26 de diciembre de 2011

El especial de Navidad de 'Xena: La princesa guerrera'

Toda serie de televisión que se precie tiene un especial navideño. Lo tiene He-Man, lo tienen Alf y Garfield, y Xena no podía quedar excluida de tan selecto club. Aunque la serie se rodaba en Nueva Zelanda, donde la Navidad coincide con las vacaciones veraniegas y Santa Claus lleva sandalias, el espíritu navideño está por encima de conceptos mundanos como el clima o la meteorología.

En el noveno episodio de la segunda temporada, tras el éxito que tuvo la serie en su primer año de emisión y con una legión creciente de fans a lo largo y ancho del mundo, había llegado el momento de que Xena salvase la Navidad.

¿He dicho Navidad? Quería decir "solsticio de invierno". La Navidad es una fiesta cristiana, y Xena: La princesa guerrera se desarrolla en la era de los antiguos dioses, de los señores de la guerra y de las lesbianas con armaduras moderadamente funcionales. Hoy abrazaremos, pues, esa tradición pagana de la que en absoluto se apropió la Iglesia para atraer a los romanos o a los pueblos germánicos al cristianismo.

El episodio arranca con el despiadado rey Silvus condenando a una pareja de ancianos a diez años de trabajos forzados por no pagar impuestos y a pasar doce meses en la Casa de los Pobres por celebrar el solsticio de invierno. Aunque no queda claro cómo compaginarán los reos ambas penas, lo cierto es que tampoco sabemos qué puñetas es esa Casa de los Pobres de la que hablan ni lo sabremos nunca, así que vamos a dejarlo estar.

"¿Solsticio de invierno? ¡Paparruchas!".

El rey pregunta a su escriba, llamado Senticles, si ya tiene preparada la lista de desahucios de hoy.

Repetiré el último inciso por si os habéis levantado con el cerebro embotado: el escriba se llama Senticles. ¿Lo pilláis? Senticles. Senti... cles. ¡Senti Cles!

Sí, es Santa Claus. Por favor, procurad disimular vuestra admiración ante el ingenio del guionista.

Senticles está a punto de decir que hoy es el solsticio de invierno, una fecha inapropiada para echar a la gente de su casa; pero se calla a tiempo porque, si algo nos han dejado claro con esta introducción tan fina, es que el rey odia a Peter Pan la Navidad el solsticio de invierno.

De aquí a protagonizar la publicidad de Coca-Cola hay un paso.

El caso es que, antes de que el rey se convirtiera un viejo severo y prohibiese celebrar esta fiesta insuficientemente capitalista, Senticles se dedicaba a fabricar juguetes para los niños.

Y a pesar de que esta serie se desarrolla en la "era mitológica" (aproximadamente en el periodo histórico comprendido entre el año 1.300 a. C. y el año 1.300 d. C., siglo arriba, siglo abajo), los juguetes de Senticles no eran antiguallas. Estamos hablando de auténticas figuras de acción, como, por ejemplo, el Corderito Balidos™ o el popular Hércules Puño Voleador™.

¿Quién en su sano juicio no querría uno de estos muñecos? ¿QUIÉN?

"¡Yo solito derroté al león de Nemea!".

Lo anterior explica, como veremos más adelante, por qué Senticles tiene un taller repleto de juguetes, pero no por qué el lugar es más espeluznante que la casa de La matanza de Texas.

La muñeca Annabelle vería estos estantes, se daría media vuelta y saldría corriendo:

"Creo que voy a gritar".

Xena y su fiel ayudante-bardo-y-posiblemente-amante-lesbiana Gabrielle llegan al mercado del poblacho en el que se desarrolla la trama con el propósito de hacer sus compras de solsticio.

A petición de Gabrielle, las alegres compañeras acuerdan no gastarse más de cinco dinares y que el regalo sea una sorpresa.

¿A cuánto creéis que estarán los consoladores de piedra y los tarros de lubricante?

"No busques más, Xena. Ese cráneo de cocodrilo es justo lo que siempre he soñado".

Mientras están distraídas, un chaval paliducho le birla el chakram a Xena (por si no estáis familiarizados con la serie, el chakram es un aro de metal con proclividad a desafiar las leyes de la física que la princesa guerrera utiliza como arma arrojadiza).

Para que admiremos el elevado nivel de producción de la serie, el chaval huye a través de unos decorados que se reutilizaron en la mitad de los episodios de Xena y en otros tantos de Hércules, y se cruza varias veces con los mismos figurantes. En el fondo, es bastante gracioso. Y por gracioso quiero decir cutre.

