigan la vieja maldición que amenaza la vida de sir Henry Baskerville (Lee), recientemente convertido en propietario de la fortuna familiar tras la repentina y misteriosa muerte de su padre en los páramos. ¡Una historia de venganza a través de los siglos! ¡Un sabueso infernal que podría o no brillar en la oscuridad!

Ciertamente, la película no sigue punto por punto la novela, pero respeta lo esencial y capta a la perfección su atmósfera lóbrega, dándole por añadidura ese toque característico de las películas de terror de la Hammer. No podían faltar las mujeres hermosas con escotes sugerentes, y además siempre voy a estar a favor de las tarántulas y los sacrificios rituales, sin importar la obra que se adapte.

No obstante, el plato fuerte es la interpretación de Peter Cushing como el famoso detective de la calle Baker. El actor hace un retrato digno y memorable de Holmes, muy cercano al literario, tanto en su personalidad enérgica, como en su apariencia física (aunque la delgadez afilada que muestra en pantalla no se la debemos a su dedicación profesional, sino a la disentería que pilló rodando El capitán Jones en España). Cushing incluso querría haber prescindido de la indumentaria que el cine ligó indisolublemente al personaje, pero no le dejaron salirse con la suya. Fue la primera, aunque no la última vez que interpretaría al detective, retomando el papel en dieciséis episodios de la serie de la BBC a mediados de los sesenta y de nuevo en el telefilme Sherlock Holmes y la máscara de la muerte en 1984. Para mí fue mejor Van Helsing, pero a su Holmes no le falta carácter ni carisma.

Christopher Lee, pese a su enorme presencia, no se luce tanto. Aun así, conociendo la sincera amistad que lo unía a Cushing, verlos juntos en pantalla siempre me emociona. Curiosamente, el propio Lee interpretaría a Holmes en cuatro ocasiones, la primera de ellas apenas tres años después de rodar esta película y también bajo la dirección de Fisher, en Sherlock Holmes y el collar de la muerte.

Es una lástima que a pesar de que Arthur Conan Doyle creyera fervientemente en el espiritismo, no escribiese más relatos de Sherlock Holmes como El sabueso de los Baskerville, porque me vería una docena de filmes producidos por la Hammer basados en esa clase de historia.

King Kong contra Godzilla (1962) ★★★½

Las dos mayores estrellas del cine de monstruos gigantes se enfrentan por primera vez en una coproducción de Toho y RKO que es imposible tomarse en serio. ¡Hombres disfrazados de monstruos! ¡Maquetas de credibilidad exigua! ¡Diálogos absurdos! ¡Y a todo color!

Esta es una lista de mis 8 momentos favoritos de la película:

1. Cuando Godzilla, recién liberado del iceberg en el que quedó atrapado al final de Godzilla contraataca, llega a la costa de Japón, el ejército saca los tanques para detener su avance. Los carros de combate, por supuesto, son miniaturas a pilas que circulan por la maqueta más que evidente de una base militar. ¿Cutre? Tal vez. Pero son las miniaturas más cucas que he visto jamás.

2. Para ganarse el favor de los habitantes de la isla de Faro, en la que habita King Kong (yo también me habría mudado si fuera él después de lo que ocurrió en Nueva York), dos expedicionarios enviados allí por su empresa para capturar al gigantesco gorila regalan cigarrillos a los nativos. Cuando un niño se les acerca para pedirles uno, los hombres se sorprenden, pero rápidamente resuelven el dilema moral... dándole DOS cigarrillos. ¡Qué escándalo! No os preocupéis, porque su madre interviene a tiempo para enmendar el error: un cigarrillo para ella y otro para el nene. Hay que compartir.

3. Una mujer recibe la noticia de que el avión en el que viajaba su novio ha sufrido un accidente. Su amiga le sugiere que, para comprobar si está entre los supervivientes, vaya a Hokkaido. Corte a un reportero diciendo: "No vayan a Hokkaido". ¿Cómo podría alguien dudar de que Ishiro Honda estaba rodando una comedia?

4. Desde la sala de prensa de la ONU, un reportero entrevista al director del museo de ciencias naturales de Nueva York y le pregunta sobre el origen de Godzilla. El distinguido doctor Johnson muestra al espectador un libro de dinosaurios con ilustraciones a todo color y que en nada se diferencia del que tendría un niño aficionado a estas bestias prehistóricas en su casa. Valiéndose de las imágenes, el hombre explica que Godzilla es un cruce entre un tiranosaurio y un estegosaurio. El hecho de que mida 50 metros y lance fuego atómico por la boca ya que lo explique otro.

5. Antes de ser capturado y trasladado a Japón, King Kong celebra haber derrotado a un pulpo gigante emborrachándose con zumo de bayas rojas, conocidas por sus propiedades narcóticas. No tarda en vencerle el sueño y se queda roque en la playa. ¿Podría decirse que duerme la mona?

6. En la primera y breve confrontación de King Kong contra Godzilla, en la que hay más intercambio de muecas y aspavientos que de golpazos, el enorme saurio escupe una llamarada atómica de las suyas y chamusca ligeramente el pelaje del rey simio, que, sorprendido, se rasca la cabeza y se larga sin más por donde había venido. Godzilla también continúa su paseo tranquilamente. ¿Cómo dijo el doctor Johnson...? Ah, sí. "Son rivales por instinto y no hay duda de que intentarán destruirse el uno al otro". Pues tampoco le ponen muchas ganas, la verdad.

7. A su llegada a Tokio, y para tomarse un respiro de tanta destrucción indiscriminada, King Kong muerde el tendido eléctrico con fruición. Un incidente extraño, pero no gratuito, porque luego descubriremos que la electricidad revitaliza al gigantesco simio y le confiere superfuerza. Este despropósito adquiere cierto sentido cuando te enteras de que, en el guion original, uno de los bicharracos era el monstruo de Frankenstein, no Godzilla. Sí, un monstruo de Frankenstein de 50 metros. Eso sí que necesita explicación.

8. La batalla final está repleta de grandes momentos, y el tráiler y los carteles no mentían cuando decían que esta sería la colisión más colosal vista jamás en pantalla. Pero si tuviera que quedarme con un solo instante, sería en el que Kong, energizado gracias a una oportuna tormenta eléctrica, le embucha un árbol a Godzilla. Así nació el meme de "¡Cómete las verduras!".

Es imposible que la película que está produciendo Legendary y que presumiblemente se estrenará el año que viene supere a esta.

Doctor Sueño (2019) ★★★★

Adaptar al cine la novela Doctor Sueño y a la vez convertirla en una secuela de la película El resplandor tendría que haber salido mal por fuerza. La película de Stanley Kubrick es tan diferente de la novela homónima de Stephen King, tan propia de su director y ajena al escritor, que pretender que la adaptación de la segunda novela sea continuista con aquella parece un ejercicio predestinado al fracaso.

Sin embargo, por algún motivo (llámese Mike Flanagan, alineación planetaria o intervención divina), los compromisos adoptados para aunar el universo literario y el cinematográfico funcionan. Es más, como ejercicio de adaptación y cohesión, el guion es impecable, y, pese a estar construido con piezas de tres puzles diferentes, todas ellas encajan y forman una imagen única, sólida y coherente.

No hago más que pensar en todas las maneras en que podrían haberla cagado, y cada decisión tomada me parece acertada.

Quizá podríamos debatir sobre si la película se vuelve demasiado referencial en su último acto, ganándose al espectador más por el fanservice que por ser ella misma; pero perderíamos el tiempo. La escena del bar es una de mis favoritas y de ahí no me vais a sacar. Además, tampoco es que merezca la pena discutir con alguien sin criterio, y a mí me gusta la película de Kubrick incluso con el doblaje español, que ya es decir.

Invasión extraterreste (1968) ★★★

Los kilaaks ―unos alienígenas provenientes de algún rincón del sistema solar entre Júpiter y Marte― liberan a los monstruos gigantes de Monster Island, donde estaban confinados y monitorizados por el Comité Científico de las Naciones Unidas, y utilizan su tecnología de control mental remoto para volverlos en contra de la humanidad y destruir las maquetas de algunos de los monumentos y ciudades más reconocibles del planeta.

Como película de ciencia ficción cincuentera (pero rodada a finales de los sesenta), funciona regular. Hasta el clímax, las apariciones de los monstruos son breves y esporádicas, y la trama de intriga extraterrestre protagonizada por los humanos es un rollazo, colorida y ridícula, pero aburrida.

Aun así, durante ese largo tramo de la cinta, siempre hay algún detalle que evita que tu atención se disperse por los confines del cosmos. Es imposible no congraciarse con esta pieza del período Showa cuando aparecen en pantalla naves espaciales o vehículos de juguete pilotados por muñecos de Playmobil. Y también hay algunos momentos hilarantes típicos del cine de serie B que consiguen sacarte la sonrisa (algunos de mis favoritos son cuando un gas nocivo como dos y dos son cuatro empieza a filtrarse por la rendija de una de las puertas de la base científica de Monster Island y un tipo corre hasta ella ―tú supones que para sellarla― y ¡la abre de par en par!, o cuando más tarde ese mismo señor, controlado ahora por los alienígenas, se convierte en un maniquí despendolado al tirarse por una ventana).

Eso sí, el último cuarto de hora de la película es un festival de lucha titánica delirante para cualquier aficionado al cine de kaijus. Es entonces cuando por fin todos los monstruos se congregan en el mismo descampado rocoso y le dan a King Ghidorah la tunda de su vida. Aquello parece una reunión de antiguos alumnos; tenemos a Godzilla, Mothra, Rodan, Anguirus, Gorosaurus, Kumonga y hasta al hijo de Godzilla. ¡Todos a una! ¡Fuente Ovejuna!