Xena y Gabrielle siguen discretamente al chaval hasta un orfanato y descubren que los niños han utilizado el chakram para coronar su árbol de solsticio. Incluso lo han adornado con cinta roja. Son cosas que pasan.

Precioso. Solo mejoraría con el asiento de un inodoro.

Mientras nos planteamos si es moralmente apropiado decorar el símbolo del nacimiento de Cristo (o de Frey, dios vikingo del sol) con un arma que ha cercenado más extremidades que Uma Thurman en Kill Bill, Senticles llega al orfanato acompañado de tres soldados para desalojarlo.

Pero la princesa guerrera no es de las que se quedan sin hacer nada ante la injusticia, y, lanzando su famoso grito de guerra, pega un brinco con voltereta hacia atrás para recuperar su Frisbee de la copa del árbol y lo hace rebotar en las paredes para maniatar a los soldados con la cinta decorativa y luego derribarlos.

Y esa es una de las incontables razones por la que Xena: La princesa guerrera es una de las mejores series de la historia de la televisión.

—Sabes envolver regalos —dice Gabrielle, sonriente.

Por otro lado, ese es el nivel del humor de la serie. Acostumbraos.

Todo ocurre de verdad y se rodó en una sola toma.

Como a Xena y Gabrielle les parece feo que el rey Silvus considere delito celebrar el solsticio, deciden quedarse en el pueblo para poner fin a esta injusticia.

Generalmente, la situación se resolvería con un par de patadas giratorias acompañadas de algunos "¡Ayiyiyiyiyiyi!" y quizá tres o cuatro frases ingeniosas; pero como la violencia no está bien vista en esta época del año, nuestras heroínas optan por un plan alternativo que pasa por torturar psicológicamente al rey hasta que desconfía de su propia cordura. Se trata de dar buen ejemplo a los niños, ¿no?

En algún momento, Gabrielle se desvía ligeramente del plan y compra un asno al que llama Tobías. Tiene sentido.

Tobías: Sus viajes legendarios.

Después de descubrir que el rey Silvus odia el solsticio porque perdió a su esposa en estas fechas, Xena se cuela en su dormitorio disfrazada del Fantasma de las Navidades Pasadas, para mostrarle lo errado de sus actos y devolverlo al buen camino. 

¿He dicho Fantasma de las Navidades Pasadas? Quería decir Cloto, la primera de las tres Moiras. Puede que esta sea la enésima versión de Cuento de Navidad que vemos en una serie de televisión, pero al menos el guionista trató de encajar el relato de Charles Dickens en este mundo anacrónico de fantasía heroica.

Aunque el disfraz de Moira es una chufla, Xena convence al rey de que ha recibido la visita de una verdadera diosa y no de una chalada con voz de falsete. Esto se debe principalmente a que, en el universo de la serie, los dioses se muestran siempre con figura humana para ahorrar costes, y a que el rey Silvus probablemente sufre demencia senil.

Por otro lado, esos ojos como platos son muy convincentes.

Xena conduce al rey hasta una habitación descuidada y repleta de telarañas, donde Gabrielle se presenta disfrazada de la esposa de Silvus, para rogarle que cambie de actitud. El plan, sin embargo, sufre un percance inesperado:

—Lo siento, Silvus, ya me has llorado bastante —dice Gabrielle—. Debes olvidar mi muerte. Ha pasado mucho desde aquel solsticio.

—¿Muerte? —repite el rey—. ¿Qué quieres decir? Tú no moriste. ¡Me abandonaste! No lo entiendo.

—E-era una metáfora. Nosotros los espíritus del pasado las usamos mucho.

La credulidad del rey roza la discapacidad intelectual más profunda, pero al César lo que es del César y a Karl Urban lo que es de Karl Urban: el chiste es bueno.

La cuerda que sostiene a Gabrielle se ve a la legua, pero ¿a que al asno que sujeta la cuerda no lo veis? Un plan a prueba de bombas.

En el siguiente acto, Xena droga a Silvus y, disfrazada de Láquesis (el Fantasma de las Navidades Presentes, para que nos entendamos), lo conduce al orfanato para que vea las consecuencias de sus mandatos.

Naturalmente, los huérfanos comparten lo poco que tienen con su rey, porque son buenos y es la noche del solsticio. Incluso le cantan un villancico con sus voces angelicales. Y a pesar de tanta ñoñería, nadie siente náuseas ni echa la pota. Si este no es el auténtico milagro del solsticio, no sé qué más necesitáis para convenceros.