Es una lástima que el resto de la película no esté a la altura de su grandioso final.

Lobo (1994) ★★★½

En mi cabeza todas las películas de hombres lobo son mejores de lo que realmente son. Siempre he sentido debilidad por esta figura del folclore popular, que en la ficción suele utilizarse como metáfora del cambio incontrolable y cuyas historias suelen tener un final trágico (menos cuando pasan por el filtro del cine juvenil y el licántropo de turno se convierte en el baloncestista estrella del instituto o en el rival romántico de un vampiro brilli-brilli). Mi opinión, por tanto, es la de un fan. Dadle a eso el valor que queráis.

Sin embargo, a pesar de mis filias, creo que Lobo es una película genuinamente buena. Precedida por el Drácula de Francis Ford Coppola y sucedida por el Frankenstein de Kenneth Branagh, fue al tiempo el revival menos pretencioso y quizá el que mejor supo modernizar el mito sobre el que trata. No solo trajo a un monstruo del Hollywood clásico al siglo XX y lo integró en un contexto apropiado para el público contemporáneo, sino que lo hizo sin quitarle ni un ápice de su misticismo o romanticismo. De las tres no es mi película favorita, pero sí la que mejor alcanza ese objetivo.

Y aunque la película fuera mala, ¿cómo vas a perderte a Jack Nicholson pegando bocados a la gente? ¿O robándole las esposas a un policía alelado interpretado por David Schwimmer antes de hacer de Ross en Friends? Si alguna vez hubo un Lobezno cincuentón y salvaje perfecto, ese fue Nicholson en Lobo.

El resto del reparto redondea el producto. Michelle Pfeiffer aporta humanidad y emotividad a la historia (agradezcámosle que luchara por ser algo más que "la chica"), y James Spader rezuma sordidez y mal rollo como el villano de la función. Entre los secundarios, no pasa desapercibida la presencia de David Hyde Pierce, que en esas fechas interpretaba al amanerado doctor Niles en Frasier; lo mejor y lo peor de la televisión de los noventa, presente.

Por supuesto, cuando se habla de películas de hombres lobo, hay que mencionar el maquillaje. Tras haber roto el molde con los efectos especiales de Un hombre lobo americano en Londres, Rick Baker no tenía nada que demostrar, así que en esta ocasión buscó un enfoque más sutil, acorde con el tono de la cinta, y se inspiró en el trabajo realizado por Jack Pierce en El lobo humano (la película de la Universal de 1935, en la que el hombre lobo lleva boina) para darle un carácter evolutivo a la metamorfosis del licántropo. Cuanto más se acerca la noche de luna llena, más se acentúan los rasgos animales, pero sin llegar nunca a hacer irreconocible al actor. Este maquillaje más discreto de lo habitual dota de mayor credibilidad al mito y atribuye al cambio un enfoque más psicológico que físico.

En conclusión, aunque hacía la tira de años que no veía a Nicholson brincando a cámara lenta por el bosque con colmillos postizos y temía que la cinta me provocara un desencuentro con mi nostalgia, mis temores eran infundados. Lobo sigue siendo el mismo thriller de terror que me encandiló a mediados de los noventa: efectivo, de corte clásico y sobrio incluso en sus momentos más descabellados.

Sí, me estoy refiriendo a la meada en los zapatos.

Time Trap (2017) ★★★

¿Recordáis aquel libro de la colección Elige tu propia aventura en el que entrabas en una cueva y, por aquello de que la espeleología es juguetona, acababas visitando distintos periodos temporales, desde la prehistoria hasta el futuro lejano? El libro se llamaba La cueva del tiempo, y este podría haber sido perfectamente el título de esta película.

¿Quiero decir con este innecesario rodeo que Time Trap va de viajes en el tiempo? Sí. Creo. Más o menos. No soy Stephen Hawking ni quiero destripar la trama más de lo que ya lo hace la sinopsis oficial de Netflix, pero lo peculiar de esta cueva es que el tiempo en ella transcurre de forma diferente y que las consecuencias que provocan esas fluctuaciones pueden llevarse a la pantalla con un presupuesto moderado. Aquí nadie se sube al Titanic ni acaba en el tracto digestivo de un tiranosaurio rex. Los protagonistas se pasan casi toda la cinta atrapados en la cueva de marras, intentando descubrir qué narices pasa y deseando ser Tom Cruise en Misión: Imposible 2.

En lo bueno y en lo malo, esta es una historia que podría haberse publicado en los viejos bolsilibros de ciencia ficción de la editorial Bruguera; un divertimento juvenil con elementos propios de la literatura pulp que se las apaña para mantenerte entretenido hasta el final con sus giros, pero que probablemente mañana mismo habrás olvidado.

El gran silencio (1968) ★★★

Hay quien dice que este es el mejor wéstern de Sergio Corbucci. Algunos aficionados incluso lo ponen al nivel de la trilogía del dólar de Sergio Leone. Si es así, no hay duda de que El gran silencio es uno de los mejores spaghetti westerns de la historia. Pero, ¿qué queréis que os diga?, incluso limitándome a la filmografía de Corbucci, yo disfruto más de Django, Navajo Joe y, si me apuráis, Par-impar, que no es ningún wéstern, pero tiene a Bud Spencer y Terence Hill repartiendo mamporros, cosa que siempre me alegra el día.

El argumento es territorio familiar: un pistolero protege a un grupo de prófugos de unos crueles cazadores de recompensas que se sirven de la ley para lucrarse impunemente. Hay venganza, tensión y muchos tiros.

El escenario, en cambio, no es tan común. La historia se desarrolla durante el crudo invierno, y el vaho, el viento y la nieve reemplazan el sudor, el sol y la arena de los spaghetti westerns más conocidos. Pero bajo la lente de Corbucci, la Italia norteña y nevada nada tiene que envidiar del desierto almeriense ni de las áridas tierras de Colorado, y los paisajes son de una belleza evocadora. Televisor de cincuenta pulgadas, te me has quedado corto.

En estos páramos helados, hay dos personajes que destacan por encima del resto. Dicen que el héroe es tan grande como terrible es su villano, pero ¿qué ocurre cuando el villano es tan "bueno" que no solo hace sombra al héroe, sino que incluso termina por eclipsarlo? El Loco, interpretado por el inconfundible Klaus Kinski, tiene una presencia arrolladora, y a su lado el pistolero mudo al que da vida Jean-Louis Trintignant se limita a estar presente y poner morritos. Su Silencio tiene la peculiaridad de ser mudo, pero, poco más le diferencia de los protagonistas habituales del wéstern europeo; es rudo, taciturno, rápido en desenfundar, tiene una puntería infalible, y se rige por un código moral con claroscuros que no le impide provocar a su enemigo para luego matarlo en legítima defensa. No es que la interpretación del actor francés sea mala, es que la de Kinski es hipnótica.

Esto no es inusual en el género. Incluso Clint Eastwood, con todo su carisma hollywoodiense, se sentía relegado a un segundo plano por algunos de sus compañeros de reparto en la trilogía del dólar, especialmente por Eli Wallach en El bueno, el feo y el malo. Pero al menos el Hombre sin Nombre siempre tenía a mano un surtido repertorio de frases lapidarias para recuperar la atención del espectador. En cambio, Silencio hace honor a su nombre y no dice ni mu en toda la película. Llegas a sentir lástima por él, pero no admiración. Es demasiado humano en un género en el que los hombres se encienden cerrillas en la barba.

Con todo, esa menudencia no es lo que me impide disfrutar de la película tanto como me gustaría. Es el tono lo que más me pesa, descarnado y oscuro incluso para los estándares del spaghetti western. Cuando ves esos parajes cubiertos de nieve, y escuchas la conmovedora banda sonora de Ennio Morricone, te envuelve una atmósfera fría y densa, de una melancolía casi asfixiante. Al principio es solo una cuestión de ambiente, pero cuando esa inclemencia trasciende y cala en los propios acontecimientos, empieza a hundirte el ánimo. Y si alguna vez he visto un final menos complaciente que el de esta película, no lo recuerdo.

CineBasura: La peli (2016) ★★★

Este es un proyecto hecho con amor. Sin pasta, pero con amor. El crowdfunding se lanzó sin grandes aspiraciones (ni expectativas) y la mayor parte del escuchimizado presupuesto se fue en papeleo y bocatas. Hacer cine es caro, no basta con comprarse una cámara y salir a la calle a grabar. Y, por desgracia, la falta de recursos no se suple con pasión, ni siquiera con talento.

No obstante, si hay una película que pueda permitirse esas carencias y volverlas en su provecho, es precisamente una que celebre el cine de serie B y Z desde la fascinación y el respeto. Y allí llegó CineBasura: La peli, con punkis, zombis y ninjas, un homenaje, una parodia, un despropósito, de gigantescos cromas y gigantescos muñecos, para pisotear con sus alpargatas los tronos del gafapastismo cinéfilo de la tierra.

Ahora bien, incluso si estás dispuesto a hacer la vista gorda con aspectos que normalmente no pasarías por alto porque [abro comillas] "estás entre amigos" [cierro comillas], es imprescindible que entres en el juego que propone la película para disfrutarla. Si repudias el cine de bajo presupuesto, ni te molestes.

La historia trata sobre dos videobloggers que abren por accidente un portal que conecta el mundo del cine basura con el nuestro, dando así comienzo a un absurdo apocalipsis en el que toda la cochambre cinematográfica invade el planeta. O al menos Madrid. Sin duda, Moratalaz.