A todo esto, y por si os lo estabais preguntando, los niños no reconocen al rey porque, al igual que Xena, va disfrazado. Su disfraz consiste en que no lleva puesta la corona del Burger King. Me cuesta creer que, en un pueblo de treinta habitantes, la gente no sepa qué cara tiene su rey; pero la situación se vuelve todavía más ridícula cuando los soldados se presentan para desalojar el orfanato y tampoco reconocen al monarca, ni siquiera el capitán, que estaba presente en el juicio del principio del episodio. Supongo que si sentasen a un indigente en el trono, mientras llevara puesta una corona, podría reinar sin que nadie se percatase del cambiazo.

Este disfraz no engañaría ni a un topo con presbicia.

Gabrielle, mientras tanto, ayuda a Senticles a superar sus miedos y le persuade para que desobedezca la prohibición real y meta sus juguetes en un saco y los reparta entre los niños.

Ahora bien, para que nadie reconozca al escriba (esto es muy coherente con el hecho de que nadie reconozca al rey), lo disfraza con una barba blanca y un traje rojo. Y luego se cuelan en el orfanato por una chimenea.

Sutil, muy sutil.

Si ha visto usted a este hombre, por favor llame a la policía. Es peligroso.

Xena deja al rey al cuidado de la mujer que dirige el orfanato y se reúne con Gabrielle y Senticles para ejecutar el plan B, que consiste básicamente en plagiar el tercer acto de la película Solo en casa.

La princesa guerrera da una somanta de palos a los soldados con canicas, adornos y calcetines rellenos; Senticles, armado con una ballesta que dispara bastones de caramelo, imita a Harry el Sucio mientras suenan de fondo algunas notas reminiscentes de El bueno, el feo y el malo; y Gabrielle despista a sus enemigos... bailando con el Hula Hoop.

¡Incluso los niños participan en el combate arrojando comida a los soldados con catapultas de juguete!

Sin duda, esta es la batalla más épica de la historia de la televisión.

♪ Baila con el Hula Hoop, baila con el Hula Hoop... ♪

Para ir cerrando el episodio, el rey Silvus recibe la visita de la tercera Moira (que no es Xena ni tampoco Gabrielle) y, por alguna razón que nadie en su sano juicio debería pretender comprender, se convence a sí mismo de que está en su propia tumba. Asustado y arrepentido, dice que todavía puede cambiar, que no quiere morir solo, bla, bla, bla, rollo, rollo.

Después, el rey se reúne con Xena y sus amigos, y juntos derrotan a los soldados golpeándolos con almohadas.

Nadie nos explica por qué los soldados no se defienden y utilizan sus espadas en lugar de quedarse parados recibiendo almohadazos, pero, a estas alturas, supongo que tampoco importa. ¡Es el solsticio de invierno!

Pijamada.

El rey asegura que ya nadie será desalojado del orfanato ni hoy ni nunca, y entonces descubrimos que el Fantasma de las Navidades Futuras era en realidad la mujer responsable del orfanato y también la esposa del rey.

"¡Qué sorprendente giro de los acontecimientos!", exclamó el Espantapájaros, que no tenía cerebro.

Pensaba que el fantasma sería Tobías.

Bien está lo que bien acaba. Pero si ver a Xena conociendo a Santa Claus y salvando la Navidad os sabe a poco, tranquilos, porque esto aún no ha terminado.

A la salida del pueblo, nuestras heroínas se encuentran con una pareja que viaja con un bebé recién nacido. Gabrielle, que es todo corazón y vientre plano, les regala al asno Tobías para que puedan ir más cómodos.

¿Y qué tiene de especial esta familia?, os preguntaréis. ¡Pues que son la Virgen María, San José y el niño Jesús!

María, agradecida, dice que pedirá a los dioses que siempre estén al lado de sus benefectoras. ¡Chúpate esa, monoteísmo!

Jesús, María y José... Literalmente.

Como broche de oro a este extraordinario episodio, Xena le regala a Gabrielle un Corderito Balidos™.

—Yo no tengo un regalo para ti —dice Gabrielle, cariacontecida.

—Tú eres un regalo para mí —contesta Xena—. Y ahora, hagamos el amor.

Vale, esa última parte del diálogo me la he inventado; pero prometo que solo lo he hecho para captar mejor el subtexto.

¡Feliz solsticio de invierno a todos!

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