El guion es una sucesión de chistes y sketches con tintes bruguerianos y momentos de buddy movie española que, sumados a las improvisaciones del reparto y las referencias cinéfilas, componen un esperpento original y a la vez inclasificable. Tan pronto un chiste da en la diana y te hace soltar una carcajada, como otro te provoca un repentino acceso de llevarte la mano a la cara imitando al capitán Picard. La proporción aciertos-fallos depende del sentido de humor de cada uno, pero lo bueno es que la película no se ciñe a un estilo concreto, sino que contiene sandeces para gustos diversos. Además, esta es la tercera vez que la veo, y si he vuelto a reírme con el inserto de la "escena interminable de gente conduciendo" es que algo está haciendo bien.

El verdadero enemigo de la película es el tiempo. La historia se desarrolla de forma apresurada y un tanto caótica, tiene algún bache de ritmo, y aunque dudo que llegue a matar a alguien de aburrimiento, entiendo que a un espectador habituado al cine más convencional le resulte farragosa. No me extrañó enterarme de que los autores tuvieron que aligerar el guion sobre la marcha para poder acabar la película. La pena es que esto provoque desajustes inevitables en lo que posiblemente fuera un guion bien medido e hilado.

Por eso tampoco me extraña que las escenas que mejor conectan conmigo sean las más sencillas y reposadas, en las que dos o tres personajes hablan en una habitación, sin prisas aparentes. En cambio, las más "ambiciosas" me parecen peor ejecutadas, y a juzgar por los problemas subyacentes, habrían requerido una conjunción del 16º planeta de Tau Ceti con Altair IV para salir bien paradas.

El surrealista guion, contrariamente a las expectativas del fan del cine cutre, se apoya sobre un reparto principal solvente, y aunque uno no puede evitar preguntarse si la ausencia de actuaciones abominables juega a favor o en contra de la cinta, creo que fue una buena decisión dotar de una mínima seriedad a las interpretaciones a pesar del tono general de rechifla. Es una lástima que Christoph Waltz tuviera compromisos que le impidieran ajustarse al calendario de rodaje (ese verano estaba participando en la promoción de Spectre), pero Martin Freeman es un sustituto más que digno. Con el pelo encanecido y apenas maquillaje, Freeman no solo da físicamente el pego como Paco Fox, sino que ES Paco Fox. Hace suyos sus gestos y ademanes, y hasta habla como él, con un acento andaluz que jamás esperarías escuchar de la boca de un actor británico. Es imposible saber si Waltz, a pesar de su facilidad para los idiomas, lo habría hecho mejor.

A la hora de la verdad, esta propuesta no es para todo los públicos y nadie te va a mirar mal por rechazar la cutrez al grito de "¡Vade retro!". Pero incluso si ese es el caso, todos deberíamos comulgar con el mensaje que transmite la película y, en consecuencia, disfrutar y dejar disfrutar del cine, sea del tipo que sea, sin prejuicios.

P. D.: Mi parte favorita sigue siendo la secuencia de animación de pixel art, un guiño entrañable a las aventuras gráficas de LucasArts y una obra de arte por mérito propio. Si no lo digo, me muero.

Darkman (1990) ★★★½

Después de abrirse las puertas de Hollywood con dos pequeñas pero originales películas de terror, un joven Sam Raimi se sintió por fin con fuerza para embarcarse en un proyecto al que tenía muchas ganas, pero para el que necesitaba contar con los correspondientes derechos.

"Quiero hacer una película de la Sombra", le dijo a Universal Pictures.

"No", le contestaron.

Años más tarde, Universal acabaría produciendo La Sombra, pero bajo la dirección de Russell Mulcahy.

Descartada la posibilidad de hacer una película de la Sombra, Raimi habló con Warner Bros., que tenía los derechos de un superhéroe más popular y que además compartía tono y cruzada con aquel personaje nacido en la radio.

"Quiero hacer una película de Batman", dijo.

"No", le contestaron.

Warner Bros. acabaría encargándole el proyecto a Tim Burton y, solo después de rodar secuela, pensó en Raimi para ocuparse de Batman Forever. De momento, el estudio no tenía nada para él.

Raimi, enfadado y frustrado, salió del despacho del productor de turno, abandonó el edificio y, volviendo la vista atrás, gritó:

"¡Estáis frescos! ¡Pues ahora pienso inventarme mi propio superhéroe! ¡Con casinos! ¡Y furcias! Es más, paso del superhéroe".

Ya más relajado, Raimi volvió al plan original, sin casinos ni furcias, y se inventó un nuevo superhéroe: Darkman, un vengador de origen trágico, cortado por los patrones de la literatura pulp, y que tomaba prestados elementos de la Sombra, Batman y los monstruos del cine de terror clásico.

La historia tendría un tono oscuro y giraría en torno a la venganza, y ¿quién mejor para interpretar al protagonista que Liam Neeson? Pues cualquiera, en realidad, porque a Neeson aún le faltaban dos décadas para convertirse en una referencia pop con "una serie de habilidades concretas". Además, su interpretación en esta película no pasa de regulera. Por suerte, la atmósfera que envuelve al personaje compensa su propensión a la sobreactuación.

Darkman es el superhéroe que ningún niño querría ser y del que ninguna empresa de juguetes querría tener los derechos: un perturbado con el rostro churruscado, de fuerza moderadamente superior a la media e insensible al dolor, que va por ahí cubierto de vendas, con gabardina y sombrero, matando a todo el que pueda culpar de su situación. Al menos, disfrazarse de él en Halloween sale barato.

Curiosamente, el talento más práctico de este antihéroe, el que le da más juego para combatir el crimen, no proviene del accidente que lo convirtió en un churrasco vengativo, sino de su vida pasada como científico. Antes de ser Darkman, Peyton Westlake trabajaba en un proyecto para crear piel sintética, y este conocimiento le permite ahora replicar el rostro de cualquier persona en forma de máscara para disfrazarse de ella (aunque solo por tiempo limitado, ya que la piel sintética se deteriora por exposición a la luz).

Sin embargo, el rasgo más atractivo de Darkman no son sus "poderes", sino su psique. "Cuando el cuerpo deja de sentir, cuando se pierde tanta percepción sensorial. la mente se vuelve hambrienta. Privada de su dieta regular de percepción, toma la única fuente de estímulos que le queda: las emociones..., y las amplifica. Eso aumenta su alienación y su soledad. La furia incontrolada suele ser frecuente", dice una doctora. La película no es ni mucho menos un sesudo estudio psicológico del personaje, pero sí pone el foco en la transformación que sufre este a lo largo de la historia, no ya como consecuencia de su deformidad física, sino, sobre todo, de sus propios actos. La venganza tiene un precio, y puede que Frances McDormand sea parte de él.

Sacarse un superhéroe de la chistera y aportar algo diferente no es moco de pavo, pero Sam Raimi no solo consiguió concebir una premisa interesante, sino que la llevó a la pantalla con la personalidad que le caracteriza: movimientos de cámara loquísimos, composiciones de plano alucinógenas, humor negro, toques de terror... La película tiene su sello por todas partes, cameo de Bruce Campbell incluido. También muestra una fuerte influencia del mundo del tebeo, y hay escenas que resulta fácil visualizar como viñetas de un cómic underground.

Danny Elfman firma la banda sonora, que pese a tener una alta probabilidad de estar compuesta con los descartes de su trabajo para Batman, le da un plus de carácter a la narrativa y aporta fuerza y peso a las escenas de acción y dramáticas. Echo de menos las bandas sonoras que se escuchan.

Quizá Darkman no esté hecha para un público tan amplio como Spider-Man, pero si eres fan de Sam Raimi o te gusta la literatura pulp, no deberías esperar treinta años para verla como he hecho yo.

Interstellar (2014) ★★★★½

¡La humanidad está en peligro! La Tierra se está convirtiendo en un erial cubierto de polvo en el que cada vez es más difícil cultivar nada, y un grupo de científicos busca desesperadamente planetas habitables a los que poder mudarse.

Sobre este sencillo argumento, Christopher Nolan eleva el género de ciencia ficción con una historia de exploración visualmente apabullante, que plantea dilemas éticos, reflexiona sobre la naturaleza del ser humano y tiene un robot que es la monda.

Esta es la primera vez que veo la película, porque todo lo que huela a 2001: Una odisea del espacio me da pereza; pero, pese a las tres horazas que dura, se me pasó volando. A día de hoy, hay pocas producciones audiovisuales con las que no me distraiga en algún momento y acabe echando una ojeada al móvil, y aunque esta no es la excepción, esta vez solo paré el reproductor dos veces para contestar mensajes y ni se me pasó por la cabeza meterme en redes sociales. ¿Que necesitaba ir al baño porque al parecer tengo la vejiga de un señor de setenta años? Le daba antes al botón de pausa. ¿Que sonaba el timbre? Pues soltaba a los mastines. No quería perderme ni un instante.

La realización es impecable, las tramas están magistralmente hilvanadas, las partes emotivas funcionan, el equilibrio entre los momentos de tensión y los de calma raya la excelencia, la banda sonora es formidable y se hace notar, y Matthew McConaughey está que lo rompe en el papel protagonista.

¿Es la película de mi vida y voy a recitar loas y entonar alabanzas cada vez que pase por delante de su carátula? No. Poniéndome quisquilloso, los giros son predecibles, me sobran explicaciones, y además me habría gustado que el clímax se desarrollase de una forma que no me recordase a Cariño, he encogido a los niños. Sin embargo, estas son cuestiones menores que no hacen mella en el resultado final.

Interstellar es un peliculón en toda regla.

Orígenes secretos (2020) ★★

No recuerdo cuándo fue la última vez que sentí tanta vergüenza ajena viendo una película. El primer adelanto que Netflix publicó a finales de mayo ya me había advertido de la clase de producto que podía encontrarme, pero preferí borrar ese recuerdo de mi cabeza para abordar el visionado con la mejor disposición posible. "A lo mejor la escena no aparece en el montaje final", pensé en un absurdo ejercicio de autoengaño, atribuyendo más importancia de la que debía al pequeño revuelo que aquella causó en redes.

Qué ingenuo soy. No solo la escena de marras está en la película, sino que ahora podemos confirmar que la habíamos entendido bien desde el principio. No le faltaba contexto, sencillamente hay gente que no da para más y mantiene una visión desfasada del frikismo, ignorando, por puro prejuicio, que las aficiones que antes podían considerarse minoritarias son ahora la cumbre del mainstream. La película va con veinte años de retraso y levanta una frontera inexistente entre personas "frikis" y personas "normales", atribuyéndoles sentimientos de superioridad ilusorios y convirtiéndolos en bandos enfrentados en un mundo que ya superó esas ridículas diferencias.

Con la misma facilidad que el guion encaja a los personajes en esos estereotipos rancios, también recurre a los clichés para todo lo demás. Porque es lo fácil. Porque es lo cómodo. ¿Pensabais, por ejemplo, que las relaciones románticas forzadas eran cosa del pasado? ¡ERROR! ¿Cómo no van a enamorarse un hombre y una mujer, ambos razonablemente jóvenes y atractivos, después de coincidir seis minutos en los que además no han hecho otra cosa que discutir? Es lo que tiene que ocurrir, ¿no?

También me alucina el juego que se trae la película con la identidad del villano. Suele decirse que es quien menos te lo esperas, pero aquí la cinta no apuesta sobre seguro y decide subvertir nuestras expectativas. En un giro inesperado de los acontecimientos, el villano es... dun-dun-dun... ¡la única persona que podía serlo! En efecto, solo hay cinco personajes recurrentes en la película y cuatro de ellos evidentemente no pueden ser el malo de la función, así que por fuerza el culpable tiene que ser el que queda. Supongo que escribir más personajes para repartir las sospechas o generar dudas razonables con los que ya había sonaba demasiado complicado.

Hay otro aspecto que sería discutible si afecta o no a la calidad de la película, pero que me molesta por lo mismo que todo lo anterior: la tremenda falta de esfuerzo que denota. No sé vosotros, pero si yo escribiera un guion en el que un asesino recrea de forma macabra los orígenes de los superhéroes y la policía recurre al dueño de una tienda de cómics para que les ayude a resolver los crímenes, procuraría no cagarla con las referencias.

Yo no me considero más que un lector ocasional de las historietas de Marvel y DC, pero basta con estar un poco pendiente de las curiosidades del mundillo para saber que la razón por la que Hulk cambió de color de un número para otro (del gris original de su primera aparición al tradicional verde esmeralda) no fue que "el colorista se hacía un lío o coloreaba al tuntún o Stan Lee cambiaba de opinión de un número a otro", sino porque la tinta gris no se imprimía bien y el tono variaba entre ejemplares. Tampoco los miembros de la Patrulla-X obtuvieron sus poderes a causa de la radiación, sino que nacieron con ellos (Stan Lee ya había utilizado antes la radiación cósmica, la radiación gamma e incluso la mordedura de una araña radiactiva para explicar los superpoderes de sus personajes, y precisamente eligió una mutación genética porque quería hacer algo diferente).

Si la película no fuera de lo que va, estos gazapos me darían lo mismo. Me la refanfinfla lo acertadas o no que sean las referencias. Pero si el conocimiento de los cómics va a ser una pieza fundamental de la trama, espero un mínimo de rigor. Documentarse no exigía mucho más que leerse un puñado de cómics y ojear un par de entrevistas con los creadores. Qué menos que currárselo un poquito.

La premisa de construir un Seven superheroico con ingredientes de El protegido era interesante y tenía potencial. Y el resto de lo que hace la película es pasable. Sin embargo, rara es la producción que sobrevive a un guion que no soporta el más mínimo escrutinio.

15 comentarios

  1. No sabía que el resplandor tuviera secuela, y mucho menos que fuera una buena secuela, buscare ver el filme de doctor sueño, y si queda tiempo leer la novela también como no.

    Se agradecen las reseñas que publica buen señor.

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    1. Muchas gracias. No veo que estas entradas tengan mucho éxito. No sé si será por el formato o qué.

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  2. A mi el formato me parece perfecto. Cuando voy con prisa o tengo menos tiempo del que me gustaría dedicar a leer todo, puedo ir directamente al título de la peli que me interesa leer. Como siempre, tu blog es sublime. Pero que no se te suba a la cabeza, no vaya ser que termines encasillado en el drama y dejes de lado tu lado cómico, sr. Hank

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    1. Oh, no te preocupes. Mi lado cómico está a salvo. Y asegurado también. Muchas gracias.

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    2. Es que tocas muchas películas y no le pones tu usual sentido del humor ácido...
      Algo que podrías probar es publicar estas críticas por partes y dedicarle mas tiempo a desarrollar un poco mas cada crítica (y a menterles ácido y mal rollo)

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    3. Ah y meter imágenes y captura que eso vende tío...

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    4. Estoy de acuerdo parcialmente en lo del humor. Hay menos humor en estas reseñas (pero algo hay), y es así por fuerza, porque son breves y lo importante es la parte crítica, no el chiste.

      En cuanto a desarrollar las críticas... Sabes que eso lleva tiempo y tengo una vida, ¿no? Las entradas largas no se las dedico a películas del día a día, y como mucho puedo escribir dos al mes (normalmente una). Lo que me propones es inviable. Hay que ser realistas.

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  3. Gracias! Para mi son una referencia, aparte de divertidas!
    Una pregunta, las sueles ver en Versión original?

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    1. Si puedo, veo las películas en versión original, igual que las series. Y si son de habla inglesa, suelo ponerlas con subtítulos en inglés. Ahora bien, si los actores tienen acentos o voces raras y solo hay subtítulos en español, me lo tengo que pensar dos veces entre verla sin subtítulos o verla doblada. La excepción a la regla son las películas que vi de chaval por primera vez y seguí viendo mucho tiempo dobladas. Estas prefiero verlas en español, por costumbre.

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    2. En el doblaje español se pierden inevitablemente matices, por ejemplo, viendo Príncipe dragón en Netflix (te recomiendo si quieres ver fantasía ligera juvenil) lavaron todos los acentos en la versión española

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    3. Se pierden matices o se ganan. Hay producciones menores o, directamente, de serie B o Z que el doblaje hace soportables, porque la profesionalidad y talento interpretativo (al menos vocal) de los actores de doblaje supera con creces al de los actores en pantalla.

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    4. ESto ni lo habia pensado, seguro que es así

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  4. Anónimo6/9/20 10:00

    Algunas cosas interesantes:

    Klaus Kinski, no solo arrollaba como actor, en su biografía "Yo necesito amor" deja unas perlas estupendas sobre el cine y el mundo de la "cultura".


    “Hasta aquí me persiguen esos parásitos de escritorzuelos que quieren atiborrarse de mi sangre como garrapatas. Chupópteros, ladrones, saqueadores. Todos quieren escribir libros sobre mí.

    Quieren deshacerse de la mierda de su estreñimiento intelectual, añadiendo su repugnante toque personal:biografías, filmografías, videografías, reportajes, historietas de cómic, talk-shows y cualquier otra clase de podredumbre surgida de mentes humanas.

    Después de haber intentado exprimirse para tesis doctorales en las universidades, ahora me utilizan como tema escolar (¿Cómo advertencia para jovencitas?).
    ¡La universidad de Michigan, en Chicago, me pregunta, a través de mi agente, si quiero pronunciar durante la próxima Semana Santa una conferencia sobre la crucifixión de Jesucristo!
    ¡Y la sinfónica de Baltimore me pregunta si quiero hablar sobre Beethoven delante de la orquesta durante los intervalos! ¡La universidad no piensa pagarme nada, ya que se trata de Jesucristo!

    La sinfónica me ofrece 10.000 dólares por diez minutos de charla. Los mando a unos y a otros a la mierda.
    El ministro de Cultura francés, Jack Lang, me envía a través de la embajada francesa en Los Ángeles la condecoración “Comendador de la Orden del Arte y la Literatura”, (¿Qué demonios querrá decir eso?) Por lo que ha hecho por Francia y el resto del mundo ¡Tampoco esta vez adjuntan ningún cheque! ¡Aquí a alguien le falta un tornillo! ¿Qué se habrá creído ese tipo?
    ¡”Concederme” una baratija como esa! ¡Están todos como una cabra! Le digo a mi agente que devuelva esa porquería grandilocuente.”



    Buckaroo Banzai tiene tanto carisma que hasta sale en Battletech.Tiene su propio instituto Banzai y pilota robots gigantes en sus ratos libres.
    El Chuck Norris de la octava dimensión.

    https://www.sarna.net/wiki/Team_Banzai

    Que las mierdas de personajes de las Disney no star wars tengan 3 abortos y Banzai no tenga más que una película (por mucho que esta valga más que las otras 8 millones de veces) es una de las pruebas de que Hollywood es citando a Klaus una puta porquería grandilocuente


    OLGERD VLADISLAV


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  6. De "Buckaroo Banzai" se salva el nombre del prota y poco más, y es una lástima porque el planteamiento molaba.

    Coincido en que Kenshin es la mejor adaptación de un manga a imagen real que he visto, y ni siquiera he leído el original. Además, detalle chorra donde los haya, es la primera vez que el tropo tan usual del anime de "monstrenco empuñando una espada más grande que él" queda bien con un actor de carne y hueso

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